Efectos de la crisis sobre la salud

 Es indudable que la crisis financiera en la que nos hallamos inmersos (posiblemente una crisis global y de modelo económico más que una situación puntual como las previas) afectará la salud de la población. Las más prestigiosas revistas biomédicas viene advirtiéndolo y publicando información desde hace meses (así el British Medical Journal -BMJ- y The Lancet).Las investigaciones y ejemplos previos son numerosos (en Rusia la esperanza de vida disminuyó abruptamente tras el colapso de la Unión Soviética), y mayores a más rápidamente se instaura la crisis, especialmente en relación con las tasas de paro; también se sabe pefectamente que los efectos son mayores a peor posición en la escala social (los menos favorecidos son siempre los que más sufren). Por ejemplo, está demostrado un aumento en la tasa de suicidios, en relación directa con el paro y la incertidumbre laboral, como ilustra exhaustivamente en un brillante artículo publicado hace sólo un par de semanas en Lancet (Lancet 2009; 374: 315-23) por un equipo multidisciplinar de sociólogos de Oxford, Londres, San Francisco y Bruselas: por cada aumento del paro del 1% aumentan los suicidos un 0.79% en las personas menores de 65 años, así como un 0.79% los homicidios (sin embargo, las muertes por accidentes de tráfico disminuyen un 1.39%). El efecto es mayor cuandol a tasa de desempleo aumenta más de un 3% por año fiscal, no sólo los suicidios sino también las muertes por abuso de alcohol y las enfermedades mentales como la depresión (BMJ 2009;338:b829), aun cuando no han encontrado efectos sobre la “mortalidad por todas las causas”, si bien el estudio es a corto plazo (consecuencias a menos de 3 años vista). Curiosamente, la asociación estadística más robusta entre tasa de paro y suicidio es la española.

Otros estudios británicos muestran que los parados tienen una tase de mortalidad entre el 20 y el 25% mayor que los trabajadores en su mismo rango de edad. Y eso en los países ricos, donde los parados están protegidos de la pobreza absoluta por la seguridad social (mientras haya fondos), al contrario que en los países pobres, donde el paro puede llevar al colapso familiar y personal, hasta la marginación y el hambre.

No sólo el paro afecta: también lo hace la incertidumbre sobre el futuro laboral, lo que se llama tener un “trabajo vulnerable”, por eso los sociólogos del artículo de Lancet reconocen que ignoran los efectos que pueda tener la crisis a largo plazo, como ocurrió en la Gran Depresión norteamericana: sus efectos se notaron 7 años después, en forma de persistencia de la incertidumbre, preocupación social y aumento de la mortalidad. A día de hoy, se sabe que las empresas de “comida basura” están obteniendo beneficios durante la crisis, comer alimentos no saludables pero baratos pasará factura a largo plazo.

Además, estudiar los efectos de la crisis utilizando sólo las tasas de mortalidad subestima los efectos reales de la recesión sobre la salud (de nuevo lo comentan los autores en el apartado “Discusión”), puesto que son una medida parcial de la salud de una población: la pintura queda incompleta sin estudiar también el efecto sobre los factores de riesgo y la incidencia de las enfermedades, junto con el hecho de que la misma incertidumbre laboral puede ser más dañiña que el paro.

¿Qué podemos hacer?. No quiero dibujar una situación catastrófica, aunque ésta me temo que lo es (sobre todo porque en nuestro país los políticos raramente dicen la verdad o nos dan datos de realidad; por ejemplo, ¿cuántos años podrá cobrar la gente su pensión de jubilación? ¿cuánto tiempo podrá sostenerse el seguro de paro al ritmo actual de destrucción de puestos de trabajo?). Además, no hay denuncia sin anuncio, y la palabra “crisis” tiene en chino el significado añadido de “oportunidad”.

La respuesta la encuentro también en el BMJ, en palabras de M. Marmot, antiguo comisionado de la Organización Mundial de la Salud (OMS), actualmente en Londres: no podemos volver a la situación previa a la crisis, debemos resolver tres problemas interconectados: las desigualdades crecientes dentro de los países, las desigualdades globales en salud y condiciones sociales y el problema urgente del cambio climático y la degradación medio ambiental. Es tiempo de un nuevo paradigma que tenga la igualdad en su centro, de aumentar la justicia social en temas como el comercio internacional y desarrollar un nuevo orden económico mundial, con un control diferente sobre el sector financiero y su regulación, causa fundamental de la crisis.

En la microeconomía de los países, el gasto sanitario debe reordenarse, priorizando programas de salud en atención primaria que sean sostenibles, especialmente en los países pobres (algún día hablaré sobre ese manido término, “sostenibilidad”, sospecho que nadie sabe de dónde viene ni cómo y quién lo generó) y evitando programas verticales. Los gobiernos podrían, a nivel continental (EU, OEA, etc), negociar los precios de los medicamentos con las compañías farmacéuticas para abaratar los costes, así como recortar el gasto sanitario con políticas ampliamente consensuadas racionales y razonables.

Hay otras medidas relativamente fáciles: coordinar más adecuadamente los esfuerzos privados, públicos y de organizaciones sin ánimo de lucro, tanto en el primero como en el segundo y tercer mundo; tal vez subvencionar el viaje de personas cualificadas actualmente en paro a formar cuadros intermedios en países del tercer mundo; en nuestro primer mundo, ofrecer alos jóvenes sin empleo o en búsqueda de su primer empleo puestos de aprendizaje de buena calidad, aunque sea modestamente retribuidos, así como continuar con la formación académica, y la más apreciada es la universitaria, aumentando las posibilidades de acceso a la universidad (BMJ 2009; 338:b829).

Es tiempo de afrontar la crisis, mirarla de frente y preguntarnos qué podemos y qué debemos hacer; y no hurtar la verdad: el ministro británico de finanzas convocó a uno de los diarios más prestigiosos del Reino Unido, The Guardian, un domingo de Enero y dijo: “transmitan a los ingleses que nos aguarda la peor crisis de los últimos 60 años”. Nadie le desmintió. Al fin y al cabo, honraba a hombres como Sir Winston Churchill, quien sólo pudo prometer a su pueblo “sangre, sudor y lágrimas” (pero salieron adelante y vencieron).

Ignoro si es la exégesis adecuada, pero “Veritas liberabit nos”, “La verdad nos hará libres”. Es el epitafio que eligió Marshall McLuhan, el visionario que predijo que el mundo sería una “aldea global”, tal como es hoy, para su lápida, en tipografía digital.

Debemos elegir entre intentar sanar a la Madre Tierra o, como de forma irónicamente terrible dijo Bertrand Russell, convertirnos en “un accidente de la evolución del que la Tierra se librará antes o después”. A veces me pregunto si, después de todo, Lucy tuvo una buena idea al erguirse sobre sus pies, hace algunos millones de años, en algún lugar del continente africano.  Lamento el pesimismo: debe ser que estoy cansado después de tantas guardias.

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