Autoridad y poder en la sanidad

 Como médico, uno de mis objetivos al comunicarme con mis pacientes es devolver a las palabras su significado real, en la convicción de que sólo la realidad y vivir en ella es sanante. Estoy convencido de que lo mejor es llamar a las cosas por su nombre: “Cáncer” significa una enfermedad maligna, pero no significa, ni en su origen (etimología de la palabra) ni en sus consecuencias, necesariamente, “tragedia, drama o muerte”, aunque desdichadamente es una palabra con una gran carga emocional y simbólica. Puede vivirse como tragedia o drama, pero también de otras maneras. Y si nos atrevemos a llamar a las cosas por su nombre, tenemos mucho ganado en la batalla contra una enfermedad, por grave que sea, pero hemos de empezar poniéndole un nombre. Un cáncer es un cáncer. Las pateras o la muerte por hambre son una tragedia y un drama.

Desde ahí he intentado aclarar los términos de “Autoridad” y “Poder” en el mundo sanitario, que entroncarán directamente con otro todavía más importante, el de “Legitimidad”, con el que concluiré. Muchas ideas que expongo están tomadas del libro “La Ética de Cristo”, de José Mª Castillo (4ª ed., Desclée de Brouwer, 2007), así como de un artículo de María López Vigil (profesora de la Universidad Centroamericana de Nicaragua), publicado en 2005.

 Autoridad (Auctoritas) viene del latín auctor, que a su vez viene del verbo augere, que significa aumentar, hacer crecer. El autor, el que tiene autoridad, es fuente u origen de algo. No es pues “mandar” (y menos arbitrariamente), sino engendrar, dar vida y servir a esa vida; está muy relacionado con paternidad. En la antigüedad, la autoridad la tenía quien servía al grupo o a la tribu, teniendo un marcado cariz altruista: el mejor cazador, el buen pastor (para el oriental la imagen del pastor era símbolo de autoridad política, el cetro de los reyes es una estilización del cayado del pastor). Se impone por convencimiento, por convicción, porque la gente comprende que es servicio y no mando. Los demás la reconocemos como buena para la mayoría y seguimos a quien la ostenta, que se la tiene que ganar en base a sus obras, a su praxis, a sus hechos, no se nace con ella y nadie la confiere, uno mismo se la gana según lo que hace, no según lo que dice.

Por eso los judíos entendieron muy bien a Jesús cuando se proclamó “Buen Pastor”, en contraposición a los malos pastores, que esquilmaban y sojuzgaban al rebaño. Se había pervertido el significado auténtico de autoridad, y la ostentaban quienes no la merecían. En los Evangelios, la palabra obediencia se aplica sólo a los seres inanimados; sin embargo, la palabra seguimiento, a los seres humanos (el poder se impone, la ejemplaridad convence). Por eso la gente seguía a Jesús, aunque obedeciese a los sacerdotes y fariseos.

¿Y el poder? En general se acepta que no es un concepto natural, sino cultural, de acuerdo al carácter vertical de la organización política de la sociedad. De hecho, se concreta en organizar a los individuos para la producción eficiente, sea ésta moral y/o éticamente justificable o no. Con ello se perpetúa una organización social milenaria, amos-esclavos, ciudadanos de una clase u otra, castas … Y el poder no se gana, en todo caso viene dado “de fuera”, por otros, o se conquista violentamente. Y puede hacerse de él un uso perverso, arbitrario, utilizado para el propio enriquecimiento y el propio prestigio, y no para el bien de las mayorías, aun cuando quien lo ostenta cree o quiere creer generalmente que lo ejercita para bien.

Sin embargo, ¿qué tendrá el poder que lo hace tan atractivo? ¿El mayor peligro de la humanidad es la ambición por el dinero o la ambición por el poder? Lo que el dinero puede dar, tiene un límite, sin embargo el deseo de poder es ilimitado (además el poder puede proporcionar un capital fabuloso). Jesús de Nazaret señala como la mayor tentación del ser humano el deseo de poder, el peligro más grave que le amenaza, ahí cortó de raíz las ambiciones de sus discípulos, no las toleró en modo alguno. Es una convicción radical de Jesús, con un agravante: los que mandan, usan y abusan del poder lo disfrazan como servicio; lo dicen a todas horas los hombres de la religión y la política, del mundo sindical, incluso lo argumentan de forma edificante, lo justifican para un buena gestión, para una mayor “eficacia”; en general desde arriba, alejados de las trincheras y de la vida real, en el mundo sanitario ciertamente lo más lejos posible de los pacientes, destinatarios de nuestra praxis y nuestro trabajo entero, nuestra razón de ser.

No digamos ya cuando el poder se reviste de un disfraz sagrado, entonces la combinación es explosiva y aterradora: en nombre del dios cristiano (en realidad la más terrible blasfemia) existieron las cruzadas y la inquisición; en nombre del dios socialismo, Stalin asesinó a más de ocho millones de personas, y en nombre del dios judío y por orden del imperio de entonces, Jesús de Nazaret fue condenado a muerte en cruz. No sólo eso: en nombre de su dios todas las grandes religiones monoteístas de nuestro tiempo han marginado y estigmatizado a la mujer; en el caso de la Iglesia católica, orillándola en la estructura eclesial, negándole el acceso al sacerdocio y relegándola al ámbito del hogar y la obediencia al varón, al fin y al cabo las imágenes de dios (e incluso de la trinidad) siempre son “varón”.

