Lección de muerte y vida. Yo discípulo y aprendiz

En el ámbito parroquial en este último mes de Agosto he acompañado en algunos momentos el proceso de despedida de una mujer de la comunidad parroquial, Felisa, madre de Rocío y esposa de Gabriel. Una vez más Dios se me ha revelado como el Dios de la vida en la muerte. He podido compartirlo en ámbitos seculares como el periódico regional. Ahora aquí comparto con vosotros reflexiones y oraciones de un cura ante la despida de la vida de una mujer fuerte en la fe y amante de la vida.

La ventana de la 215 y su LUZ

ventana

En vacaciones he tenido presente –cuaderno de vida- a algunas personas por su situación personal: inmigrantes, adictos, enfermos, ancianidad… En especial a Felisa. En los últimos días me llegaba este wasap enviado desde su habitación en el hospital: “Buenos días Pepe ¡Q bonita música y qué bonitos tus vídeos, me alegra que hayas disfrutado de tus vacaciones! Yo voy empeorando, de las operaciones más o menos, pero la enfermedad va progresando y me han vuelto a ingresar para que el martes me valoren los oncólogos, el dolor es prácticamente insoportable, pero sigo luchando y teniendo fe, necesito mucha fuerza. Un abrazo.” Desde que lo recibí necesitaba encontrarme con ella. Llegué y me informó de que estaba en el hospital universitario, habitación 215 y que podía visitarla, que le gustaría. Llegué en mal momento, lo estaba pasando mal. Me senté a su lado, pude observar su resistencia y la ayuda cuidada de su esposo Gabriel. Esperé que amainara la tempestad y vino la calma, la impuso ella. Comenzó la conversación profunda y entrañable, como suele ser siempre en ella, no muchas palabras, pero directas y profundas. Recuerdo que la conocí por motivo de su pequeña Rocío. Vino con ella a la celebración de nuestras eucaristías y un día quiso hablar conmigo para darse a conocer y hablarme de su hija que se encontraba muy a gusto en nuestras celebraciones y que a ella también le ayudaban. Al poco compartió que le tocaba luchar con un cáncer que venía con muy mal pronóstico pero que ella iba a luchar a fondo y que contaba con la fe para ir viviendo este proceso. Operación laboriosa en Madrid, con resultados que parecían positivos, y a seguir luchando con quimio y dificultades. Ahora en veinte días todo ha dado la vuelta y van a ensayar un nuevo tratamiento para intentar parar lo que ya se presenta como metástasis. Ella es farmacéutica y va siguiendo todo el proceso con paz y lucha fuerte. Me comenta que no le dicen nada pero que entiende que, si no va este tratamiento, poco se puede hacer ya. Y comienza su lección de vida profunda y su reflexión en la radicalidad de lo último: Pepe, siempre he luchado. Mi padre me enseñó a mí y a todos mis hermanos (8) a valernos por nosotros mismos y luchar con fortaleza, todo lo que pudiera hacer yo no tenía que hacérmelo nadie y esa forma de ser me ha caracterizado y ayudado en toda mi vida. Ahora me toca vivir con fortaleza este momento y aquí estoy. Me ha tocado y tengo que aceptarlo, no tengo miedo, he vivido y estoy agradecida a la vida, si me tengo que ir me voy. Pero tengo a mi hija Rocío y no quiero dejarla todavía, quiero estar más tiempo con ella, aunque la he enseñado a ser fuerte en su debilidad. Hasta estoy dispuesta a hacerle “chantaje” a Dios para que me deje estar en su celebración de la primera comunión, le doy lo que quiera y se sonríe. Me mira muy fijamente y yo a ella, es una mirada de fe profunda, de expresión radical de vida y esperanza, de lucha y fuerza. Nos cogemos de la mano y yo suspiro, ella es la que conforta. Me confiesa el valor de la vida y de cada momento, me habla del valor de la fe en estos momentos, me siento unido a ella y siento que soy aprendiz incipiente de su fortaleza. Salgo al pasillo y me abrazo con Gabriel su esposo, los dos están viviendo este proceso, cumpliendo “en la salud y en la enfermedad”, Rocío esta con su familia en Andalucía, y envía fotos alegres en la piscina que su madre pone en su perfil. Seguimos rezando en red y sin querer olvidar a los que viven en el dolor. Dale fuerza.

