Resucitar para ser pan partido

PAN PARTIDO EN LA COMUNIDAD

“Contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”(Lc 24,35)

El Creador, el Padre amoroso, en la fuerza de la pasión por la humanidad, se hizo creatura, y la revolución se estableció en todo el universo por un Absoluto que se hacía señal en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Un sencillo hombre de la historia de cada día, que anduvo por las calles, las plazas, los caminos, a pie descalzo para sentir en su propia vida lo que era la vida de lo humano. Ahí se abrió al misterio del pan de cada día y ahí aprendió a partirlo y a compartirlo. Su propia vida fue entendida como el pan que se parte y se reparte entre los hermanos, lo hizo en todo su vivir diario y lo celebró en la mesa de la entrega definitiva cuando selló una alianza eterna de amor con su cuerpo y con su sangre: “Tomad y comed todos de él”.

No podía morir esta entrega, este amor comprometido, este deseo de justicia y de misericordia sin límites. Lo crucificaron pero, al hacerlo, no lo enterraban, sino que lo sembraron para siempre. El amor es más fuerte que la muerte y se impone a ella. El pan partido se empodera del hambre de la humanidad en su deseo de fraternidad y esperanza, para alimentarla como pan de vida eterna. Y ahora todos podemos comer su cuerpo y beber su sangre, todos podemos ser habitados por el Resucitado que, como Dios destrozado, se nos da a trozos para que podamos vivir por Él, con Él y en Él.

El hombre resucitado encuentra en el pan de la Eucaristía el amén de la fidelidad radical del Padre al Hijo que lo resucita, y del Hijo al Padre que ha arriesgado en su existencia aceptando la cruz a favor de la liberación y salvación de todos los pueblos de la tierra. En el pan glorioso del resucitado está la fuerza que nos ayuda a proclamar que el inocente ajusticiado ha sido liberado para siempre y ya tiene alimento de vida eterna para todos, especialmente los que sufren, que es posible la justicia. No impidamos a Cristo estar realmente presente allí donde Él quiere estar, para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. Hoy como nunca el reto está en que la presencia real de Cristo llegue como sanación, consuelo, dignidad, justicia, verdad, libertad a todos los que sufren en el alma o en el cuerpo.

 

TESTIMONIO

Hace unos meses, la madre de Cristina me escribía desde el hospital y me anunciaba que habíamos entrado en alerta “0”… Su hija se había estabilizado un poco y ahora era posible intentar el trasplante de su corazón para que pudiera seguir viviendo, aunque el pronóstico seguía siendo muy grave. Alrededor de ella se temblaba y se esperaba…Era posible esperar porque la grandeza de lo humano ante los límites es insospechable, y hay mucha bondad en la historia y en nuestro mundo.

Hoy Cristina ha llegado a su casa, ha dejado el hospital de Madrid…Ya ha dado sus paseos antes de salir de allí. Todo un milagro de amor realizado entre todos, médicos, enfermeros, familia, amigos… todo el amor le ha devuelto la vida, y así ha entrado en su casa, llena de amor, con un corazón nuevo que ha sido vitalizado por millares de corazones que la quieren y la animan, conocidos y anónimos, todos unidos por una esperanza y una ilusión. Ahora a caminar y a vencer dificultades, pero todas con amor.

 

El pan partido y entregado tiene como horizonte la fraternidad que se ejerce en la comunidad de la nueva alianza. Somos alimentados por un mismo cuerpo, bebemos en una misma sangre; ahí está el principio y el horizonte de nuestra vida en Cristo.

La comunidad del Resucitado no pude cerrar sus puertas por miedo, sino que está llamada a sentarse en medio del mundo y de las plazas, como hace el pan de cada día, para que a cada uno le llegue el trozo partido de su consuelo, su alivio, su descanso y su salvación. Para eso no hay otro camino que destrozarse en el amor para que otros nos puedan comer en su hambre, todos estamos llamados a comulgar diariamente trozos de Dios resucitado, en medio de la historia, para poder destrozarnos en la entrega y ser  trozos de vida para otros. Y el Dios Resucitado nos viene entregado en los retazos del vivir diario, en los encuentros con los rotos de la historia, así como en los gestos de compartir y de unidad que se nos ofrecen por parte de muchos hombres que hacen de su vida lugar de encuentro, recuperación, sanación y familia para los que más lo necesitan. Traer al centro de la comunidad a los rotos y excluidos ha de ser el oficio propio de los que se han encontrado con el resucitado, de la comunidad eclesial que quiere ser testigo de la esperanza en medio del mundo.

 

“Señor resucitado, queremos ser pan partido para el pueblo, trozos de tu aleluya para todo sufrimiento y tristeza en nuestro mundo”