Oración y difuntos

¿Por qué rezar por los difuntos?

Ya está la vela encendida tintineando con su llama, como una oración permanente que nos acaricia en un abrazo de silencio con aquellos que queremos, en una ausencia habitada por el recuerdo y el cariño. Una oración sentida, como la llama, que permanece viva aunque sea en la herida de lo último que no dijimos, o de los abrazos y besos que quedaron por dar sin percibir la importancia de un momento y de una posibilidad que no tendría vuelta. Y para hacerlo no me ha hecho falta nada más que ir a donde tú ibas madre, para encender la misma vela que tú encendías, en el mismo lugar, y coger la estampa que tú nunca olvidabas –con tu virgen de los Dolores- y colocarlas con las fotografías de los seres amados que nunca abandonaste. Para mantenerla encendida toda esta noche y todo el día de mañana, en el que la Iglesia nos invita a orar intensamente en esa comunión transversal que une a la Iglesia triunfante y peregrina con todos aquellos que están en el proceso de purificación en el abrazo fulgurante y glorioso con Cristo resucitado. Aquellos que viven el proceso transformador para entrar en el amor de lo eterno y disfrutar de lo definitivo en el ámbito de lo absoluto, donde todos seremos de todos en el todo del amor de lo divino.


Por eso ante la pregunta sobre mi oración, desde este día y con esta vela alumbrando tu rostro sencillo donde sigo atisbando tu mirada, no me valen de entrada todas mis explicaciones escatológicas aprendidas y explicadas, porque la primera razón no es otra que tú misma, rezo en este día porque tú lo hacías, y quiero hacerlo especialmente por ti, madre querida.

Y desde ahí traigo a mi interior almado el recuerdo de las vivencias de las muertes de los seres queridos en la familia, de los amigos y vecinos, siempre la oración fue el lenitivo y el consuelo de nuestra familia en el dolor más herido, tanto de los más queridos y rotos por lo temprano de su partida, como en la naturalidad de los que se fueron a descansar con los suyos desde una muerte pensada, aceptada y acogida en su ancianidad. Por eso hoy recuerdo entrañablemente cuántas veces te hemos acompañado al cementerio, especialmente en este día, desde muy pequeños, con la misión de rezar y oír cómo me hablabas del cielo como una fiesta y un baile en el que los que habían marchado tenían mucha alegría si nosotros estábamos unidos a ellos por la oración. Te imagino en la fiesta y te quiero como tú eras, desde la sencillez llena de alegría, de baile de pequeños pasos con nuestro padre, a quien quisiste hasta la muerte, con saludos a traspiés y sonrisas cómplices con todos.

Por eso enciendo la vela y rezo, y siento el rezo de tu rosario en la casa de la abuela con todos por todos, y escucho en el sueño de lo real –en el latido de antaño y niñez- las avemarías y las letanías radiofónicas, desde el convento de clausura, que cada tarde te acompañaba mientras planchabas, lavabas o cosías, como una mujer sencilla de Nazaret. Y mañana celebraré la eucaristía, recordando como te levantabas a la misa de alba, cuando la noche era cerrada pero sonaban las campanas de las ánimas, y nos explicabas cómo hoy la iglesia celebraba tres misas por nuestros difuntos y nos animabas a estar en todas. Recuerdo también, cómo llegaba yo a la noche siendo monaguillo para contarte todas las aventuras y anécdotas de los responsos rezados y cantados, con alguna unción y mucha monotonía, el cura, el sacristán y los monaguillos, junto al pueblo llano y agradecido, íbamos lanzando con el agua bendita del hisopo en cada tumba y ante cada lápida, para terminar con uno para todos, cuando ya no quedaban fuerzas, para que ningún alma se quedara desangelada.


Pero rezo también porque creo y espero en el encuentro glorioso y definitivo, que tú ya vives, al que un día llegaremos contigo los que ahora seguimos como peregrinos en este mundo. Así me decía hoy una anciana en la residencia: yo le pido a mis hijos, ellos que están más cerca de Dios, que intercedan por mí. Dos hijos que ha visto morir y que ha llorado con fuerza. Yo también creo madre que estás más cerca de Dios, junto a todos los amados que te precedieron, y por eso mi oración quiere abrazarte y en ti abrazar a la humanidad y al Padre divino, en su Hijo Jesucristo, por la fuerza de su Espíritu.


El tintineo de la vela lo siento más fuerte este año, más amigo, más cercano, como más entrañable y materno. Me recuerda el silencio habitado, de tu última etapa entre nosotros, tu mirada fija y tierna, tu grito de amor nunca agotado en un decir sin sonido para no tener aspereza alguna, y a ese silencio me abrazo recordando con serenidad los besos sonoros últimos en tus pies benditos aquella tarde en que te marchaste sin dejarnos solos, sino abrazados y queridos para siempre. Sí, esta vela me augura y asegura que nada nos podrá separar de tu amor de madre, porque ahora tú nos quieres con el corazón de Dios y sabemos que al mirarnos se os conmueven las entrañas. Por eso rezo, y en las avemarías y los padrenuestros siento tus abrazos esta noche y me duermo en tu pecho como cuando niño, con la luz de una vela que me quita el miedo, y me da la paz que augura que el amor es más fuerte que la muerte, y que tú ya estás – eres eterna- en el amor eterno.

One Response to “Oración y difuntos”

  1. Todos tenemos algún ser querido que, desgraciadamente, nos ha dejado; pero sólo nos ha dejado en cuerpo, porque su alma, su esencia, siempre está con nosotros, cuidándonos, pero sobre todo guiándonos en el difícil camino de la vida, de esta vida que nos toca vivir sin ellos, pero con dignidad, con fuerza, con pasión. Aunque estos seres queridísimos siempre están presentes en nuestra vida, en nuestra memoria y en nuestra forma de vivir, hoy es su día y aquí está mi pequeño pero necesario y merecido homenaje porque, allí donde se encuentren, velan por nosotros. Sólo nos queda esperar el ansiado reencuentro.