El “síndrome de Reagan” en la sanidad pública

Sigmund Freud describió los complejos de Edipo y Electra, que nos ayudaron a entender la psicología del ser humano. En medicina hablamos de síndromes, que son un conjunto de signos (lo que hallamos los médicos en la exploración del paciente) y síntomas (lo que el paciente refiere). Hay miles de síndromes, cada uno con su nombre propio (en general del autor que lo describió o referido a la enfermedad, o bien un acrónimo).Los psicólogos descibieron el terrible “síndrome de Lucifer”, que ayuda a entender lo que ocurrió en la América Latina en la década de los 70 y 80, en la “guerra sucia”, cuando se institucionalizó la tortura y la desaparición de miles y miles de seres humanos inocentes; también posibilita, en cierta manera, expicar los campos de exterminio en la “shoah”. A mí me impresiona mucho ese síndrome, viene a decir que en nuestro interior conviven Caín y Abel, Albert Schweitzer y Josef Mengele.Mi modesta aportación es lo que llamo “síndrome de Reagan”. Lo he acuñado para describir el fenómeno de la gestión en la sanidad pública. Tiene una cierta relación con el llamado “principio de Peters” o de la incompetencia.Todos recuerdan quién fue Ronald Reagan: un actor mediocre de segunda fila que, por motivos que no alcanzo a entender, llegó al Despacho Oval. Es decir, se convirtió en el César del actual Imperio.Un hombre infrapreparado se vio dotado de pronto de un poder casi ilimitado y posiblemente se creyó poseedor de la verdad y la ciencia infusa, así como adalid del bien. Esto sería cómico salvo porque fue en realidad trágico: fue responsable de muchas muertes, prácticamente destruyó cuatro países de América Central y apoyó las atrocidades cometidas por Sudáfrica en Angola y Mozambique, que causaron la muerte de casi un millón de personas. Es un récord bastante espantoso.¿Cómo se aplica tal síndrome a la sanidad?. Sencillo. Tomen a un médico general que jamás ha pisado un hospital y cuyo único mérito es pertenecer al partido  que gobiernan y nómbrenlo director gerente de un centro hospitalario; en un butacón de cuero y detrás de una mesa decidirá qué hacen médicos mucho más expertos y cualificados que él mismo, así como gestionará un presupuesto de millones de euros, repentinamente imbuido de una ciencia infusa también casi ilimitada.Tomen a una médico inexperta y (mala) sindicalista y nómbrenla directora médica, también para (des)-coordinar el funcionamiento de departamentos y servicios enteros que hasta ese momento funcionaban más o menos bien. No sólo estropeará lo que funcionaba, además se convertirá en un dolor de cabeza para casi todo el mundo. Y curiosamente ambos se creerán insustituibles y andarán de cabeza de reunión en reunión, cuando los únicos insustitubles en un hospital son los trabajadores sanitarios, desde el mejor especialista a la señora de la limpieza, cuya ausencia sí que se nota; la de los directivos, más bien pasa desapercibida o se agradece.Lamentablemente, los personajes no son ficticios, sino que pertenecen a la realidad misma -obviamente opinable- de la comunidad autónoma donde trabajo.Esto no siempre fue así: en otras épocas el director médico era un cargo rotatorio, se elegía al “primus inter pares”, al mejor miembro del staff, al médico más cualificado, experto o respetado, y la gestión económica iba aparte, en manos de personas expertas en el manejo de los presupuestos. Pero luego nació la casta de los “gestores”, y se multiplicaron los cargos y carguitos, todos ellos a riguroso dedo. Es triste que gran parte de la responsabilidad de ello la tenga un hombre que murió trágicamente, Ernest Lluch, quien pergeñó un plan sanitario maligno cuyo fin último era desposeer de prestigio y poder a los médicos en los hospitales, y entregarlo al personal de enfermería y los sindicatos, más afines en general a sus ideas políticas. Pero eso es otra historia y no me gusta hablar mal de los muertos.No se crean, yo también conocí mi “principio de Peters”: soy -creo-un internista entregado y minucioso, consciente de lo que sé y de lo que no (en cuyo caso remito al paciente a quien sepa más que yo o lo pueda ayudar más); un clínico que se dedica a los pacientes y a estudiar, y a quien un día le ofrecieron coordinar un servicio de urgencias: alcancé mi nivel de incompetencia al segundo día. Como no soy tonto del todo me di cuenta de que fracasaría estrepitosamente y me enfrentaría además con prácticamente todos los jefes de servicio y catedráticos, las “vacas sagradas” del hospital, como así fue. La nefasta experiencia duró cuatro duros y estériles años, suerte que ahora he vuelto a lo que realmente me gusta y sé hacer, que es atender pacientes lo mejor que sé y puedo.¿Tiene tratamiento el síndrome Reagan? Sí, la desobediencia civil por parte de los médicos, pero desdichadamente mis compañeros se contentan con las migajas enconómicas que caen de la mesa de los gerentes (peonadas, carrera profesional,  jefaturas de guardia y de sección revisables cada 4 años y renovables según la fidelidad al “régimen”, etc) o simplemente no quieren conflictos.Sería soberbio e inconsciente decir que yo no tengo un precio: siendo humano, seguro que lo tengo, pero temo que los gerentes actuales no pueden pagarlo.  Otro día les contaré cuál es mi precio al hilo de lo que me ocurrió cuando ayudé a bien morir al padre de uno de mis mejores amigos (los médicos raramente curamos, yo creo que sólo las enfermedades infecciosas, pero siempre podemos acompañar y aliviar).

