La herencia de mis padres

LA VERDADERA HERENCIA

Hoy nos hemos vuelto a encontrar los hermanos, los hijos de Gabriel y Dolores: Gabriel, Maxi y Pepe.  Una vez más son ellos, mi padre y mi madre, el motivo de nuestro encuentro fraternal. En este caso, hemos peregrinado a Granja de Torrehermosa, nuestro pueblo de origen, por cuestiones burocráticas y de organización de las cosas –bienes se les llama-  de nuestros padres, la herencia.

Gabriel y Maxi salieron desde Mérida y yo  de Badajoz, nos encontramos en Zafra a la mañana temprano, donde ya se respiraba  el calor y el color de la feria internacional del ganado. Un desayuno familiar con sabor extremeño, tras el abrazo agradable y necesario,  camino de Llerena, donde está situado el registro de la propiedad de nuestra zona de la Campiña sur. Allí, partes de defunción,  recibos de ibis rústico y urbano. Recogida la información, nos disponemos a llegar hasta nuestra casa…nuestra casa. La expresión retumba interiormente con una fuerza indescriptible. Llegada, besos a los vecinos, visita al enfermo, a quien vigila la casa, ellos muestran su cariño y alegría al vernos juntos a los tres, después del fallecimiento de mi madre. Entienden que vamos a darle una vuelta a la casa. Necesitamos entrar en ella,  recorrerla entera, necesitamos lo que no nos puede dar en estos momentos, sentirla viva. Hoy no, no estaba viva, aunque rebosaba de sentimientos que afloraban en cada esquina, silla, cuadro, foto, papel, sábana,  cama, patio… pero hoy eran mudos, como nunca lo habían sido. Gritaban llenos de mudez.

El camino ha estado lleno de tantos sentimientos… indescriptible.  Gozosos por encontrarnos, por ir juntos, por querernos, por no ansiar nada,  por querer compartirlo todo, como si en el gozo pudiéramos dar razón de nuestra esperanza, y de la resurrección de los que se nos han ido, y de la madre querida y amada, que nos falta en su debilidad donde tanto nos unió. Un cariño que proclama que todo ha merecido la pena y que la muerte no se lleva el amor fecundo. Pero un gozo sentido, lleno de silencios, miradas, lágrimas furtivas, llanto explícito, retortijones internos, gritos callados, risas llenas de cariño y de presencia de una ausencia que nos duele pero que nos sigue uniendo. Deseando salir corriendo y a la vez querer quedarnos allí para siempre. Pensando en deshacernos de todo para no mirar la ausencia, y queriendo mantenerlo en la vida y en el alma, así como está, para que siga  siendo siempre lo que fue, aunque ya sea imposible. No resistimos mucho, teníamos que ir  a la certificación serena de que  ya no tenemos nada aquí en la tierra. La entrada en el cementerio  y nuestros pasos hacia la tumba familiar fueron lentos, tranquilos, sosegados, con respiración serena y profunda, nos parecía no llegar pero ninguno decíamos  nada, queriendo ser los tres  primeros a la vez, para descubrir la lápida puesta y ultimada pero la tumba vacía. Sí, la tumba vacía porque quien ha sido todo en el amor para nosotros ahora no puede ser nada, en ese silencio, en ese hueco, en esa oscuridad, en esa muerte. Porque ella fue vida, voz, plenitud, luz, ánimo y allí no está, la tumba no puede retener a quien amamos. Nuestra oración musitada, individual y comunitaria a la vez, el encuentro con el sepulturero que  por iniciativa propia había arreglado la tumba y tenía que recibir su jornada por su trabajo hecho, y el caminar hacia aquellos que tan unidos estuvieron en la vida a nuestra madre: la tumba del tío Ángel, también vacía, como la de la abuela Victoria y el tío Josele ya gloriosos, como proclaman las lápidas blancas y brillantes que nos hablan del descanso y del amor de Dios en que se hallan.

Vuelta a la burocracia para ordenar lo poco que nos queda en la notaría de Azuaga, donde ellos testaron algún día confesando en papel lo que hacían en vida, que todo lo suyo era nuestro. Habrá que esperar. Pero por hoy, el  montón de sentimientos necesitaba alternancia y contraste.  Necesitábamos pasar el día juntos, para elaborar el duelo, comer, pasear, hablar, distendernos, contarnos cosas, reír, emocionarnos, entretenernos, apoyarnos, ilusionarnos, sentirnos…como todos esos años vividos en esa casa, en esa calle, en ese pueblo, con esos padres y esa familia. El comer un menú sencillo en Zafra y pasear por las exposiciones de ganado de la feria internacional, tomar café, hablar y hablar… ha sido sanante.

Al regresar, mi sobrino que nos acompañó me confesaba que él hoy quería estar porque hacía muchos años que él no había venido a la casa – son siete los que no hemos pasado el verano en ella-  y quería sentir, ver, oler, tocar lo que en su infancia le parecía grande, hermoso, rico, alegre, festivo, cariñoso, libre… la casa de la abuela y del  yeye. El hizo fotos, con lágrimas en los ojos en cada lugar de la misma, hablando de lo que cada signo le hablaba a él. Se emocionaba  en cada paso y en cada mirada, y me emocionaba a mí cuando, llegando a Badajoz de vuelta, me confesaba que le dolía que pudiera ser la última vez que la viera  y que por eso necesitaba y deseaba venir este día con nosotros.

Hoy realmente ha sido un día de duelo, de los que necesitamos vivir para elaborar la ausencia y la presencia de lo querido y lo amado. En  la experiencia hemos gozado desde el sufrimiento, y es que quizá tenga que ser ese el camino, para que nazca la verdadera esperanza. Ojalá sepamos seguir elaborando este duelo, no con olvidos sino con el gozo de hacer presente el cariño que hemos recibido.

Nos lo ha dicho el papa Francisco, cuando afirmaba irónicamente que nunca vio un camión de mudanzas detrás del féretro de un muerto.  Nosotros lo hemos comprobado hoy, ahí está todo pero realmente no hay nada. Está todo lo que era la casa, los muebles, las tierras, los recuerdos, todo lo cuidado, valorado  y querido por una familia  sencilla y humilde. Todo lo que fue necesario  e importante  mundanamente hablando. Pero como si no estuviera, hoy lo que nos llenaba y lo que nos unía  era todo lo que mi padre y madre nos habían entregado en vida: sus propias personas, ese ha sido el tesoro que no tiene precio de ningún modo. Y esa entrega valorada y agradecida es la que nos une y nos da esperanza. Todo lo demás es realmente secundario y relativo. Nada comparado con el amor, ya lo dice el cantar de los cantares que si alguien pretendiera comprar  el amor con todas las riquezas de la tierra se haría despreciable. Por eso hoy todo era nada, y sin embargo la aparente nada  de una tumba vacía nos hablaba del Todo que esperamos y que sabemos que están disfrutando los que nos amaron, esperando que sintamos su amor y nos volvamos a encontrar, sin riquezas del mundo, pero con amor eterno, ese que atisbamos cuando los hermanos nos unimos en el cariño de un día compartido.