Teresa ha visto a Dios … y yo también

El despertar religioso

La imagen puede contener: 1 personaEntre mis quehaceres profesionales está explicar en la facultad de educación  la materia de pedagogía y didáctica de la enseñanza religiosa escolar en educación infantil, para aquellos que lo eligen, así como animar y acompañar la tarea del despertar religioso de los niños de seis años en mi parroquia, junto a un equipo magnífico de catequistas que se inician y se forman para este quehacer. En este sentido no me es extraño lo que se refiere a la teoría y la praxis de este despertar tanto pedagógica como psicológicamente, pero me encanta cuando escucho alguna anécdota tierna y creativa que confirma y refuerza eso que sabemos y que hacemos. Así ha sido este fin de semana, cuando Trini –profesional de universidad- contaba que un día paseando con su ahijada de bautismo, Teresa, por el campo,  intentaba transmitirle de una forma suave y educativa a la niña de cinco años la presencia de Dios en la realidad que nos rodea, aunque no lo veamos, tras muchas explicaciones la niña se detuvo y le explicó a ella: “Trini, yo sí he visto a Dios”; la madrina muy curiosa y emocionada le preguntó cómo lo había visto y dónde, esperando quizás una aporte místico y sobrenatural, pero la respuesta fue clara y concisa: “En un video, es moreno y tiene barbas… ¿tú no sabes que mi madre es catequista?”. Está claro que para ella no hacen falta, por ahora, más averiguaciones, con eso le sobra y basta.

Oraciones para rezar por la calle

Oraciones para rezar por la calle - Michel QuoistTraigo a colación esta anécdota entrañable, porque esta tarde al entrar en Badajoz por la Avda. de Ricardo Carapeto, llegando de Madrid con un equipo de profesionales entre los que estaba Trini, llegábamos al puente del Rivillas y al ver a la gente pasando por él, familias jóvenes con niños y sus abuelos, recordaba y así lo comentaba una oración de mi época de seminarista, que reflejaba la emoción y sentir de un cura joven ante Dios un Domingo por la tarde, al cerrar la parroquia y volver a su casa en medio del ajetreo propio de la calle y el barrio. Era una oración más dentro del libro de Michel Quoist titulado “oraciones para rezar por la calle” y que marcó un modo de orar, desde la vida, desde los hechos de vida. Trinidad que es más cercana a mi edad, comentaba que para ella, en su época joven, también fue significativo el libro, pero que esta oración le ponía muy triste, porque oraba desde la herida de la soledad del cura. Yo la busqué en el móvil y leí algunos de sus párrafos en voz alta, mientras el coche avanzaba en medio de la ciudad. Yo no la recordaba triste, cuando como joven me quería entregar a Dios y a la gente, pero al irla leyendo tuve que reconocer que algo de tristeza si encerraba en su primera parte:

La imagen puede contener: 1 persona, sentado, tabla, exterior e interior“Esta tarde, Señor, estoy solo. Poco a poco los ruidos en la iglesia se han callado, los fieles se han ido y yo he vuelto a casa, solo. Me crucé con una pareja que volvía de su paseo, pasé ante el cine que vomitaba su ración de gente, bordeé las terrazas de los cafés, donde los paseantes cansados intentaban estirar la felicidad del domingo festivo, me tropecé con los pequeños que jugaban en la acera, los niños, Señor, los niños de los otros, que jamás serán míos. Y heme aquí, Señor, solo. El silencio es amargo, la soledad me aplasta…

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Señor, tengo 35 años, un cuerpo hecho como los demás cuerpos, unos brazos jóvenes para el trabajo, un corazón destinado al amor. Pero yo te lo he dado todo porque en verdad que a Ti te hacía falta. Yo te lo he dado todo, Señor, pero no es fácil. Es duro dar su cuerpo: él querría entregarse a los otros. Es duro amar a todos sin reservarse nadie, es duro estrechar una mano sin querer retenerla, es duro hacer nacer un cariño tan sólo para dártelo, es duro no ser nada para sí mismo por serlo todo para ellos, es duro ser como los otros, estar entre los otros, y ser otro…”

Comento que la oración está hecha desde una concepción del ministerio y de la iglesia preconciliar, que hoy es diferente. Mi compañera de viaje me acaricia con ternura materna y fraternal y me pregunta, con la respuesta incluida de que yo no estoy tan solo como dice la oración poética, al menos ella no quiere que lo esté. Misterio de vida y muerte… son sentimientos, son momentos. La procesión va por dentro en el mejor de los sentidos, me siento muy rodeado y querido, de hermanos, amigos, jóvenes, niños, nietos… que desde muy temprano, antes de despertar, ya saben cantar el “alegre la mañana”.

