Corazón partío…

Ante la vuelta de un misionero

Hace dieciséis años, un 13 de octubre, Antonio Sáenz, uno de nuestros mejores sacerdotes de Badajoz, tras haber enterrado cristianamente a su madre a la que quiso y cuidó con mimo, volaba con destino a Perú, a la diócesis de Cajamarca. Allí ha realizado su ministerio, fundamentalmente desde Celendín. Ahora, este 13 de octubre, nos escribe con un corazón roto y nos dice: «Me encuentro así cuando estoy redactando estas líneas. A caballo entre América y Europa, entre Perú y España, entre Extremadura y Cajamarca, entre Celendín y Badajoz. La causa de la partición del corazón no es el lugar, sino las personas que lo habitan. Ocurre que hay decisiones que tienen efectos contrapuestos, lo que no impide tener que tomarlas tras un proceso de discernimiento en el que las dudas tienen frecuentemente más presencia que las certezas. Sin dar más espacio a los preámbulos y sin más demora les comunico que mi estancia en el Perú toca a su fin. Llegué el 13 de octubre de 2000 y me iré en diciembre –día 18– de 2016».

Pan partido, padre y hermano

He compartido con Antonio muchos años de grupo de Revisión de Vida y de Estudio del Evangelio antes de marcharse, he estado allí con él en su parroquia con un grupo de universitarios de Badajoz que se sienten muy unidos a él desde el movimiento de JEC y Profesionales Cristianos, y ahora lo espero, junto a otros sacerdotes diocesanos, para poder continuar juntos caminos de evangelización y gracia. Siento una alegría tremenda de que vuelva, sé que va a enriquecer a nuestro presbiterio, del que es parte, con su vida, su pensamiento, su espiritualidad y su compromiso, con sus opciones de vida ministerial. Aquellas opciones con las que se entregó aquí en su primera etapa, las mismas con las que se ha hecho pan partido entre aquellas gentes que lo quieren como padre y hermano, y con las que ha seguido en relación con nuestra iglesia diocesana de Mérida-Badajoz.

Un ministerio a pie descalzo

Allá se les rompe el corazón en la despedida, como a él al despedirse. Al irse de aquí para allá, el dolor era menor porque esperaba volver; ahora, la decisión de partida de allí para acá no tiene vuelta de hoja. Él ha sembrado y compartido, a eso iba, y ahora te toca saber volver, seguir queriéndolos pero desde otro lugar y otra gente. Así es el ministerio, de corazón a corazón, a pie descalzo, ligero de equipaje, para ser libres y dejar que sea la gracia de Dios la que actúe y habite en los corazones propios y ajenos. La gente que llama desde allá desconsolada, lo hace agradecida; nos dan las gracias por los dieciséis años de regalo de esta vida sacerdotal, lo agradecen a la Iglesia pero, sobre todo, a su familia que lo ha tenido bien lejos.

Él, como buen sacerdote, toma la decisión desde el envío y la misión buscando y discerniendo lo mejor y lo más viable, pero lo hace con corazón compasivo, con el alma rota, con la confianza en Dios, entregando el Espíritu y pidiendo la luz y la protección para ese pueblo y su gente: «Nada fácil ha sido para mí tomar esta decisión, que me ha llevado a vivir con dureza todo el año, al hacerlo en soledad. Para mis adentros pensaba tras cada celebración: “Ultimo Niño de Pumarume, última Semana Santa, último Pentecostés, última Virgen del Carmen…”. Entre julio y septiembre aparecieron impulsos que me animaban a continuar un tiempito más, lo que dio paso a un periodo de incertidumbre que producía malestar. Finalmente, el 28 de septiembre tomé la resolución ya expresada. Les confieso que están siendo fechas de poco dormir y mucho llorar. Agradezco a las personas que están siendo para mí apoyo y consuelo y me transmiten ánimo y reconfortante cariño. Sin duda esta separación es mucho más dura que la que viví cuando vine para acá. Entonces sabía que al menos cada dos años me reencontraría con familia y amigos. Ahora no será igual».

Con el amor de los pobres y sencillos

peruNo será igual, claro, la forma, la relación, la vida, el encuentro… Ellos quedan allí y tú te vendrás aquí, con nosotros y otros que te necesitan. Pero no podemos menos de dar gracias a Dios contigo y ese pueblo, por todo lo que habéis vivido y crecido, por todo lo que nos habéis aportado desde tan lejos, porque tú ahora vuelves más grande en la pequeñez, más fuerte en la debilidad, más valiente en el miedo, más hombre de Dios y mucho más humano.

Y eso te lo han dado los más pobres y sencillos. Ahora tú eres evangelio abierto para nosotros, tu grito de dolor es la exclamación más fuerte de amor y anuncio: «Dios me ha hecho fuerte en la debilidad, me ha enriquecido con su pobreza, me ha mostrado que nada me podrá separar de su amor y de los que son sus preferidos». Y ese Evangelio nos hace falta aquí como agua de mayo, o de otoño, porque aquí necesitamos sembrar y sembrarnos de nuevo.

Un dolor que cura

Vienes en el invierno y te necesitamos como primavera. Nuestra Iglesia está en proceso, con planes pastorales, con deseos de creatividad y misión evangelizadora, con sed de comunión. Que tu dolor nos cure y nos anime a todos a dolernos de nuestra realidad para amarla como tú amas la que dejas allí.

Antonio, ¡te queremos y te esperamos! Entendemos que les duela y que te duela la separación. Sabemos que vienes, como bien nos dices, marcado con la gracia de la vida y del pueblo: «Ahora sólo pretendo dar a conocer mi decisión y expresarles mi más profundo agradecimiento por tanta vida compartida, imantada en algunos casos, con presencias y experiencias que han marcado fuertemente mi vida y jamás olvidaré, pues están grabadas con el fuego del amor en mi corazón».

Por todo y para siempre: ¡Gracias, hermano!

José Moreno Losada