Elecciones en Pascua

 

 

Elecciones y el Resucitado

A la hora de votar, una clave pascual a considerar:

De la división excluyente a la justicia universal

– En medio de una realidad tocada por fronteras que dividen y excluyen, que señalan pobres y ricos, propios y extraños, hombres y mujeres, mayores y niños, blancos y negros, buenos y malos, religiosos y ateos, parados y trabajadores, casados y divorciados, locos y cuerdos, listos y torpes, primeros y últimos…el resucitado muestra un poder único y universal que presenta un horizonte de fraternidad universal que ya no tiene vuelta atrás de ningún modo, lo católico se abre en la universalidad de la dignidad de lo humano que ha de llegar a toda la tierra y a todos los días de la historia:

“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar tolo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Mt 28,18-20”

Hoy necesitamos una evangelización que claramente en el mundo pase por una mayor calidad liberadora y transformadora. El encuentro y la comunión con Cristo es la finalidad de la transmisión de la fe. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación a la vida”. Y este encuentro con Jesucristo y con su mensaje de vida nos liberará y transformará. El Papa Pablo VI nos decía que el “núcleo de la Buena Nueva de Jesús es la liberación de todo lo que oprime al hombre, sobre todo la liberación del pecado”. Se requieren evangelizadores con Espíritu que oren y trabajen: “desde el punto de vista de la evangelización, no sirven las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social o misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (EG 262)

Es fundamental para realizar la misión tener los sentimientos de Cristo, lo cual supone ejercer como Iglesia de la acogida y de la misericordia. Por sus actitudes y criterios de acogida, de misericordia y sanación. Debemos reconocer, como nos dice el Papa, que “si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos. En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (EG 63).

Por eso, los métodos y criterios pastorales que hemos de tener presente son los que ya Jesús mantuvo en su relación con la gente: “El mismo arte de Jesús de tratar con los hombres debe ser considerado como elemento esencial de su método evangelizador. Él era capaz de acoger a todos, sin discriminaciones ni exclusiones: en primer lugar los pobres, después los ricos como Zaqueo y José de Arimatea, o los extranjeros como el centurión y la mujer siro-fenicia; los hombres justos como Natanael, o las prostitutas, o los pecadores públicos con los cuales compartió también la mesa. Jesús sabía llegar a la intimidad del hombre y hacer nacer en ella la fe en Dios, que es el primero en amar (cf. Jn 4,10.19), y cuyo amor nos precede siempre y no depende de nuestros méritos, porque el amor es su mismo ser: “Dios es Amor” (1Jn 4,8.16). Él es, de este modo, una enseñanza para la Iglesia evangelizadora, mostrándole el núcleo de la fe cristiana: creer en el amor a través del rostro y de la voz de ese amor, es decir, a través de Jesucristo”. “Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (EG 44), teniendo un “corazón misionero que nuca se repliega en sus seguridades, nunca opta por la rigidez autodefensiva” (EG 45) y no comportarnos como controladores sino facilitadores de la gracia (cf. EG 47).

Se trata de mostrar a través de nuestra pastoral el rostro misericordioso, samaritano y acogedor de Jesús, rostro del Dios sanante que nos ha de llevar a desarrollar la fuerza sanante de la fe y a promover un estilo pastoral sano y sanador, capaces de sembrar salud con nuestra manera de ser, de trabajar y de vivir la fe. Nuestro compromiso creyente ha de llevarnos al compromiso por una sociedad más sana desarrollando acciones que incidan en la lucha por unas condiciones de vida más saludable para todos los hombres y mujeres de la tierra (alimentación, vivienda, medio ambiente, cultura, condiciones de trabajo…); el logro de unas estructuras más humanas que promuevan el bienestar integral de las personas; el desarrollo de unas relaciones más justas y solidarias entre los pueblos de la tierra; el respeto a la creación y al desarrollo de una cultura ecológica recta, el saneamiento de políticas insanas que provocan sufrimiento, marginación, paro violencia… .

Pero el signo contundente de la resurrección en la fraternidad universal es cuando los pobres son el centro del corazón de la Iglesia. La iglesia si quiere ser creíble en su anuncio de Cristo resucitado ha de caminar por una opción más clara por los pobres y por un mayor compromiso con la dignificación del hombre, los derechos humanos y la justicia social. La Nueva Evangelización, impulsada por la caridad, que es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia hará brotar la deseada promoción de la justicia y el desarrollo en su sentido más pleno, así como la justa distribución de la riqueza y el respeto de la dignidad de la persona. Esto significa que la acción evangelizadora, sin este anuncio y este complemento del desarrollo y la promoción humana, sería incompleta, quedaría mutilada, pues “de nuestra fe en Cristo, hecho pobre y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad” (EG 186). De aquí que una de las exigencias de la Nueva Evangelización sea preocuparse también por la dimensión social del Evangelio (cf. EG cap. 4), por la dignificación de las personas y por la justicia social. “La “nueva evangelización”, de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia.

En nuestras comunidades, ante la crisis que estamos viviendo, tenemos que tener claro que los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo han de pensarse como respuestas pasajeras, pues “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar (…). Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo” (EG 202).