7 Responses to “El “síndrome de Reagan” en la sanidad pública”

  1. Interesante reflexión. Me alegra haber encontrado este nuevo blog en 21. Lo seguiré de cerca.

  2. Ahora entiendo porqué me decías que quizá no dures mucho en tu actual puesto de trabajo.
    Desde mi punto de vista las cosas son más complejas de lo que pareces percibir.
    Estando de acuerdo contigo en lo esencial, creo que la solución no puede basarse exclusivamente en los médicos, ni siquiera en las profesiones sanitarias con actividad hospitalaria.
    Es todo el sistema político el que falla desde su base debido a la falta de democracia interna de los partidos.
    Mientras en absolutamente todas las elecciones que se organicen haya ‘una cabeza’ que sea la que decida quien ‘va’ y quien no ‘va’, no tenemos nada que hacer, ya que cada persona que esté incluída en la lista correspondiente se debe a quien la nombró y no a los electores.
    Es una democracia curiosa la nuestra. Los cargos electos no se deben a los electores sino a quien los colocó en la lista de marras.
    En el fondo sigue habiendo una tremenda falta de libertad. Los ‘mandamases’, ya sean locales, regionales, nacionales, mundiales o universales no nos consideran capacitados para elegir entre todas las opciones posibles. Por eso nos dan parte del trabajo ‘masticado’: tranquilo ciudadano, yo me encargo de velar por tus intereses y te desbrozo inicialmente el camino para que nadie te engañe, por eso te propongo sólo a los candidatos adecuados.
    Pues mire por donde, señor desbrozador, prefiero que no me ponga limitaciones a mis posibilidades de equivocarme, porque en principio me fío más de mí que de usted. Si me equivoco cargaré con mi error -al menos será el mío y no el suyo- y si no me equivoco, sino que me engañan, ya buscaré mi roca tarpeya.

  3. Dices:
    “co

  4. Tu opinion sobre el papel de Ronald Reagan en cuanto a Africa y Ameica del Sur probablemente es correcta. No conozco bien estos aspectos su politica pero la gente en Polonia le considera como pesona con grandes meritos en cuanto a recuperacion nuestra idependencia. Gracias a su ayuda estamos en OTAN que para nosotros fue primer paso hacia un pais libre e independiente. Siempre hay diferentes puntos de vista.

  5. Dicen que cuando Pilatos preguntó a Jesus, ¿dónde está la verdad?, éste se encogió de hombros. Creo que todos tenemos una parte de esa verdad, que llamamos razón en cualquier discusión al uso. Es bueno intentar comprender la parte de verdad de los demás , porque eso hará más amplia la nuestra, nuestra conciencia y visión del mundo.