Sin embargo, Jesús aprende -como tendremos que aprender todos sus pro-seguidores antes o después- que “Padre” y “poder” son términos antitéticos, mutuamente excluyentes: el Padre no tiene poder alguno para salvarle de la muerte. Esa es la lección más dura de aprender, ya en la cruz, cuando le grita a Yahveh porque el Padre ha desaparecido, en una profunda migración de sentido.

Tras exponer todos estos conceptos que enmarcan mi reflexión, opino que en el mundo sanitario que yo conozco, comenzando por mi hospital y siguiendo por el resto de estructuras jerárquicas, salvo contadas y estupendas excepciones (ver Addendum), hasta llegar al ministerio de sanidad, los dirigentes tienen poder, pero carecen por completo de autoridad. Y me temo que lo mismo ocurre en la Iglesia católica, en la que he nacido y posiblemente moriré (aceptando también la existencia de excepciones).

Y opino también que la gente se pliega a ese poder por miedo, por deseo de compartirlo, por prestigio o a cambio de dinero: nos dirán que vistamos de blanco o de violeta en vez de verde al transitar por el hospital, aunque ello carezca de argumento científico alguno (ciertamente infectológico no, se lo dice una persona formada en patología infecciosa), y más o menos a regañadientes lo haremos; nos dirán que “visitemos” un paciente cada cinco o diez minutos, y lo haremos, o que un día de guardia hagamos una consulta “normal” por la mañana (cuando después nos quedamos 17 o 20 horas más en el hospital), y la haremos. Pero si nos tocan un solo céntimo de euro de nuestra nómina, se arriesgan a una rebelión en toda regla.

Puede haber quienes piensen que es pueril preocuparse por qué pijama se viste en el hospital o cuánto tiempo dedicamos a nuestros pacientes. Sin embargo, en mi opinión no lo es en absoluto. Porque no olviden que los hombres somos seres simbólicos, es decir, un color significa más de lo que parece, como un anillo en un dedo significa mucho más que un anillo, o una bandera, una cruz o una canción … Símbolo es lo que hace presente “aquí” lo que está “más allá”. No es sólo una cuestión de forma de ejercer el poder, cuando menos autoritaria, es una cuestión de mayor calado. Porque quienes nos obligan a ejercer un arte como un destajo, se justifican diciendo que “lo dicen sus superiores”. En ese proceso se hacen cómplices de aplicar normas injustas, en último término puede llegarse a la “ley de obediencia debida”, de resultados que todos conocen en el Cono Sur en los años 70 y 80.

Finalmente, me temo que, en general y tristemente, tenemos los dirigentes, los gestores y los políticos que nos merecemos, porque impera en mi medio y en nuestra sociedad lo que María López Vigil llama el “pragmatismo resignado”. Es una actitud cultivada y potenciada desde el poder político y religioso no ya de España, sino de todo el occidente: consiste en asumir una postura de resignación, conformismo, impotencia, “nada puede hacerse ni nada puede cambiarse”, “es el destino”, “qué puedo hacer yo solo”; esa actitud alimenta la parálisis laboral y social y perpetúa la lealtad a quien ocupa el sillón, confiando en que organizará el funcionamiento de la institución y acabará concediéndonos sus favores o, al menos, manteniendo nuestro status. Esta cultura manchega, española y de prácticamente la humanidad entera, impide el desarrollo de la sociedad civil y la construcción de ciudadanía, así como cualquier atisbo de cambio y que otra sociedad y otra organización de la misma sean posibles.

Concluyo diciendo, también de acuerdo a María López Vigil, que nuestra visión del mundo y del poder no nace de su legitimidad: la legitimidad se construye siempre mediante el diálogo y la relación entre iguales, como la que tenía Jesús con sus amigos y con toda la gente con que se cruzaba. No se impone arbitrariamente. Es decir, aceptar que “las cosas son así porque deben ser así, porque no pueden cambiarse” es aceptar que son legítimas. Observen a su alrededor y pregúntense si nuestra sociedad no es ya como Dios la ideó (eso es un problema de nosotros los creyentes), sino como ustedes la querrían; si imperan en nuestro ambiente y en nuestro medio la libertad (auténtica), la igualdad (auténtica) y la fraternidad. Yo creo que no. ¿Ustedes qué piensan?.

Addendum. Una de mis mejores amigas, una mujer a la que quiero y aprecio como persona y cristiana (su familia me honró con su amistad desde la época de universitarios; yo lloré a su padre de veras), extremadamente bien cualificada, ocupa hoy un cargo de gran responsabilidad en la estructura sanitaria de una comunidad autónoma. Estoy convencido de que aceptó el cargo con el deseo de servicio y que puede ser una de las excepciones “contadas y estupendas” que mencioné. Ojalá Dios le ayude a mantener ese espíritu con el que comenzó.

Discussion area - Dejar un comentario






He leído y acepto las condiciones generales y la política de privacidad


Información básica sobre protección de datos
Responsable: REVISTA REINADO SOCIAL 21RS (más info)
Finalidad: • Gestión de la adquisición del producto, suscripción o donativo, así como la tramitación de los mismos.
• Envío de comunicaciones relacionadas con el proceso de compra, las suscripciones o los donativos.
• Envío de comunicaciones y ofertas comerciales, por diferentes medios, incluidos los medios electrónicos (email, SMS, entre otros). (más info)
Legitimación: Ejecución de una compra online, suscripción o donativo. (más info)
Destinatarios: No se cederán datos a terceros, salvo obligación legal. (más info)
Derechos: Acceso, rectificación, supresión, cancelación, y oposición. En determinados casos derecho a la limitación del tratamiento de sus datos. (más info)
Información adicional: Puede consultar toda la información completa sobre protección de datos a través del siguiente enlace (más info)
Los enlaces de (más info)