ATARDECERES UNICOS

Desde la residencia de mayores de la Granadilla

Me  delata el sentimiento por los atardeceres cada día, todos me parecen geniales y únicos. Alguno  me sobrepasa y me deja extasiado y sin palabras ¿Qué tendrán los atardeceres para seducirnos de esa manera?  En alguna ocasión, alguien me ha dicho que prefiere los amaneceres que le transmiten más alegría y novedad, los atardeceres le parecen más sombríos y  sentimentales  por lo que tienen de ida y acabamiento. La verdad que yo me siento atraído por el misterio de los dos, pero será por haber vivido muchos atardeceres  en mi casa, con la mirada de mi madre en su ancianidad junto al balcón, con un sol rojizo  de despedida, que me tocan especialmente. Y de eso quería hablar, del atardecer único de la vida.

Ayer, como cada miércoles alterno, me reuní con el grupo de Vida ascendente  de la residencia de  mayores de la Granadilla (Badajoz). Se trata de un grupo de unas doce personas, residentes que están en torno a los noventa, unos leen  y otros no saben apenas, pero vamos desgranando los temas del material que propone el movimiento. Ellos van como grupo cristiano a estar ese rato reunidos. Yo me lo tomo como algo personal y especial, trato de no faltar y acompañarles, aunque vienen unos monitores del movimiento.  Ayer estaban viendo el tema de cómo Jesús hacía las cosas en su vida y cómo nos pide que las hagamos nosotros: curando, bendiciendo, perdonando…y  dando gratis. En la gratuidad les propuse hacer un parón, para entender bien lo que significa ese deseo de Jesús de que demos gratis, que seamos gratuitos para los demás, como lo es el sol en el atardecer de cada día. La metodología que utilizamos fue sencilla, recordar en nuestra vida una persona y un gesto de generosidad y gratuidad para con nosotros. Enseguida comenzaron a compartir con una transparencia y una emoción desbordante.

Gloria nos habló de cómo su marido quería estar con un sobrino querido, que criaron y que murió antes que él, en el mismo descanso. Al llegar la hora se encontró que no podía cumplir este deseo porque estaban en Badajoz y  los restos de su querido hijo-sobrino en Madrid, pero una  sobrina que sabía del tema se encargó  y lo hizo posible encargándose de todo con una ternura y gratuidad absoluta. Nunca lo podrá olvidar. Isabel nos contó como su marido tuvo un accidente y alguien que se lo encontró fue a su casa se lo comunicó, la llevó a ella hasta el lugar del accidente… y cómo otro señor al saber que ella no llevaba dinero para irse a Badajoz con su marido, le dio la mitad de lo que llevaba, para comprar la fruta para su comercio, para que no le faltara. Nunca lo olvidará. José nos  contó como en un momento de débito fuerte ante un prestamista,  su sobrino, que recibió dinero de una lotería, se hizo cargo de todo sin pedirle nada a cambio. Nunca lo olvidará.  A Pepa siendo niña  con las fiebres tifoideas, llegó la medicina que la podía curar, pero su madre solo tenía cincuenta pesetas, hacían falta doscientas, sus vecinas pusieron entre ellas todo y se salvó de aquella enfermedad. No lo olvidará nunca. Marta confesó que cuando llegó a la residencia se vio sola, deprimida y encontró en Pepa y a Jacinta a dos hermanas que generosamente la han cuidado, animado, protegido y le han hecho posible la vida y la recuperación de su ánimo. Eliodora y Encarnita, llevan poco tiempo, pero les pasó algo parecido, han encontrado a María, de noventa y un año, que es su alegría y su fuerza – le llaman “el Padre López”, sacerdote ejemplar de Badajoz por su ayuda a los más pobres en el siglo pasado- . Todos los que están en la reunión confirman este testimonio de ellas y proclaman abiertamente que María es única, que no hay otra como ella en la residencia.

Y en  ese momento le toca hablar a María que está muy callada y sonriente ante lo que hablan sus compañeros de que es el signo más claro de la gratuidad y de la generosidad. No lleva mucho tiempo en la residencia, pero las dos o tres veces que he hablado con ella me ha cautivado.  Ayer abrió su boca la última, y ante la pregunta de qué experiencias positivas de gratuidad había tenido en su vida hizo una confesión de fe admirable. Contó cómo su infancia y su juventud habían sido dura, con mucho sufrimiento. En pobreza fuerte tuvo que servir a muchos, en muchas casas  y sin miramientos; no la trataron bien. Hizo su vida con su matrimonio y sus hijos, con dificultad, ha visto morir a dos de sus hijos con mucho dolor. Pero en todo este proceso, ella nunca desconfió del Señor, al contrario se agarraba más a él, en la dificultad. Ella esperaba en el Señor y no se arredraba  ni se echaba atrás, tenía seguridad  de que Dios le ayudaba gratuitamente, por eso cada noche, pasara lo que pasara en el día, ella le daba gracias por la vida, por el pan, por la salud,  por los suyos, por el trabajo… siempre gracias.  Y en medio del dolor y la fatiga, ella pensaba: “seguro que el Señor algún día me dará algo bueno, me regalará algo estupendo”. Ahora confiesa que ya lo está recibiendo: “su vejez”.  Se proclama alegre en su ancianidad,  más que nunca en su vida, en sus noventa años. Nos decía: “tengo salud, me puedo mover, traer encargos, ir a mi casa,  recibir a mis nietos, amistades, tranquilidad, puedo bailar todos los domingos… si hoy me dijeran que podía volver a tener quince o veinte años, para tener que vivir lo mismo que he vivido y sufrido, no tendría ninguna duda en quedarme con mis noventa, con la paz, la alegría, la serenidad y el cariño que tengo y me rodea”.  Para María está claro que el atardecer está teniendo un color único y especial… al salir de la reunión y dirigirme a la parroquia voy musitando sus palabras a la vez que miro al sol que se esconde sobre un rojizo de calor y vida extraordinarios y veo a  María, gloriosa en su vejez, me llena de ánimo y de fuerza, me ayuda a entender porqué hay atardeceres que me sobrepasan, me extasían, me obligan a pararme y contemplarlos, como hoy me está ocurriendo con el de esta anciana. Sí, ella es uno de esos atardeceres divinos y  únicos, que Dios da gratuitamente a los que ama  y a los que confían en El.

José Moreno Losada