El padre nuestro y la cruz

(Desde el corazón de Felisa y Rocío)

familia

Visitaba recientemente a Felisa en la habitación del hospital donde se debate luchando por la vida, con un tratamiento último. Al entrar en la sala, la saludo y me recibe con agrado y enseguida me habla de su dolor, de su cansancio angustioso, de la mala noche, de los últimos días, del fin de semana sin atención directa del oncólogo y el cirujano… le hablo de su calvario y se abre en cruz con su brazos bien rectos y firmes, ahora más delgados porque lleva días sin tomar alimento, y me sonríe haciendo esa imagen de crucificado. En la conversación directa y profunda, contemplo y escucho, a la vez que puedo acariciar su pies descalzos y desnudos que guardan finura y belleza. Hablamos de muchas cosas y cómo no de su hija Rocío. Todos los días la llama, necesita hablar con ella. La niña en su infancia y sencilla ignorancia le habla, pero si está jugando o tiene algo atractivo que realizar con sus primas, intenta cortar con rapidez. La madre le pide que le hable, que le cuente cosas, ella expresa que no sabe que más contarle y Felisa le pide que le cuente todo lo que hace, sea lo que sea, quiere saberlo, necesita sentirlo, porque ahí es donde más viva se descubre en medio de esta debilidad y donde más fuerza encuentra para seguir entregándose por ella y por la vida en esta lucha fuerte con su enfermedad. Tras la visita y conversación con ella y su marido Gabriel, salgo camino de Ávila donde vengo a unos días de retiro organizados por los sacerdotes del prado para esta semana. La clave de contemplación es muy interesante para mí: “Vivir y proponer la fe a los pobres, desde la fraternidad apostólica”. Me viene como anillo al dedo para lo que voy reflexionando en mi vida personal y ministerial.

En el proceso de oración que nos propone el acompañante Paco, cura de Mondragón, hoy nos ha situado ante la oración de Jesús con sus discípulos, profundizando en el Padre nuestro como oración de la fraternidad apostólica. Por la tarde nos ha adentrado en el misterio de esa misma fraternidad en el camino a Jerusalén y en la pasión de Jesús de Nazaret. Dos temas de calado profundo y permanente que siempre nos llaman a conversión a los sacerdotes. A la hora de contemplar los textos bíblicos y las consideraciones se viene a mi mente la figura y conversación de Felisa y su hija Rocío como claves hermenéuticas vivas y últimas. Entiendo como Jesús propone a los apóstoles una forma de orar nueva e inaudita, se trata de ponerse delante del Padre sabiendo, que, aunque no nos lo podamos explicar, es El quien desea profundamente saber lo que hacemos, lo que nos pasa, y desea saberlo con nuestras propias palabras, con nuestras emociones, sean las que sean y se repitan como se repitan. El corazón y las entrañas de este Dios quieren sentir mi voz, mis pulsaciones, mis miedos, mis alegrías, mis esperanzas, mis cansancios, mis conflictos… nada mío le es indiferente. Quiere que yo pueda llegar a sentir cómo le intereso y cómo vive por mí, lucha por mí, está dispuesto a servirme y a facilitarme lo que me pueda hacer feliz de verdad.

Él quiere, como Felisa para Rocío, hacerme fuerte y desea estar a mi lado, sentirme y que yo lo sienta. Me doy cuenta que el padrenuestro no es un rito, no es una oración de memoria o repetida, es la clave de una relación filial y confiada, amorosa y entregada, llena de confianza y cubierta de voluntad salvífica, pan fraterno, comunidad del perdón, liberación de los males, apertura al futuro y a la esperanza, y eso desde la misma tierra y la propia historia. Pero si la conversación entre madre e hija me daba claves para comprender la oración con Dios, impresionante me parece la clave de sus brazos abiertos en cruz en la cama del hospital para comprender el camino de la pasión hacia el calvario, en la tensión de vida y la muerte, en la tristeza de la posibilidad del morir, en la dejación de toda la confianza en el corazón de un Dios de la vida, cuando se ven señales de muerte que agotan.

 Recuerdo su confesión viva: “No quiero morir Pepe, quiero vivir, tengo mucho que hacer, acompañar…sé que hay millones de personas que están en el calvario del hambre, de la guerra, del sufrimiento… que también me puede tocar a mí, pero hay una fuerza interior que me hace luchar denodadamente por vivir. Si Dios me lleva lo acepto y me entrego, pero mi voluntad ahora mismo es la necesidad de seguir luchando. A veces, siento la tentación de abandonar, pero no puedo, el amor me fuerza a seguir luchando y estaré así hasta el momento último, hasta expiración si llega. Me moriré luchando, amando. Estoy rezando, yo sé que pido un milagro y lo pido, no puedo no pedirlo. Ya estoy agotada y me faltan fuerzas para rezar, pero estoy poniendo a todo el mundo a pedirlo.  Me acuerdo de Jesús y su oración en el huerto, que pase de mí este cáliz…y cómo les pedía a sus discípulos amigos que oraran con él y por él.

