Pascua de aleluyas y sangre

PASCUA CRISTIANA: ALEGRÍA Y DOLOR

Me despierto en este Pascua Cristiana  con un sabor agridulce, con alegría y dolor, entre juventud festiva y atentado de muerte y dolor en plazas y parques, y quiero permanecer en la Esperanza.

Han sido cuatro días intensos, de una profundidad vital impresionante, donde adultos de distinto tipo –sacerdotes, religiosas, profesores, periodistas…-, que hemos compartido el espacio, hemos sido sorprendidos por entender que lo que estábamos viviendo era  algo único. Más de cincuenta jóvenes entre 16 y 30 años –militantes de la Juventud Estudiante Católica-  que se plantean en serio cuestiones tan centrales como luchar contra las injusticias en los institutos, participar en los espacios estudiantiles y sociales desde el ser universitario y joven, o adentrarse contra el  sufrimiento laboral  y favorecer espacios de realización en el ejercicio del trabajo, entendiendo que este es mucho más que un salario, que se hizo el trabajo para el hombre y no el hombre para el trabajo.

Lo hemos hecho en un espacio privilegiado, un albergue al costado de las murallas de Ávila, en la universidad de la mística. Allí el Evangelio se nos ha hecho compañero de camino, la lectura creyente nos ha hecho arder el corazón, la cruz se ha transformado en vida, el pan lo hemos amasado con nuestras vidas, los clavos han tenido nombre, el crucificado ha tenido rostro de joven asesinado en Siria, compañero de militancia, y la resurrección se nos ha dado a trozos desde un Dios destrozado que nos ha abierto a la esperanza de que otro mundo es posible, y de que nuestra debilidad lo puede hacer tocada por la fuerza del resucitado que se nos da en estampas de lo más cotidiano, de lo más sencillo y lo más cercano. Por eso nuestra fe incluso se ha hecho baile y nuestra celebración fiesta y silencio, al mismo tiempo. Hemos pasado por el misterio de nuestra pascua personal, juvenil, estudiantil, eclesial, social, y desde ahí nos duele todo lo que le duele a la humanidad, creciendo en el deseo de un Reino que ya está viniendo, pero que quiere de nosotros para hacerse más real y más auténtico, para tocar más realidades sufrientes y desesperanzadas,  compadecerlas y con pasión darles nuestra vida.  Hemos visto, junto a jóvenes llenos de vida y de esperanza,  la pasión y nos hemos abierto a la compasión. El Aleluya final ha sido nuestro canto de misión y envío con el deseo de que saber mostrar el rostro del resucitado en trozos de vida y encuentro en todos nuestros espacios diarios juveniles estudiantiles y profesionales.

Y toda esta luz y este sentimiento de gracia y esperanza, ha chocado en la mañana de pascua, cuando todavía estaba ardiendo el Cirio de la luz del Cristo resucitado, el que nunca quiere apagarse, con la noticia de mujeres y niños que han muerto en un parque paquistaní, cuando estaban celebrando la fiesta de la Pascua, de ese resucitado del que nosotros también somos parte. El odio  y la violencia, una vez más se han vestido de crucificado, de terror, de muerte y han acabado con lo sencillo de vidas humildes y esperanzadas, que creen en la paz y en la bondad de lo humano y se manifiestan en las calles y en las plazas de los pueblos, sin ningún miedo porque el resucitado les ha traído la alegría, la paz y la esperanza.

Nueva sangre de mártires que se hacen semilla de resurrección, nueva lectura creyente hecha de sufrimiento irracional: “Dichosos vosotros cuando insulten, os persigan, os calumnien de cualquier  modo por mi nombre, por mi causa…estad contentos, saltad de gozo, porque vuestros nombres están inscritos en el reino de la vida”. Nuestro sufrimiento quiere hoy revestirse de gozo en el crucificado que ha resucitado, ahí queremos ver todas las víctimas que han muerto en Pakistán  y que tienen rostro y nombre de toda persona que sufre y muere injustamente, sea en el lugar que sea, por la causa que sean, en la fe que sea. Todos son para nosotros el rostro de un Cristo que ha de ser glorificado. Y su mirada nos compromete a fraternizarnos y a responder al odio y a la violencia, con el amor, el perdón y la paz.  Hoy más que nunca necesitamos al resucitado que se encuentra con nosotros y nos dice: “Paz a vosotros, mi paz os dejo mi paz os doy… y id por todo el mundo a anunciad el evangelio del perdón y la vida”. Creo que jóvenes como los que me han ayudado a vivir esta Pascua son los que han de transformar este mundo,  en sus manos está la paz, la alegría y el perdón, en ellos está también el encuentro de la fe y la verdad del absoluto. Serán ellos que construyan un nuevo ecumenismo y  un verdadero diálogo interreligioso, donde el amor y la paz prevalezcan sobre ideologías de muerte y destrucción.  Merece la pena apostar por aquellos que creen que es posible un mundo nuevo, un reino de paz y de justicia, el que nos está haciendo falta frente a tanto dolor injusto e inhumano. Gracias  a vosotros, mi esperanza se renueva y no se rinde ante atentados como estos. Sé que con vosotros la religión, cualquiera de ellas, será sólo luz y nunca muerte.

José Moreno Losada.