En medio del mundo

Buenos días Padre, buenos días Jerónimo.

Ayer fui al tanatorio, quería estar un rato junto a este hermano del presbiterio que había fallecido. Jerónimo, me pacificó ver tu rostro sereno y apaciguado en la tersura de tu cadáver ya entregado y frío. Qué importante es la serenidad y  saber no perderla nunca¡  Esta impresión  es la que me embarga y recojo en la mañana al entrar en mi oración primera. Al ver ayer  la noticia y tu foto en el facebook no pude contenerme y dejé que brotaran  en mí  palabras a su libre arbitrio y fueron estas las que escribí: fiel, elegante, culto, cariñoso, sencillo y hermano.

Para mí, como seminarista y como sacerdote joven, eras alguien desconocido de quien se contaba alguna anécdota curiosa y de quien sabíamos que estabas enfermo y que te habían ordenado a prisa porque tu salud era pobre y para que lograras tu deseo de ser sacerdote. Bastantes años en Fregenal. Después llegaste a Badajoz a desempeñar tu trabajo como secretario general del obispado y fuiste una revelación completa. Siempre te he admirado como persona en tu ser, sentir, relación, valoración, y disponibilidad para  mi persona, sin tener nada que ver conmigo en principio, o sea gratuitamente, lo cual quiere decir que eras así  porque eras así, y esto me sabe a autenticidad y denominación de origen; o sea, me recuerda a Higuera, tu pueblo natal, y a Fregenal, tu destino ministerial donde  has estado siempre arraigado en la fe, el cariño y la amistad profunda y consolidada en el tiempo, como pueden testimoniar los que te han rodeado y te sienten tan suyo. Ahí bebiste la fidelidad del Dios encarnado y eso te ha hecho fiel en tu ministerio y en tu misión; has sabido  estar en momentos y con personas muy distintas, con ritmos muy diversos y sentires muy plurales, y sin embargo tú siempre has sido fiel. En ti no ha habido engaño, ni has faltado al silencio respetuoso propio del humilde.

Elegante a no poder más, y no por lo demás, sino por lo justo, lo exacto, lo bello y lo cuidado. Elegancia hecha mixtura con tu  cultura y tu sentido de la estética tan vivida y gozada en la música. Y todo ello hecho poco a poco como el buen vino. Cómo no recordar aquella adolescencia en la que tú con tu amigo Salguero, paisanos del alma, os encerrabais a escuchar música clásica, buenos conciertos…o cuando en el seminario os hacíais transgresores de las normas para obedecer al espíritu de lo bello y buscar calmar la sed de esa cultura musical que os embargaba, y en la que la trascendencia de Dios se hacía armonía y luz. Esa elegancia nos ha enriquecido a todos, por eso ayer pensaba que la serenidad en el rostro debía venir, del concierto magno,  con todos los mejores compositores  y orquestas de la historia, con el que en el cielo te estaban recibiendo todos los ángeles y toda la humanidad. Entiendo que no hayas resistido más en este concierto tan terreno y desafinado  y hayas preferido estar ya en primera fila en el del reino, no  has querido llegar tarde. Esto te ha hecho elegante en el trato y cuidadoso en la relación. Entrar en el obispado y sentir tu saludo, tu serenidad, tu gracia, tu conversación animaba y era lenitivo para los que pasábamos, y desde ahí hemos sentido tu cariño y complicidad.

Es verdad que los que te conocen más y te han sufrido algo, hablaban de un carácter un poco hosco para lo afectivo, externamente claro. Pero afirman que desde tu paso a Badajoz, la cosa cambió y sacaste toda tu ternura y tu cariño; al ir conociendo al clero, la realidad, las entrañas de tu fe y tu entrega se hicieron relación elegante desde la valoración del otro y su cuidado. Eres de las personas que a mí me has hecho sentirme muy bien, cualquier detalle que te llegaba de mí  o que leías me lo agrandabas en alabanza y cariño. No puedo estar más agradecido a tu modo de ser y tratarme, y lo hacías con la naturalidad del que es así porque es así, y sé que lo estoy repitiendo. Sí, eras culto desde la sencillez, lo cual sube grados y calidad a tu humanidad y ministerio. El fondo de una vida agradecida al buen Dios te ha hecho enormemente agradecido en lo humano y lo diario, tu vivencia de la enfermedad y con ella, ha sido referente y ejemplo de la calidad humana y de la hondura espiritual, incluso cuando de tu tratamiento seleccionabas las pastillas que habían de comerse las gallinas en el corral. Eres único¡

Por todo esto, balbucía la palabra hermano. No creo que en el presbiterio haya palabra más importante y necesaria que esta expresión y actitud. Ahora mismo me preparo para ir a la catedral a celebrar la eucaristía, a ponerte en Cristo, por él y en él, y lo hago con la conciencia de que pongo al que ha sido hermano de verdad. Sé  que desde el cielo nos seguirás queriendo y nos ayudarás, especialmente a este presbiterio, a afinar un poco más la fraternidad. Hasta siempre hermano, ahora estás más cerca que nunca del verdadero director universal de la obra de la creación  y de la historia, de la sinfonía única y definitiva del todavía no ya realizado para siempre ¡disfrútalo!

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