Viviendo la muerte, muriendo la vida

Cualquiera, menos un sepulturero

El día de los difuntos siempre me recuerda el poema de León Felipe en el que hace referencia al sacristán y al sepulturero con estas palabras:

No hay texto alternativo automático disponible.“Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,

ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos

para que nunca recemos

como el sacristán los rezos,

ni como el cómico viejo

digamos los versos.

La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,

decía el príncipe Hamlet, viendo

cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo

un sepulturero.

No sabiendo los oficios los haremos con respeto.

Para enterrar a los muertos

como debemos

cualquiera sirve, cualquiera… menos un sepulturero.”

Elegido para compartir un camino…

El poema se convierte en mi interior como un runruneo, a la vez que medito bastante sobre la muerte y su sentido. Y precisamente en la víspera esta jornada de oración por los difuntos, cuando el día ya iba de caída, en la parroquia conversaba tranquilamente antes de marchar a casa, y en ese momento entraste tú con tu gorra y tu bufanda, te dirigiste a mí, me llamaste por mi nombre y me invitaste a hablar un rato contigo. No intuía yo que al final del día me esperaba una experiencia de tal profundidad y calado. Me conocías de la primera comunión de uno de tus hijos, pero sobre todo porque me seguías en Facebook y en lo que escribo en mis blogs. Me habías elegido para compartir conmigo lo que estás viviendo.

Vivir, vivir en la ultimidad

En la mañana el neurocirujano, con verdad y cercanía, te había dicho que la enfermedad que te detectaron en mayo no tiene vuelta atrás, que no se puede volver a intervenir y que no tiene cura, la fecha de caducidad está marcada con poco margen. Y ahí estás tú, dispuesto a vivir esta etapa con tu propia identidad y singularidad, presentándote ante ella con tus propias armas de humanidad y de corazón vivo y amante. Consciente de todo y queriendo personalizar tu modo de vivir este último trazo de tu vida y vivir tu muerte marcándola con tu personalidad y tus deseos más profundos de lo que eres y de lo que quieres. No buscabas una confesión, deseabas un lugar de encuentro, de escucha y acompañamiento para hablar y compartir.

Celebrar la vida en la muerte

Con la mayor naturalidad del mundo me dijiste que deseabas, ante el día final, que el que pudiera oficiar tu despedida solemne, en la eucaristía de ofrecimiento de tu vida, fuera alguien que te conociera y pudiera predicar el evangelio unido a tu persona, a tu vida y a lo que tú más amas. Y no porque fueras muy practicante actualmente, porque la vorágine de la vida y la cultura en la que vivimos nos aleja, a veces, de lo profundo y de la espiritualidad. Te mueve el sentido de tu vida, de lo que eres y de lo que amas.

Hablamos de muchas cosas, pero a mí me pusiste en la antesala de lo que yo explico en una materia que se llama escatología. Ahí yo señalo cómo Cristo nos ha enseñado a saber vivir la muerte, a hacer de nuestro final de vida un lugar propio, elaborado desde lo auténtico. Así lo hizo Él ante su cruz y su dolor, su desarraigo de la vida y de la existencia, de los suyos y sus ilusiones terrenas, de sus ideales y esperanzas, ante esa experiencia inaudita de sentirse incluso abandonado por Dios, siendo él mismo su hijo. Pero su vivencia le dio la vuelta, la dotó de sentido, la transformó en vida.

 Hacerse,dejarse y  darse a querer, no hay otro sentido

Es lo que tú mismo me manifestabas de un modo muy sencillo haciendo referencia a esa película donde un niño que se entera de su enfermedad mortal, a partir de ese momento se gasta en hacer felices a los que le rodean, gastar sus últimos cuartos en puro amor. Hoy me pongo ante Dios y le pido su sabiduría para escucharte y entrar en tu pasión con amor. Ojalá yo sepa cada día ir viviendo mi muerte, amando y haciendo felices a los otros. Me gustaría estar en tu proceso, a tu lado, en silencio, pero acogiendo y escuchando tu vivir y sentir de manera que ni mis rezos sean rutinarios como los del sacristán viejo, ni mi hacer en la liturgia sea como lo ordinario del sepulturero que ha hecho callo enterrando y se ha endurecido. Me descalzo ante tu persona y tu enfermedad y pido a Dios que se haga tu compañero y tu gracia en este enfrentamiento a la caducidad con el solo arma del amor esperanzado y profundo.

Video: Vivir muriendo, morir viviendo