Volviendo… con desiertos lejanos -¿terroristas extranjeros?-.

Volviendo con dolor

Hace meses que no deambulo por esta  pista del blog… pero no estoy en el olvido. El desbarajuste de las claves me ha hecho estar lejos, pero ya estoy corrigiendo la ausencia. En estos momentos de convulsión por el atentando de Barcelona y Cambrills, me parece oportuno comenzar escuchando la reflexión de Álvaro Mota Medina, actual presidente de la Juventud Estudiante Católica, le doy mucho valor en los tres niveles:  nos presenta su pensamiento como joven actual que está en conexión con jóvenes de todo el mundo y preocupado por la realidad actual que ellos saben que han de resolver y levantar, porque habla desde la reflexión universitaria como estudiante que piensa su mundo y  la crisis actual que estamos viviendo consciente de los peligros y de las necesidades más acuciantes que se están dando en la educación y en la cultura actual, y  además porque habla como un cristiano que quiere seguir a Jesús implicado en una Iglesia que ha de estar abierta y en salida en este momento de la historia, me parece crucial lo que  un joven cristiano nos dice hoy a la comunidad cristiana ante este atentado que es un signo más de una realidad que requiere hospitales de campaña en todo el mundo, para lograr una humanidad mejor. Pero escuchemos a Álvaro en su artículo:

De desiertos lejanos

Con el gesto derrotado, el alma atormentada por el horror de la guerra y el anhelo de justicia y de redención como obsesión vital , el excombatiente Ethan Edwards, inolvidablemente interpretado por John Wayne en  Centauros del desierto (John Ford, 1956) emprendía un viaje crepuscular hacia la búsqueda de la mirada tierna de una niña, su sobrina, que los indios comanches (salvajes estereotipados en el imaginario patriótico-poético del western clásico norteamericano) secuestraron vilmente, arrebatándole la infancia con una muñeca entre sus manos.

 

El personaje de Wayne apenas disimulaba su racismo, odio y aversión hacia una raza, sentimientos que había ido fraguando, a lo largo de su vida, en su lucha militar y sus conflictos interiores. Y el emprender esa búsqueda para encontrar y rescatar a su sobrina junto a un joven mestizo le pone en continuo contraste y cuestionamiento con sus valores más arraigados en un recorrido que se torna una suerte de viaje iniciático, un camino de descubrimiento personal y colectivo donde aflora y se revela la cara más esperanzadora al tiempo que la más terriblemente desgarrada y cruel de la especie humana.

  Cuando, tras todo aquel periplo, Wayne encuentra finalmente a su sobrina en medio del campamento comanche, descubre, desolado, que ya no queda nada en ella de aquella niña que fue. Se trata de una desconocida que se ha inculturado totalmente en la vida y las costumbres de los indios, fiel servidora de una causa bélica ajena a su origen y que reniega y rechaza cualquier vínculo con su vida, su identidad y su historia anterior.

 

Tras los atentados de la semana pasada en Cataluña, el autodenominado Estado Islámico ha lanzado el primer vídeo en que amenaza abiertamente a España con nuevos ataques, reivindicando las muertes de Barcelona y apelando a la reconquista de Al Ándalus como tierra de califato. Y lo hace un chico español, originario de Córdoba, que se expresa en la lengua de Cervantes y de Cortázar.

Las reacciones no se han hecho esperar y, después de una semana de shock, de alarma social y de una enorme polarización del pensamiento en la opinión pública y, especialmente, en las redes sociales, parece bastante terapéutico, lógico y legítimo (muy a pesar de algún periodista de El País) reivindicar el humor al ridiculizar la figura de Yassin, el hijo de la Tomasa“, como una respuesta sanadora de una sociedad conmocionada a quienes pretenden sembrar el terror, uniendo esto a la solidaridad con las víctimas y al grito unánime de “No tinc por“.

Muchos han sido los memes, los vídeos y los comentarios ocurrentes e ingeniosos que hacen burla del malogrado camino de un joven que ha sido, como tantos, objeto de la radicalización extremista del yihadismo.