Desde ella y su vivencia, su testimonio, entro en mi vida ministerial hoy, en el momento que vivo y lo que me planteo y me reviso en mi ser orante, cómo oro ante Dios, así como la llamada a caminar con Cristo en su proceso de pasión por la humanidad, en su entrega por amor hasta el último suspiro de expiración, para entregar el espíritu.  Deseo orar, respirar en el Padre, vivir en él y contarle todo para escuchar su Palabra de un modo nuevo y mostrarme disponible para lo que él quiera, no tendría culminación mejor el ejercicio de mi ministerio. Sólo desde ahí tendré la fuerza para adentrarme en la pasión que nos despoja para entregarnos a los hermanos, dando vida, compartiendo todo, siendo pan para los demás, especialmente para los que más sufren y nos necesitan. Es todo un misterio, pero si Felisa lo está viviendo de esta manera y yo lo estoy viendo tan claro en ella, seguro que ahí está la revelación de lo que Dios quiere en estos momentos. Me impresiona el amor de Dios en el amor y la lucha de Felisa. Se lo decía antes de venirme, te admiro, estoy aprendiendo de ti, lo estás viviendo de un modo único, eres ejemplar, te quiero.

Yo también quiero un milagro

milagro

El Domingo en la columna que clausuraba mi participación veraniega en el diario Hoy, que he titulado cuaderno de vida, eras tú Felisa la protagonista. Allí hablaba yo de mi último encuentro contigo, de un padrenuestro inolvidable, y de tu conversación profunda y espiritual, en la que aceptabas la realidad de un diagnóstico que ya se presentía sin escapatoria, pero te resistías a no querer vivir y pedías un milagro. Muchos hemos estado en cadena contigo, frente a la radicalidad de naturaleza, deseando el milagro que la mejorara y te diera la prorroga que tú suplicabas. No tenías fuerza para orar y nos pedías a muchos que lo hiciéramos por ti. El misterio de la vida ha marcado tu partida para hoy mismo, fulminante. Pero has luchado hasta la expiración total amando la vida y agarrándote a todos los que amabas. Y ahora somos nosotros, los que deseamos el milagro. Hoy me pongo ante ti y ante tu vida, ante tu proceso vital y ante la vivencia de tu enfermedad, ante las conversaciones directas y profundas de tu interior elaborado, y deseo que seas tú la que ores ante el Dios de la vida, para que seamos capaces de descubrirte y sentirte viva y resucitada más allá de tu muerte. Necesitamos el milagro de poder meter nuestros dedos en las heridas de tus manos, esas con las que un día decidiste unirte para siempre a Gabriel como esposo y que el último día con sonrisa me decías que lo amabas de verdad cuando yo te preguntaba por él. Me urge poder adentrar mis manos en ese costado tuyo abierto que tiene tatuado eternamente el nombre de Rocío, tu hija querida del alma, por la que dabas hasta tu muerte, para que fuera fuerte y alegre, para que tuviera vida. Necesito sentir que ahora está protegida y bendecida por ti con fuerza de eternidad y alas de libertad, para poder levantarse cuando se caiga, como ocurrió en la última marcha solidaria en la que la acompañaste y me admiró como le decías que tenía que levantarse sola cuando cayó por un fallo en el acerado.

homilia

Y quiero verte reflejada y resucitada, alegre, en la niña de los ojos de tu madre, en las lágrimas de tus hermanos, en el orgullo de tu familia querida, que tuviste que dejar en Andalucía para venirte a vivir y formar tu familia en Extremadura.  Me asegurabas que no tenías miedo a la muerte y que la aceptabas, que sabías que la realidad es débil y muy dura para millones de personas, aunque tenías un dolor grande por tener que partir. Pero si era la voluntad del creador te ponías en sus manos. Yo hoy pido el milagro de saber verte resucitada y sentir que voy a tener tu fuerza, esa en la que fuiste educada en tu seno familiar, para vivir lo que me toque en el dolor de la debilidad. Rocío será tu herencia y tu joya para todos nosotros, gracias y VIDA.