Stabat mater… hoy

“No creo que se me olvide en toda mi vida”

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En los últimos días hemos elaborado, entre tres compañeros, un pliego para la revista de Vida Nueva, con motivo de la Semana Santa. Nos pedían que presentáramos de alguna manera la pasión, vía crucis del Señor. Lo hemos construido con esmero y cuidado, buscando que ayudara a muchas personas en la contemplación del triduo pascual, aproximando a la pasión, muerte y resurrección de Jesús desde la vida y la historia, en el hoy que estamos viviendo.A mí me tocó hacer reflexión sobre el abandono, la experiencia de soledad y despojo, donde ni siquiera se hace perceptible la presencia de Dios, sino sólo una ausencia dura y oscura. Para ello elegí cuadros y gritos de la realidad actual al hilo de sufrimientos, hasta me encontré con la oración del Papa Francisco donde apuntaba que ante el sufrimiento de los niños lo que le sale es orar desde el grito: “Señor, por qué, por qué…”.

Estoy en estas lides y reflexiones, cuando hoy la hermana de un compañero sacerdote que está en misiones en Perú, me hace llegar un mensaje watsap que él le envió hace muy poco. Según lo leo, recuerdo el vía crucis, e imagino la escena de María junto a la cruz de Jesús, y a este crucificado en manos de su madre después del último suspiro, la que siempre me recuerda a la devoción materna a la Virgen de los Dolores. La imagen es tan real y fuerte que provoca la ternura de una fe elaborada en la cruz y en el dolor, como no podía pensarse. Siento una interpelación fuerte y la necesidad de compartirlo, para dejarnos hacer por esta estampa de pasión viviente, de esta madre junto a la cruz de su hijo, agarrada a la esperanza y a la fe por encima de la muerte y la oscuridad, pasando ,sin ruptura alguna, del “Dios mío, Dios mío… por qué me has abandonado” al “tus manos encomiendo mi espíritu y en Ti confío”. Una fe desnuda y fuerte, probada como la de Abrahám, pero llevada hasta el límite de lo divino en Jesucristo. Acojo el testimonio de esta madre y me uno a la expresión del misionero, que nos lo transmite, al terminar el relato: “no creo que se me olvide en toda mi vida”.

Así lo relata mi amigo Antonio: 

El domingo me avisaron para ir a dar la unción de enfermos a un niño. Primera vez en mi vida. Desahuciado de Lima con leucemia, nueve años. Hoy he vuelto a verlo. Su madre en la cama sentada con la almohada apoyada en la pared y sosteniendo a su hijo encima de ella abrazándolo. Ella con el pelo bien rapado -como él-, joven, no creo que llegue a los treinta años. El niño agonizando, inquieto con los ojos rojos de sangre y la boca negra de sangre acumulada. He estado una hora. A la media hora me pidieron que rezáramos. Hicimos una pequeña oración. Después de terminar la madre se arrodilló a los pies de la cama agarrando a su hijo con entereza y hablándole con mucha calma. Más o menos le dijo así:

“ ¡Andrés, estate tranquilo. Te amo. Eres un luchador como has demostrado cuatro años en el hospital. Pero no luches ya más. Abandona este cuerpo. Tú has vencido a la enfermedad, has vencido al cáncer. Tú has ganado. Hay cosas que no entendemos, como ha dicho el padrecito. Pero no voy a renegar de Dios y tu tampoco Andrés. Mi fe se va a hacer más fuerte. No le voy a preguntar a Diosito por qué. El te lleva porque te quiere. Si, tú eres su tesoro y por eso te lleva. Vete ya con El, no tengas miedo. Vas al cielo, es bonito. Pero no te vas a ir así, no. Tienes que cuidar de mí, vamos a estar juntos siempre, toda la eternidad. Siempre te vamos a tener presente. Pídele a Diosito por tus amigos del hospital de Lima, por todos los niños que tienen cáncer. Diosito, llévatelo ya. Que deje de sufrir. Perdóname Andrés. Perdónanos a todos.”

No creo que se me olvide en toda mi vida.

One Response to “Stabat mater… hoy”

  1. ¡Impresionante y sensible post!
    .
    Nosoros podemos aproximarnos al dolor de María, como podemos intuir levemente el dolor de la madre de Andrés.
    Lo que está muy velado a nuestros ojos es el dolor infligido a los hombres de todos los tiempos que asume, por ‘extremo amor’, Jesús.
    No puede zafarse de tanto dolor porque no puede obviar amarnos hasta el extremo. La condición de Hombre Total liga a Jesús a toda la humanidad.
    De ese amor y ese dolor y ese perdón recapitulados en Jesús, viene nuestra redención. De cada porción de dolor y amor en nuestra vida, viene la corredención.