El lenguaje del servicio

Querido Papa Francisco:

Han sido muchos los gestos, desde que apareció en el balcón recibiendo la bendición del Pueblo de Dios, que van dotando a su magisterio de una fuerza y de una luz que conectan con el hombre de hoy, transmitiendo sencillez y confianza a manos llenas. A mí, personalmente, me envuelve su autoridad ganada en el quehacer ordinario de un oficio que, siendo de “magister”, se verifica en un “ministerio” lleno de humildad y coherencia, que no oculta su debilidad y que muestra que sólo Dios es el verdadero Maestro y Padre.

2013-09-21 10.04.58Cada palabra suya que leo o escucho me confirma en el elemento transversal que está estructurando su ministerio. Nos habla de una Iglesia que ha de abrazar para ser reflejo del Padre; que, si no abraza, no puede curar, sanar, perdonar, liberar… que se quedaría, en definitiva, sin su verdadero poder. Nos está convenciendo de que la misericordia y la compasión son el camino de la verdad, y que no hay otro para nada ni para nadie. Siendo así, este planteamiento de organización eclesial requiere conversión por parte de todos. Su interpelación al mundo no está viniendo por el juicio al mismo, sino por la llamada a que la Iglesia -en su propia estructura- sea referente para la humanidad de un modo nuevo de ser y relacionarse en las claves de la solidaridad, la justicia y la fraternidad. Ni qué decir tiene, Santidad, que la coherencia le agarra en su propio ser, y que nos está mostrando que, en el mismo ejercicio del papado, se pueden renovar y transformar modos y formas de realizarlo que generen más corresponsabilidad, más comunión y más pluralidad. Hoy, su referente de poder con autoridad al estilo evangélico es una gran aportación para el propio seno eclesial y para el mundo de la política y de la sociedad. Hoy, recuperar el sentido servicial del poder en las organizaciones, como auténtico ministerio, se hace urgente y fundamental.

lavatorioLo ha dicho por activa y pasiva, no es lo mismo ”vigilar” que “velar”; se exigen y se complementan, pero la vigilancia sin la vela es como el poder sin autoridad, que oprime y no sirve para nada. Así lo ha dicho para los obispos (pero vale del mismo modo para toda la sociedad), hoy tenemos que recuperar la verdadera relación entre poder y autoridad: “Que sean capaces de vigilar la grey que se les ha confiado, de cuidar todo aquello que la mantiene unida, de velar por ella, de estar alerta, de estar atento ante los peligros que la amenacen, de cuidar la esperanza, para que haya sol y luz en los corazones, de sostener con amor y paciencia los planes de Dios que actúa en medio de su pueblo. Que los pastores sepan que van delante del rebaño para indicar el camino, en medio de él para mantenerlo unido, detrás de él para evitar que ninguno se retrase y para que el mismo rebaño tenga, por así decirlo, el olfato para encontrar el camino. ¡El pastor debe moverse así!”.  

Entendemos que el poder, según se refiera a una dimensión u otra, está en instituciones a las que se le supone autoridad; así, el poder político en los gobernantes, congresistas y senadores, el judicial en los jueces y los tribunales, el económico en los empresarios y los mercados -por no decir en los bancos-, el religioso en las instituciones eclesiales y sus jerarcas, el del orden y la seguridad en los militares, en el ejército.

escena piedad masculinaEs cierto que, de alguna manera, el poder lo mantienen estas instituciones, pues de ellas dependen normas, toma de decisiones y exigencias que pesan sobre todos los que vivimos bajo su sombra; sin embargo, eso no quiere decir que tengan la autoridad. Es más, puede ser que no la tengan. Podrían incluso -como dice el Evangelio- quemarnos vivos y quitarnos el cuerpo, pero no la vida, porque no tienen la verdadera autoridad. Cuando vemos las valoraciones que los ciudadanos españoles actuales hacemos de las instituciones políticas, judiciales, económicas-bancarias, religiosas, etc., en todos los estudios observamos que, casi por unanimidad, no se les reconoce valor (incluso algunas se ven como peligrosas en algún caso). Y, por el contrario, a otras instituciones –antes desvalorizadas- que no tienen apenas poder, los ciudadanos le reconocen autoridad: revueltas sociales y políticas nuevas, asociaciones de voluntariados y de ejercicio de la caridad y el compromiso con los pobres, los que buscan la igualdad, la banca ética…  Se trata de procesos e instituciones sociales con un espíritu distinto, de construcción activa de un protagonismo real y humanista de la ciudadanía, sin imposición de poder.