  6. Suscribo absolutamente todos y cada uno de los signos de este síndrome que tan acertadamente has llamado Reagan. Reconozco todos y cada uno de los síntomas, los he sufrido unas cuantas veces a lo largo de mi vida laboral en el hospital donde trabajo.

    La mediocridad nos invade, es tan doloroso ver como se va al traste un hospital entero por la estupidez de los políticos mediocres que designa a dedo a los “gestores” mediocres o claramente incompetentes (perfil predominante desde hace ya demasiado tiempo y sigue, sigue…).

    Y qué decir de la actitud acomodaticia de los profesionales de TODAS las categorías: empezando por jefes de servicio y catedráticos cuyo perfil es “el peor adaptado para el ejercicio de la medicina” y el más complaciente con los mediocres politiqueros ¡¡¡los conozco muy bien!!! he trabajado para ellos.

    Los buenos no aguantan en cargos de responsabilidad porque no están dispuestos a tragar más mierda de la necesaria (y les proponen siempre mucha), la indigestión está servida, vuelven a su puesto base a currar de médicos que es lo que les gusta y hacen muy bien. Lo sé, los he visto, son mis amigos. Yo tampoco aguanté, me fui a hacer otros trabajos asqueada de tanta mediocridad y complicidad con la incompetencia.

    Las enfermeras y enfermeros: igual, igual, por tanto, en cargos de responsabilidad como supervisiones, dirección… l@s peor adaptad@s para la profesión, consecuencia: los cuidados de enfermería pueden ir por cualquier derrotero menos por atender al enfermo. Y pobre del profesional honesto, capaz y comprometido con su trabajo será perseguido hasta que deponga su actitud y doble la cerviz para rellenar primero el protocolo en el ordenador y después atender al paciente ¡válgame dios! yo que no creo en él.

    El resto de trabajadores de las categorías necesarias como apoyo a estas dos esenciales (auxiliares, celadores, administrativos, mantenimiento…) han ido exactamente por el mismo camino, no han sido -ni pueden ser- ninguna excepción.

    He sido sindicalista durante 20 años, de las buenas, aprendí de los mejores (desde antes de la legalización de los sindicatos de clase hasta hace 15 años); lo dejé cuando no me gustaba el derrotero que mi sindicato iniciaba y la actitud de los trabajadores que me exigían que defendiera lo indefendible porque estaban afiliados, es decir un sindicalismo clientelar en el que no creo y menos aún en la sanidad pública donde lo primero y principal es defenderla de tantos y tantos depredadores internos, externos y mediopensionistas. Como no lo entendieron ni los unos ni los otros me fui y ya está. Sin más.

    Y así han pasado quince años y véase a lo que asistimos: a tu síndrome de Reagan; una descomposición progresiva de la sanidad pública, la degradación de los servicios prestados, la apatía de muchísimos profesionales, la pasividad de los ciudadanos, etc, etc ¡qué te voy a contar querido Ángel! Tú en Castilla-La Mancha (por cierto qué puñetas hace Fernando Lamata que no dirige mejor –¡contenta me tiene!-) yo en Madrid, otr@s en la Comunidad Valenciana o en Castilla-León…¿será que nos hacemos mayores? ¿será el signo de los tiempos?

    Ángel por si te sirve, te entiendo muy requetebién. Ya tengo 63 años y pronto me jubilaré porque no creo que esto cambie lo suficiente como para que me ilusione reengancharme a trabajar en alguna tarea que merezca la pena. A ti aun te queda un ratito, ánimo amigo.

    (Perdona el ladrillo, he sido una apasionada de mi vida en el hospital desde los 19 y eso se nota… reitero mis disculpas)

  7. Heya estoy por primera vez aquí. Me encontré con este foro y me parece realmente útil y me ha ayudado mucho . Espero poder dar algo a cambio y ayudar a los demás como tú me has ayudado .

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