Lidia, su bautismo y la cruz de la bisabuela

Pascua. La alegría del Dios de los niños y la gracia del bautismo celebrado en edad escolar

Lidia, su bautismo y la cruz de la bisabuela

bautismo

Querida Madre, todos los días tengo momentos en que hablo contigo, no puedo ni quiero evitarlo, pero hoy quiero sentarme y escribirte para contarte lo que seguro has vivido gozosa en el cielo, rodeada de todos nuestros seres queridos, especialmente de nuestro padre Gabriel. Quiero contarte el bautismo de Lidia por la que tanto rezaste y le pediste a Dios y a la virgen de los Dolores.

El domingo anterior Lidia, como decía uno de sus compañeros, ya se hizo cristiana. Recibió de un modo consciente y alegre su bautismo, le rodeaban todos los niños que con ella recibirán la primera comunión -renovando sus promesas bautismales-, la familia y después la comunidad parroquial. Durante tres años su madre ha sido la catequista del grupo, acompañada de su amiga María. En lo sencillo y oculto de una parroquia alejada de barrio, se ha ido gestando en su interior la imagen de un Dios bueno que da la vida, de Jesús de Nazaret que nos quiere hasta la muerte y que ha resucitado, y de un Espíritu que nos anima a ser buenos y alegres en medio del mundo. Todo ello sintiendo muy cercana a la virgen María que plásticamente reconocen en las cofradías y en las procesiones en las que participan por tradición familiar. Ella se ha sentido siempre de Dios, el ambiente familiar materno le ha rodeado de esos sentimientos inconfundibles de sentirse criatura e hija de un Dios Padre que nos da la vida cada día porque nos quiere fielmente. Pero ahora daba ese paso que nunca olvidará, llena de una emoción incontenible, de una alegría desbordante y nerviosa.

El símbolo de la cruz, de generación en generación.

abuelos

En el rito bautismal comenzamos con la acogida en la comunidad y la entrega del símbolo cristiano, la cruz. La hicimos con todos los niños, la recibió como señal de sus padres, padrinos, compañeros… y le bendije la que llevaba colgada en su pecho.  Una pequeña cruz, que para mí tenía un significado especial, era de la bisabuela, tuya. ¿Recuerdas?   En tus últimos años habías adquirido una crucifijo muy pequeño, fino, sencillo, bello, para tu cadena tras perder una de la virgen del Carmen que siempre llevaste. Fue de las últimas y únicas compras que hiciste para ti personalmente, un símbolo de tu fe verdadera. Cuando te despediste, quise que fuera para Lidia, era la única bisnieta en ese momento, y con ella habías pasado momentos de paz, serenidad, felicidad, alegría, cariño… ya sin poder moverte, era la niña la que se ponía en tu regazo y cerraba los ojos, abrazada a tu cuerpo ya vencido, expresándote ternura y delicadeza. La dulzura de esa pequeña cruz se abrazaba con la dulzura vivida entre vosotras dos. Para no olvidar nunca, pero además era signo de esa fe transmitida de generación en generación, de ese símbolo sagrado que nos ilumina y nos da fuerzas en todo momento. Tu decías: “Nunca me ha faltado Dios…cuando he estado muy mal, El siempre ha aparecido, nunca me ha dejado…”. Es la fe de los sencillos, la confianza de los pobres, en el Dios de sus vidas: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Tú estabas muy contenta de tu cruz elegida, presumías de ella, pequeña pero bella, y ahora es Lidia quien tiene el orgullo de llevar la cruz de su bisabuela Dolores.

Niña iluminada y alegre

Lidia

Lidia, madre, estaba luminosa, alegre, festiva, profunda, atenta… nos enamoró a todos, nos cautivó con su sencillez y su expresión transparente y viva. Sus lágrimas y sus risas, y sobre todo sus síes afirmativos a toda pregunta acerca de su deseo de bautizarse y de ser de Jesús, quedó claro que quería ser buena para todos y con todos. Yo al bautizarla me sentía divino, mis manos se transformaron en manos de Dios, sentía que el Espíritu revoleteaba en el agua, en la concha, en el crisma, la vestidura blanca elaborada por la abuela Justi, en el cirio encendido por su tío querido Maxi… y que estaba entrando a borbotones en el corazón de la niña, dándole carisma y fuerzas para seguir adelante en la vida. Cantamos y alabamos a Dios y así nos dispusimos para celebrar la misa con todos ellos y con toda la parroquia. Fue ella la que presidió la procesión de todos con las velas encendidas para renovar el bautismo y yo me sentí renacer en la misma agua que había nacido ella a la vida de Dios, todos nos sentimos nuevos en su nueva vida. La comunidad estaba muy alegre… y los cantos finales los gritaban con el baile de los niños y sus aplausos.

Cielo en la tierra, ha resucitado.

Me da madre, que no te quedaste en el cielo, que estuviste con nosotros, porque pediste permiso a Dios, explicándole que para ti ese Domingo, que se bautizaba tu bisnieta Lidia, el cielo estaba en la tierra, en esa parroquia pobre y sencilla de barrio, que busca y vive con el evangelio de Jesús.  Seguro que sabes cómo te recordamos y te seguimos queriendo en todos los acontecimientos… únete a nosotros en el salmo:

bautismo

¡Gracias Padre, tu eres el Dios de los niños!

Hoy, como familia de Lidia que se acerca a Ti,

reconocemos que su vida es un regalo que tú nos has dado.

Te damos gracias por bendecir a nuestra familia,

y darnos la razón y el amor para vivir cada día.

Sabemos que tú la bendices y la cuidas.

¡Gracias Padre, tu eres el Dios de los niños!

Junto a ella, con su corazón de inocencia y de fe,

contemplamos el cielo, obra de tus manos,

la luna y las estrellas que has creado.

Y te damos gracias por toda la naturaleza que nos rodea,

l

a has puesto en nuestras manos para que la cuidemos y la cultivemos.

¡Gracias Padre, tu eres el Dios de los niños!

El

corazón de Lidia es obra de tus manos,

te recreas cada día en su mirada limpia,

en sus gestos de amor agradecido, en sus besos y abrazos.

Haznos como ella para amar sin dobleces

 y entregarnos a los que más nos necesitan.

¡Gracias Padre, tu eres el Dios de los niños!

Te bendecimos por la comunidad,

por todos los que nos acompañan en nuestra celebración,

todo es gracias a ti, sin ti no somos nada.

Te alabamos con la vida de Lidia,

con la gracia de tu evangelio aprendido por ella en las catequesis,

con la Iglesia que la quiere y la cuida.

¡Gracias Padre, tu eres el Dios de los niños!