Visitar al enfermo

Sanos o enfermos?

 Hablar de  salud y enfermedad en nuestro mundo no es nada fácil, depende del lugar y del dolor con que se mire. La Organización Mundial de la Salud dice que la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social;  se trata de una salud integral que atiende a las dimensiones fundamentales de la persona. En el lenguaje cotidiano, la enfermedad es entendida como una idea opuesta al concepto de salud: es aquello que origina una alteración o rompe la armonía en un individuo, ya sea a escala molecular, corporal, mental, emocional o espiritual. No es casual que la palabra salud tenga que ver con la palabra salvación, mientras que la palabra enfermo tenga que ver con debilidad, inseguridad y dolor.

Nos valen estos conceptos sencillos para mirar nuestro mundo, la sociedad actual y nuestras propias personas. Está claro que la enfermedad está presente y se manifiesta de múltiples formas que impiden en desarrollo integral y armónico de la naturaleza y de la humanidad, el listado sería fácil para cualquiera de nosotros: desastre ecológico, hambrunas y enfermedades que afectan una gran masa de la población mundial, así como la situación de depresión, soledad y tristeza –de baja estima- que se vive en los países más ricos que parecen tenerlo todo. A esto se suma lo que viene como límite propio de nuestra propia naturaleza humana, siempre expuesta a la debilidad de la enfermedad, la limitación física, psíquica o espiritual, la muerte, de un modo u otro.

No hay duda de que hay enfermedad, pero sobre todo de que hay enfermos, con dolor y sufrimiento.

 

Compasión y misericordia

 Ante esta realidad, se nos invita a vivir la misericordia entrañable de nuestro Dios, que nos interpela y nos lanza a vivir algo propio de lo divino hecho humano: “visitar a los enfermos”. Conviene que nos paremos y profundicemos en esta obra de misericordia y en su alcance más profundo, tanto por lo que otros pueden necesitar de nosotros, como lo que nosotros podemos enriquecernos en el encuentro con el mundo de los enfermos.

Jesús de Nazaret se identificó con la misión del encuentro con los enfermos y los que sufren: «Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: “¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id y decidle a  Juan lo que estáis oyendo y viendo: los ciegos ven y los cojos andan,  los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan,  a los pobres se les anuncia la buena nueva (Mt 11,2-6)

 

De la pena al encuentro

 Visitar a los enfermos  supone pasar de la pena al encuentro. No  estamos llamados a penar sino a caminar junto al otro en la vivencia de su enfermedad, dolor y sufrimiento. El lugar del enfermo está en medio de la comunidad que lo sana, incorporándolo y cuidándolo, para que  no pierda su protagonismo ni el sentido de su vida. La misericordia nos llama a hacer más saludable nuestro mundo y nuestra sociedad. Hoy necesitamos recuperar e integrar el concepto del enfermo para llegar a vivir todos sanamente la enfermedad. Para ello se requiere:

•          Reflexionar y compartir cómo es nuestra consideración y relación con los enfermos que tenemos cercanos, cómo solemos reaccionar ante la enfermedad. Visitemos a los enfermos y eduquemos a los niños y jóvenes en esta obra de misericordia.

•          Analicemos si nuestros modos de consumo y hábitos de vida son sanos para nosotros y sanantes para los demás.

•          Cuidemos y defendamos, como propio, el sistema sanitario del que nos hemos dotado en nuestra sociedad. Este reto es tanto para los profesionales como para los usuarios, hemos de hacer un uso digno, justo y solidario de este servicio.

•          Pensemos nuestras comunidades parroquiales teniendo en cuenta a los enfermos, su dolor y sufrimiento.

•          Busquemos la relación viva  y cercana con las realidades de limitación y enfermedad que están a nuestro alcance: residencia de mayores, de discapacidades físicas y psíquicas, centros de alzheimer…

•          Colaboremos seriamente con las organizaciones que se preocupan de la salud a nivel universal, especialmente en los lugares de mayor pobreza y sufrimiento: Manos Unidas, Médicos Sin Fronteras, Medicus Mundi, Cruz Roja, etc.