cruz parroquial6Me llama la atención cómo usted pone el dedo en la llaga al denunciar que, en estas situaciones y en todos los ámbitos en que se debía reflexionar profundamente para descubrir por qué se ha perdido la autoridad, las instituciones se empeñen en recuperarla directamente por el ejercicio del poder –desde la pura vigilancia-, ya sea en la sociedad, en el mercado, en la Iglesia. Todo esto ocurre por una consideración de la autoridad que se basa en el poder y no en el reconocimiento que se logra para la verdad ganada en el ejercicio de la justicia, de la libertad y de la autenticidad de unos principios que ponen a los otros por encima de uno mismo, entendiendo que todo poder es para servir a los otros.

En sus mensajes no hay duda de cómo explica que el poder, cuando quiere recuperar o mantener autoridad por la propia fuerza, se diviniza. Los que gobiernan -desde el deseo de poder- entienden sus decisiones como principio de unidad y de salvación, sin entrar en el diálogo ni en el encuentro, sin ningún contraste creativo y activo. Los poderosos se rodean  de colaboradores que se entregan por un reconocimiento que les viene de ellos mismos, olvidándose de dónde vienen y a dónde van. Colaboradores que se sienten deudores de quien les elige y les prefiere entre sus compañeros. Barbaño3A estos  gobernantes inseguros les cuesta tener al lado personas autónomas, críticas y creativas, y al encontrarlos en sus espacios siempre piensan que “conviene que muera uno -el otro, que es distinto- por el pueblo”. Sí, el que aporta de un modo crítico, aunque sea constructivo, es para ellos una amenaza y un provocador deseoso de poder y protagonismo que debe ser reducido a la nada para que descubra su pequeñez. Y esta clave de poder autoritario puede estar a la orden del día en todos los estamentos de la sociedad: en política, en economía, en judicatura y hasta en la propia Iglesia -en la curia, desde el Vaticano hasta las elecciones de obispos y las diócesis-, y cada lugar con sus órdenes jurídicos y dogmáticos propios.

manos_unidasLa verdadera autoridad no es la que viene por el poder impuesto, sino al contrario: por el reconocimiento logrado que la concede y la reconoce en bien de lo común, que es lo más necesario; no es el que ostenta el poder el que es necesario, sino la comunidad a la que sirve y le da sentido a él. No vale justificar que el personaje es cuestión de necesidad para la comunidad, que cuidando el personaje se cuida la institución y que ese es el verdadero servicio. Hoy, como nunca, nos hace falta recuperar la verdadera autoridad, la que se hace creíble y necesaria en el quehacer de la vida, en la casa, en la familia, en la escuela, en la calle, en la ciudad, en la política, en la justicia, en la empresa y en la comunidad eclesial. Sus indicaciones están claras: el poder no concede la autoridad, ese proceso está fallido y no va a funcionar ya. Tenemos el reto de ir a la auténtica autoridad y de recobrar los valores y la confianza de los que están a la sombra de las instituciones y de los que las dirigen.

cubocapitalsocialQuerido Padre, nos sentimos interpelados por su llamada al manifestar que la crisis, que es tan clara en política, en economía, en justicia y en la misma Iglesia, necesita volver a la autoridad originaria, y ésta no va a venir por recuperación o imposición del poder, sino por la vía de la autenticidad, aquella que se logra desde el servicio, la humildad, la creación de fraternidad y comunidad, de protagonismo activo de todos, de confluencia de voluntades, del deseo profundo de servir y lograr lo mejor para los otros y, especialmente, para los más heridos y necesitados, los más débiles de cada lugar… y, todo esto, en verdadera comunidad creativa y compartida. Esa es la tarea que tenemos todos: diputados, senadores, alcaldes, concejales, banqueros, jueces, cardenales, obispos y sacerdotes. Al verle actuar, recuerdo al humilde Pescador de Galilea cuando se le acercaba la gente y le decían que Él no era como los fariseos y los escribas, que Él enseñaba con autoridad… Y esa autoridad de la vida es la que necesitamos hoy, más que nunca, en todos los estamentos.

Agradecido y esperanzado: