Corpus Christi: presencia, justicia y caridad
Celebrar el Día de Caridad significa partir y compartir el pan en comunidad, responder a la propuesta de vida que Dios nos hace para aprender a vivir como hermanos, con el corazón y el alma en atenta mirada hacia los demás, para dar la vida y hacer propia la misión de Jesús: amar al mundo y mostrarle lo que Dios le ama.
08.06.2020
VÍNCULO DEL PAN PARTIDO EN LA COMUNIDAD
“Lo reconocieron al partir el pan” (Lc 24,33)
El creador, el padre amoroso, en la fuerza de la pasión por la humanidad, se hizo creatura, y la revolución se estableció en todo el universo, por un absoluto que se hacía señal en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Un sencillo hombre de la historia de cada día, que anduvo por las calles, las plazas, los caminos, a pie descalzo para sentir en su propia vida lo que era la vida de lo humano. Ahí se abrió al misterio del pan de cada día y ahí aprendió a partirlo y a compartirlo. Su propia vida fue entendida como el pan que se parte y se reparte entre los hermanos, lo hizo en todo su vivir diario y lo celebró en la mesa de la entrega definitiva cuando selló una alianza eterna de amor con su cuerpo y con su sangre: “Tomad y comed todos de él”.
No podía morir esta entrega, este amor comprometido, este deseo de justicia y de misericordia sin límites. Lo crucificaron, pero al hacerlo no lo enterraban, sino que lo sembraron para siempre. El amor es más fuerte que la muerte y se impone a ella. El pan partido se empodera del hambre de la humanidad en su deseo de fraternidad y esperanza, para alimentarla como pan de vida eterna. Y ahora todos podemos comer su cuerpo y beber su sangre, todos podemos ser habitados por el Resucitado que, como Dios destrozado, se nos da a trozos para que podamos vivir por El, con El y en El. Ya nada nos podrá separar de Él y todo nos vinculará como hermanos con nosotros y con toda la creación. La eucaristía es la pascua de la creación.
La comunidad cristiana que celebre la Eucaristía ha de tener una fe viva con dimensión social y caritativa. Los Santos Padres nos decían que, si no hay justicia, la Eucaristía se vacía de sentido, no podemos ni recibir ni adorar a Cristo en la Eucaristía, ni acercarnos a él, sin pedir el «pan nuestro de cada día», el de la dignidad de todos los seres humanos y de saber pedirlo con nuestras vidas diarias.
La verdadera adoración a Cristo en el misterio de la Eucaristía nos lleva a reconocerlo en el rostro de todos nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados y crucificados de la historia. No podemos olvidar los creyentes que, en ese Pan bajado del cielo, precisamente ahí, está presente el Crucificado que ha Resucitado. Necesitamos altar, sagrario y vida, sin separarlos. Por tanto, no impidamos a Cristo estar realmente presente allí donde Él quiere estar para llevar su Evangelio de dignidad, verdad y justicia. La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos está pidiendo entrar en el verdadero camino del amén cristiano, aquél que se verifica en la entrega radical a favor de los hermanos con el deseo que tengan vida abundante. Hoy, como nunca, el reto está en que la presencia real de Cristo llegue como sanación, consuelo, verdad y libertad a todos los que sufren en el alma o en el cuerpo.
José Moreno Losada