Vilarassau…ahora la vida eterna.

El ciento por uno y ahora la vida eterna.

Marc

Marc Vilarassau,un gran interpelador como usuario de las redes sociales . El jesuita, teólogo, arquitecto y músico Marc Vilarassau, un pionero en las redes sociales, falleció hace unos días (15-10-2013) a los 45 años víctima de un cáncer de pulmón contra el que ha luchado durante tres años. Me encuentro con esta reflexión suya que me hace llegar un compañero de la universidad, y que me sirve para iluminar mi momento vital. La utilizo para entrar en la comunión de los santos con él y darle las gracias por todo lo que nos aportó de gracia y de vida en la historia. Al mismo tiempo me parece una joya de testimonio lo que ha sido su vivencia de la enfermedad y el sentido que le da en su escrito “la puerta”.  Deseo que el gozo que has tenido al cruzar la puerta de la gloria y sentarte en el trono con el Cordero,nos llegue y que nunca nos falte la fuerza de la gracia, esa con la que tú te movías en las redes sociales para que el evangelio llegara a todos y se alegraran.

Fondos reservados

Hubo un tiempo, hace veinte años, en que yo pensé que lo decisivo en mi vida iba a ser la diferencia entre todo o nada. Sentí la urgencia de darlo todo sin reservarme nada, y con ese propósito me fui al noviciado de los jesuitas. Y aquí estoy, veinte años después, descubriendo que, aunque el fondo es auténtico, las cosas no son tan simples ni las dicotomías tan nítidas.

Recién estrenados los cuarenta, voy cayendo en la cuenta de que la diferencia capital no es la que hay entre todo o nada, sino la que hay entre todo y casi todo. El problema no es tanto lo que das –que puede ser mucho y buenísimo–, como lo que te reservas –aunque sea poco e insignificante–. Es ese “fondo reservado” el que, de golpe, te pasa factura.

Uno reconoce que ha vivido a fondo, que se ha entregado generosamente, que ha dado mucho; pero, aun así, por poco honesto que sea consigo mismo, descubre como un resto de insatisfacción todavía no exorcizado, una insobornable sensación de que algo falta, de que esa carta que uno guarda disimuladamente bajo la manga tiene también que entrar en el juego, si no quiere que le quede fijada en el rostro esa sonrisa que muestra sólo la mitad del alma. Y no me refiero a esas reservas legítimas y hasta necesarias (si uno no quiere fundirse más que darse); me refiero a esas reservas mezquinas, esa calderilla existencial que guardamos en una caja, no como acopio para darse mejor, sino como reserva para no darse tanto. Me refiero a nuestro tiempo sagrado, a nuestro espacio inviolable, a nuestras manías intocables, a nuestros secretos irrevelables, a nuestros pequeños vicios inconfesables, y también a las mentiras que decidimos creernos para blindar esos “fondos” de toda injerencia ajena y de toda conversión posible.

Es entonces cuando caes en la cuenta de que ese tipo de reservas son trampas que nos tendemos a nosotros mismos, como aquél que por miedo a caer en una trampa cae en otra mayor. Si alguien te dice que a los cuarenta te desengañas, no le creas: no es que te desengañes, sino que ya no te engañas, que no es lo mismo. Por supuesto, uno puede seguir engañándose durante cuarenta años más, pero no vale la pena. Aún estamos a tiempo de echar esa calderilla existencial sobre la mesa y sumarla al resto. Poco o mucho, eso es lo que tenemos y eso es “todo” lo que podemos ofrecer. Quizá no más, pero tampoco menos.

La puerta

Marc Vilarassau, SJ

—¿Qué hay ahí detrás?
—¿Es la primera vez que ves esa puerta?
—“Hospital de día. Sala de Oncohematología.”…
Pues sí. ¿Lleva tiempo ahí?
—Mucho tiempo.
—¿Quién está ahí dentro?
Tendrás que pasar para comprobarlo.
—¿Pasar? Pero…
—La suya es la número 7. ¡Adelante, acomódese que vengo en seguida a colocarle el gotero.
—Buenos días… con permiso, es que voy al lavabo, sí, con la máquina enchufada y todo. Tranquilo, al final le coges el tranquillo.
Me siento en la butaca azul que me ha sido asignada, la número 7.
Me he traído un libro, el ordenador, una botella de agua de litro y medio. Tengo para rato.
—¿Desea auriculares para la televisión? Le ponemos el canal que desee, sólo tiene que pedirlo.
A mi izquierda, en la número 6, hay una chica joven, no más de 16 años, lleva un pañuelo en la cabeza, parece que ha vomitado, hoy no le pueden poner la quimio, llora. Se llama Estefanía. ¡Dios mío!
—Hola, cariño, hoy el cóctel me lo sirves frío y bien sacudío.
En la número 2 se acaba de sentar una mujer mayor, tiene la mitad del rostro paralizado.
Hace broma y ríe mientras le colocan el gotero.
—¡A dónde he venido a parar! ¡No se puede estar más escacharrá!
Voy descubriendo lo que hay detrás de esa puerta misteriosa que el Señor me ha invitado a traspasar. Aquí no se hace nada. Aquí se espera, en silencio, como en una ignota capilla con el Santísimo expuesto.
—¿Vas entendiendo?
¿Por qué ahora?
—¿Por qué no hasta ahora?
¿Por qué yo?
—¿Por qué no tú?
—Es que acabo de cumplir 43 años.
—Ya, y Estefanía 16.
—Tienes razón. ¿Por qué hasta ahora tantos otros y no yo?
¿Por qué tantos? … ¿Por qué tanto?
—¿Por qué hasta ahora tú en la cruz?
—Acércate, vamos.
—No puedo acercarme a la cruz.
Puedes, soy yo quien te acerca.
—¿Puedo apoyar mi rostro en tu costado?
—¡Claro!
—¡Cuánto tiempo hablando de ti! ¡Cuántas cosas han pasado desde aquella contemplación ante la cruz en el retiro del Colegio cuando tenía 15 años! También entonces apoyé mi rostro en tu costado.
—Pero ahora es diferente, ¿verdad?
—Entonces me pregunté: Después de lo que has hecho por mí, ¿qué puedo hacer yo por ti?
—Y ahora, ¿qué te preguntas?
—Después de lo que has padecido por mí, ¿qué puedo yo padecer por ti?
Padece esta parte de mi cuerpo que tanto amo.
—¿Cómo?
—Que no se sienta solo, que no le falte ánimo ni el apoyo de mi costado.
—Y como jesuita, ¿qué hago?
—Lo mismo.
—¿Lo mismo?
—Haz caso de Ignacio, ofrece tu enfermedad igual que ofreciste tu salud. No olvides que la Compañía de Jesús nació también, como toda la Iglesia, de mi costado.

Marc Vilarassau sj