 

Creyendo y orando

 Y los que  tenemos dimensión orante y creyente, oremos por los enfermos y por nosotros mismos, para que sepamos vivir la enfermedad:

Querido  Jesús, tú tenías conciencia de que no necesitaban de médico los sanos, sino los heridos y rotos de la historia. Te identificaste con el dolor y el sufrimiento de los enfermos, lo aceptaste y lo sufriste hasta la muerte, y desde la vivencia radical de tu entrega, tu pasión y cruz, nos has mostrado que lo que hiciéramos a uno de los enfermos lo estaríamos haciendo contigo. En ti,  el Crucificado -que ha resucitado-, nos ha visitado Dios a todos nosotros, como humanidad enferma y herida, para salvarnos y llevarnos a la vida plena. Nos has visitado con las claves de la sanación, del perdón, de la esperanza, de la alegría,  de la comunidad.

 Tú hacías del enfermo el centro de la comunidad, enseñabas a todos que la debilidad había de ser compartida. Tú sabías darle  al enfermo el protagonismo que le correspondía, atento a lo que ellos querían. Tú colaborabas para que el ciego viera, el sordo oyera, el paralítico anduviera, el endemoniado se liberara… creías y soñabas con ellos, compartías su dolor y su vida, y por eso todos te buscaban. Tú eras su luz, su camino y su verdad.

 Hoy nos invitas a todos nosotros, como cristianos e iglesia, a mirar la humanidad desde la clave del dolor, a entrar en la enfermedad que rompe al hombre -tanto física, como psíquica y espiritualmente-. Nos llamas a cuidarnos y a sanarnos mutuamente con el aceite del consuelo, el vino de la esperanza y la ilusión de la fraternidad. Ayúdanos a entender que, en cada enfermo, hay un misterio y un tesoro de ternura y de misericordia para ser descubierto en el encuentro mutuo; también que, en la enfermedad del otro, hay salud y vida para mí.

 Que yo descubra, Señor, que en la visita, seré visitado por ti, si voy de corazón y me abro para compartir el camino con el dolido y el roto, que en su enfermedad y en su dolor estás Tú para mí. Dame un corazón como el tuyo para identificarme con los enfermos y sanarme con ellos en el camino de la única salvación que nos ofreces para todos.

One Response to “Visitar al enfermo”

  1. Hola Pepe. He leído este post sobre los enfermos y me ha gustado muchísimo. Me acordé de inmediato de los hermanos franciscanos de la Cruz Blanca en Cáceres. En esa casa los hermanos, junto a cuidadores y voluntarios, acogen y cuidan de personas con discapacidades. Durante mis últimos años de carrera en Cáceres estuve yendo a aquella casa como voluntario, mayoritariamente los domingos por la mañana. Por entonces cuando iba los domingos a partir de las 10 de la mañana, íbamos juntos a misa, luego me unía a un grupo de los internos con uno de los hermanos y varios voluntarios para sacarlos a pasear por el centro y a tomar algo, y a la 1 de la tarde estábamos de vuelta a la casa para que los residentes enfermos pudieran comer.

    El primer día que fui a aquella casa y conocí a los internos me acordé de las palabras de Jesús en el capítulo 25 de San Mateo en el cual Jesús decía que lo que hiciéramos a uno de nuestro hermanos más pequeños a él se lo hacíamos porque estuvo enfermo y le visitamos. A los residentes internos les echo mucho de menos y cada vez que iba a visitarles muchos de ellos se acercan a mí y me abrazan y yo me sentía muy feliz de verles por el cariño que ahora les tengo. Me sentía muy feliz ante todo hacerles companía con mi presencia y mi afecto.

    Echo de menos hacer aquella labor de voluntariado que me ha dado mucha felicidad y alegría durante mis últimos años de carrera y residencia en Cáceres.

    Por eso yo animaría a aquellos estudiantes de medicina y de enfermería que lean el capítulo 25 del evangelio de San Mateo, las bienaventuranzas del sermón de la montaña y también todo el magisterio de la Iglesia referente al sufrimiento y la enfermedad. Estoy seguro de que les ayudaría a mirar a sus enfermos y pacientes con los mismos ojos de misericordia y compasión con que Cristo miraba a los enfermos de su tiempo.