Yo también lo he visto…

Una vez en casa, tras el viaje de vuelta de Madrid. Me dispongo a desperezarme y voy paseando a dar mis diez mil pasos curativos y de cuidado, en la soledad de esta tarde de Domingo. A hacer los puentes, a mirar estampas de naturaleza regaladas en la puesta del sol sobre el río, cielos rojizos de ternura y amor gratuito, con la algarabía del paseo fluvial, la paseantes por el puente peatonal, desde el encuentro con conocidos, otro sacerdote que pasea solo en la tarde dominical, feligreses que hacen deporte… Y paseando surge la anécdota y veo a Dios -como lo ve Teresa- , que en este caso no tiene barbas, es una mujer joven de treinta años, madre de tres hijos que anda rápida empujando un carrito con una niña preciosa de casi un año. Cuando yo le venía dando vueltas  a la soledad y orando desde el paseo de la tarde dominical, entre los puentes, a paso rápido y agradecido, sintiéndome habitado en mi soledad, veo que la chica va a paso firme y camina al par, intento avanzar más pero seguimos emparejados. Resultado de imagen de mujer paseando empujando carrito de niña pequeñaLa niña gimotea y ella le habla con calidez materna, y la toca para que tranquilice y va hablándole, no puedo por menos que escucharla y seguirla: “mi niña, aquí no estás cómoda pero ya mismo estaremos en casa y en tu cunita verás cómo te duermes… claro aquí no vas a gusto, pero ya te queda poco… toma tu chupe bonito”… Le miro y le sonrío a la madre. Me pregunta si suelo andar todos los días, ya rompió el hielo, le digo que debería pero que no lo hago siempre. Ella me cuenta que casi todos los días lo hace. Observo su imagen, limpia, hacendada, y la niña sencilla, alegremente vestida, muy curiosamente portada. Le hago carantoñas a la niña y se ríe con gracia, y ya comienza la conversación y recuerdo a mi madre en conversación con las personas en el camino … Es una mujer joven, treinta años, pero tiene tres hijos de ocho, seis y esta pequeña. Trabaja en una empresa de limpieza, tres horas diarias en el cementerio, después portadas de bloques de pisos…todo el día moviéndose, lleva su casa, pero aún así busca tiempo para pasear y sacar a su niña. Los fines de semana descansa porque sus niños mayores se van al campo con los abuelos, volverán esta noche. Dice que son muy traviesos que ha tenido que quitar muebles de la habitación del niño porque se tira desde ellos a la cama. Su pareja trabaja de camarero pero ahora está en casa porque se ha roto una muñeca, ahora le llevará unas cervezas que le ha pedido, vive por la Paz. Llegamos a la cabeza del puente y nos despedimos, le digo que encantado de conocerle y ella me responde con sonrisa agradecida y me muestra también que ella también está encantada.

Cómo quejarme de mi soledad…

docilidadLa observo alejándose y acariciando a su niña. Y yo me recojo, sigo andando callado y habitado por mi Dios, que hoy me ha respondido a la oración de la calle, desde esta mujer sencilla, hacendosa, madre, trabajadora, luchadora. Desde su sentir y su vivir, no puedo menos que olvidar mi soledad. Gracias Padre, no estoy solo, hoy me has acompañado con la humanidad de esta joven madre entregada ¡¡¡  Y cuando me pregunten de la presencia de Dios, podré decir como Teresa, que es joven, madre, tiene tres hijos, que trabaja duro todos los días y sale andar paseando a la más pequeña y que cuando se  van sus niños mayores y se queda un rato sola descansa mucho. Y es que con esta mística creo que me basta como respuesta divina en lo humano, que es de lo que se trata, de lo divino y de lo humano.