Sin embargo, pensar por un momento en la figura de esos abuelos que, discretamente, han aparecido en los medios de comunicación rotos de dolor al reconocer en ese terrorista al niño que jugueteaba de pequeño en su casa de Córdoba y que lamentan haber perdido a su hija en el momento en que contrajo matrimonio con un posesivo yihadista radicalizado, me remite a esa escena de Centauros del desierto en que John Wayne descubre con tristeza cuál ha sido el destino de su sobrina. Con toda su carga de derrota, de constatación trágica de una transformación incomprensible en una persona que rompe con el arraigo y la identidad más profunda en pro de un viaje sin retorno al radicalismo y una entrega sin concesiones a la locura irracional.

Decía hace algunos años el nunca suficientemente valorado, reconocido ni, por supuesto, juzgado como criminal de guerra Aznar que los que habían ideado los atentados terroristas de Atocha no estaban “ni en montañas lejanas ni en desiertos remotos“, manteniendo, aún mucho tiempo después de demostrada la autoría de Al Qaeda en los atentados, las famosas teorías de la conspiración.

Tristemente, parece que esta vez era cierto, pues tanto quienes ejecutaron la matanza de Barcelona como quienes anuncian nuevos ataques no nacieron al calor de desiertos lejanos, sino que son personas jóvenes nacidas y criadas en nuestras ciudades, en nuestras escuelas, en nuestros barrios.

Se trata también de víctimas, de historias de vida probablemente truncadas que han abrazado una ideología fanática y homicida ante una realidad social, cultural y familiar que no ha sabido o no ha podido darles respuestas y evitar la injerencia de idearios fundamentalistas que anulan la identidad y la personalidad del individuo y siembran su veneno en las mentes y espíritus más débiles e influenciables.
    Contemplar estos hechos y el devenir asesino de sus protagonistas pone también el foco en los procesos educativos y de socialización de nuestro mundo, en la capacidad que tenemos de dar respuestas personales y colectivas, de integrar y de acompañar a las personas.

“¿Cómo puede ser, Younes? ¿Qué os ha pasado? ¿En qué momento…? ¡Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas! Érais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante…”

Eran las palabras de Raquel, educadora social que trabajó con uno de los chicos integrantes de la célula terrorista.

También están siendo muchas las reacciones que vemos en nuestras conversaciones cotidianas y en la opinión pública que se entregan rápidamente al juicio fácil que asocia, peligrosamente, el terrorismo de signo yihadista con el Islam en general. Que estigmatizan a las personas por profesar esta religión (u otras, o cualquier religión en general), por ser extranjeras, inmigrantes… y que apelan a la expulsión, al cierre de fronteras o a la contundencia de las respuestas militares en países como Siria.

Es el termómetro de una sociedad, la nuestra, a la que, si bien lleva a sus espaldas memoria, historia y heridas suficientes como para haber alcanzado la mayoría de edad a la hora de acercarse y reflexionar con serenidad sobre el fenómeno del terrorismo, sus causas y la manera de responder a él, le queda aún mucho por aprender.
Mucho nos estaremos equivocando si no somos conscientes de que, además de las medidas que se tomen para combatir el terrorismo a nivel policial y militar, habrá que indagar en las consecuencias y el coste de las relaciones económicas y gubernamentales que nuestros estados, gobernantes, monarcas y demás representantes mantienen con quienes amparan y promocionan la difusión de interpretaciones religiosas que alimentan esta espiral de violencia.

 

Pero, sobre todo, nos equivocaremos, y mucho, si no entendemos la importancia de transitar caminos que ahonden más en los procesos personales y educativos, en la integración social, el diálogo entre distintos credos y expresiones de fe y la necesidad de recuperar, desde las diferentes creencias (reto fundamental) y desde fuera de ellas, narrativas humanizadoras que pongan a la persona en el centro frente a la basura de idearios que formatean las mentes haciendo, de personas libres, autómatas para causas suicidas, fanáticas e imposibles.

 

 

3 Responses to “Volviendo… con desiertos lejanos -¿terroristas extranjeros?-.”

  1. Volvemos, abrazos.

  2. Una alegria tenerte de nuevo por aquí. Un abrazo.

  3. Muchas gracias por volver. Un abrazo, Juan Ignacio