No está aquí, ¡ha resucitado¡

“No sabemos dónde lo han puesto…Él debía resucitar de entre los muertos”

La muerte ha sido vencida y la tumba ha quedado vacía,  Jesús el Señor de la vida, no ha sido retenido por el sepulcro ni por la losa que lo cubría. Los que quieran encontrarlo en el pasado no lo verán, encontrarán un vacío, porque algo nuevo ha ocurrido y la historia ya sólo tiene un horizonte que es de vida y de luz, él ha resucitado y nosotros también resucitaremos.

Llamados a dejar los sepulcros y quitar nuestras losas:

La cuaresma –el camino de la vida- nos va descubriendo en nosotros y en nuestro mundo, en la vida real de cada día, todas las oscuridades de nuestra sociedad, así como nuestros límites y ataduras personales, ahí están nuestros sepulcros y nuestras vendas. Todo aquello que nos condiciona y obstaculiza nuestra libertad y la de nuestros hermanos, las que hacen sombras de muerte y nos enredan en tinieblas de tristeza y ansiedad.

Hoy la buena noticia del Evangelio nos habla de la victoria de Cristo sobre nuestra muerte, no está en el sepulcro, no está atado por las vendas, llevado hasta allí por el pecado y la ceguera de lo inhumano, ahora por el amor del Padre ha sido trasladado el Reino de la vida y de la luz. No se ha ido, no lo han robado, ha resucitado y está con nosotros de un modo nuevo, sin muerte ni ataduras. Ya nada ni nadie podrá pararlo ni impedir que su amor nos transforme y nos libere.

“Os sacaré de vuestros sepulcros”

Será Él, quien con la fuerza de su Espíritu, nos sacará de nuestros sepulcros y nos liberará de todas nuestras ataduras, para que seamos libres como Él es libre. Por eso hoy es día de alegría y de fiesta, nos llega la buena noticia de su resurrección y, en ella, la nuestra propia, estamos ganados para la libertad y la vida, ahora ya podemos ser hombres nuevos por la fuerza de su Espíritu.  La misión es sencilla, sólo nos toca buscarlo de corazón allí donde él quiere dejarse ver a favor nuestro. Nos da indicaciones precisas: “No busquéis entre los muertos al que vive” e “id a Galilea”, allí se “dejará ver a favor nuestro”. No está porque Él debía resucitar de entre los muertos.

No busquéis entre los muertos

El Cristo resucitado no nos llama a compromiso en primer lugar, sino más bien a liberarnos de todo aquello que no da vida, que nos sumerge en un mundo irreal  y falso, aunque pueda aparecer revestido de religiosidad y seguridad.  Salir de:

  • Una Iglesia encerrada sobre sí misma, autorreferenciada, que se agota en su propio ser y no se abre a los hermanos.
  • Un culto separado de la vida, donde los ritos ahogan los signos verdaderos y el calor de la vida trascendente.
  • Una moral de mandatos que condenan, que no salvan a los que los exigen y no liberan a los que los cumplen, condenando a los pobres y los sencillos.
  • Una desconexión de la esperanza en la vida eterna de la vida real y diaria propia y de los demás, que impide la tensión verdadera del amor y la comunión entre todos por la construcción de un mundo mejor.
  • Una educación y transmisión de la vida, a nuestros niños y jóvenes, centrada en el éxito, el poder,  tener, y el individualismo, frente a la corriente del amor que se hace en  la entrega y el riesgo del sentido a favor de los otros.
  • Una visión pesimista y condenatoria de la realidad social, política, económica, religiosa, que fuera del amor, la considera sin esperanza ni posibilidades

 

Cristo nos llama, será nuestra fuerza, para salir de esos sepulcros y esas vendas porque no nos dan la verdadera vida, porque nos agotan y no nos plenifican. El será nuestra fuerza porque ha vencido ese tipo de mundo con su amor y su fidelidad al Padre. Por eso nos invita a volver por nuestros caminos a vivir la realidad en otras claves de luz y de esperanza.

 

Id a Galilea:

  • A comunidades de vida fraterna – Parroquias, movimientos, comunidades de vida, grupos, voluntariados-, donde nos cuidemos, acompañemos con ternura y afecto, y todos nos hagamos cargo de la realidad comunitaria, abriéndonos a los que más nos necesitan y los que son los primeros destinatarios de la buena noticia del Evangelio por su sufrir y ser pobres.
  • A celebraciones familiares, cargadas de vida y se sentimientos de la vida ordinaria de la comunidad, en las que la Palabra de Vida nos llene de significado nuestra propia existencia y lo que vamos viviendo en lo diario de nuestros pueblos, calles, trabajos, relaciones…que nos animen a un compromiso de transformación y esperanza.
  • A los verdaderos sentimientos de las bienaventuranzas –moral de vida e ilusión-, sabiendo descubrir cómo en nuestras casas, en las familias, en la calle, en nuestros trabajos, todos los días hay personas que son bienaventurados y trabajan porque los otros sientan su cuidado, su entrega, su cariño, para que sean más felices.
  • A la implicación por favorecer la justicia y la igualdad en nuestra tierra, como signo real y eficaz del Reino de los cielos que Jesús ha prometido, y al que sabemos que llegamos sembrándolo en la tierra de cada día.
  • En los portadores de optimismo y buena noticias para el mundo, desde una educación en los valores del amor y la fraternidad universal  para nuestros niños y jóvenes, sabiendo que es posible avanzar hacia la plenitud por los caminos propios de la levadura insignificante y del grano de mostaza pequeño.

“Se dejará ver a favor nuestro”

No hay duda de que si volvemos por nuestros caminos de la vida conducidos por el Espíritu, en la comunidad de los seguidores de Jesús, el se dejará ver y lo tendremos vivo  en nuestro interior, será nuestra fuerza y viviremos como hombres nuevos,  seres del resucitado que viven en libertad y caminan sin miedo en la entrega porque saben que el que esté dispuesto  a entregarse, en su nombre,  ganará la Vida. Sólo entonces comprenderemos su mensaje y los que nos ha dicho: “Estaré con vosotros todos  los días hasta el fin del mundo”

Gracias Señor, porque hoy en esta Eucaristía te encontramos resucitado y volvemos a descubrirte como nuestro salvador.