La navidad de un Dios pobre y olvidado

Navidad, la pobreza de Dios

No es fácil imaginar qué se celebra en la Navidad, hay un modo pagano de celebrarlo que nos ha ganado el terreno y ha usurpado de un modo eficiente la verdad profunda del sentido cristiano de la Navidad, la riqueza se ha adueñado de la fiesta y su sentido, revestida de valores emocionales que unimos a la familia y a la alegría, pero que quedan ahogados por las prisas, el mercado, el capricho, el placer, cuando no por la locura y la molicie. Hoy el reto para los creyentes y seguidores de Jesús de Nazaret – y también para los hombres de buena voluntad- no puede ser otro que recuperar ese sentir propio de Dios que es el que corresponde con las celebraciones del tiempo de navidad en la liturgia cristiana. ¿Qué es lo propio y genuino de la fiesta de Navidad?

La gran aportación judeocristiana a la humanidad fue su sentido del tiempo en la clave de la historia. Para ellos el tiempo se abre en proceso no puramente cíclico, sin con apertura lineal, en el que aparece un punto de origen, alfa, y otro de destino y dirección, omega. Entre ellos hay un proceso llamado historia, abierto porque está marcado por dos libertades genuinas y propias, la de Dios y la de su imagen en el mundo, el hombre. Dos seres libres que están llamados a vivir, crear, a esperar amando. Así la historia se abre a la salvación, encuentra un fundamento de origen y destino que es el amor absoluto y generoso de un Dios que no se busca, sino que se entrega.

La clave del don es la que define y manifiesta la esencia de lo divino en su relación con la historia, Dios es el Dios de la historia que elige a su pueblo para llevar la salvación al hombre herido y caído, este salvador es el que ha creado por puro amor y generosidad extrema, su palabra se ha hecho fecunda, hace lo que dice, por eso su promesa es creíble: “vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios, seréis para mí como un hijo y yo seré un padre para vosotros”. Ahí está la clave de la historia no hay otra, el amor y la generosidad de lo divino que fundamenta lo más humano, lo más encarnado.

En ese proceso de amor y generosidad, se abre el mundo de las creaturas y queda fecundado por la donación del absoluto sin límites, el creador se hace criatura, el poderoso se hace débil, el señor se hace siervo y viene a darse. Dios por su riqueza amorosa se hace el más pobre de la historia en una señal determinante de su riqueza: “Esta es la señal, un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. El primero ahora es el último, pero en su pequeñez sigue siendo el fundamento de todo lo creado, el poder de la vida, el señor de la historia. Ahí está el milagro de la encarnación, el núcleo de lo que celebramos, la desnudez del absoluto en la nada del mundo y de la historia. No pude haber mayor amor en mayor pobreza. Nuestro Dios se hace divino en la pobreza y así se universaliza, amando a todas las criaturas con las se religa eternamente, afectándose en todo lo creado, e identificándose para siempre con los más pobres y desheredados de la historia. Nada le podrá separar ya a Dios de los pobres, nada ni nadie podrá separar a los pobres del amor de Dios que se ha manifestado en el niño de María en Belén, Jesús de Nazaret. En el establo de Belén se gesta el mayor amor del mundo en la pobreza, que se mostrará definitivamente en la madera de la cruz en el calvario, para hacerse gloria y resurrección definitiva, sellando la historia en un amor generoso engendrado en la mayor de las pobrezas.

Y ahí te encuentro ahora Señor, en mi mundo, en esta cultura de la liquidez sin horizonte, en la que se te desnuda hasta de nombre, donde ya no te conocen los niños, ni los jóvenes, donde te confunden los adultos y te lloran los abuelos. Ahora, donde eres ninguneado por los sedientos ignorantes que no saben “dónde mana aquesta fonte, que mana y corre, aunque es de noche…”
Miro la humanidad, herida y perdida, borrando tu nombre por las calles y las ciudades, buscando la verdad y la luz a tientas y con mentiras, tiran de mí y yo mismo me confundo y me pierdo, aunque siento tu mano asida a la mía. Y confieso tu aliento, allí donde eres el más olvidado, por tu generosidad a fondo perdido, sigues dándonos la vida a los que con orgullo te damos la espalda. Así es la navidad, el olvido de un Dios que sigue siendo pobreza en su absoluto amor, y que sigue amándonos en nuestro corazón de olvidos y pretensiones de querer ser divinos sin Dios. Tú sigues amando en una señal en pañales y acostada en la pobreza de este siglo, que llora porque no es humano, y no sabe que eso le ocurre porque ha perdido a su Dios, un Dios que hoy encarna su gloria y su poder amoroso en la pobreza del olvido.

Y ante él recuerdo la invitación entrañable del Papa Francisco para recuperar a nuestro Dios de su ocultez y el olvido navideño:

“Procuremos no mundanizar la Navidad, ni convertirla en una bonita fiesta tradicional pero centrada en nosotros y no en Jesús. Celebraremos la Navidad si sabemos dedicar tiempo al silencio, como hizo José; si le decimos a Dios “aquí estoy”, como María; si salimos de nosotros mismos para ir al encuentro de Jesús, como los pastores; si no nos dejamos cegar por el brillo de luces artificiales, de regalos y comidas, y en cambio ayudamos a alguien que pasa necesidad, porque Dios se hizo pobre en Navidad.”(Francisco)

José Moreno Losada