¿Qué es la Iglesia?

A menudo la gente critica a la “Iglesia”, tanto creyentes como no creyentes. Mi colega de blog, Isabel Gómez Acebo, publica hoy la represión de opinión de una religiosa estadounidense por el obispo de su diócesis. Ello me ha movido a compartir por ustedes -lejos de datos biomédicos como la vacuna de la gripe AH1N1, sobre la que pienso escribir en breve- lo que yo entiendo por Iglesia. Tal vez algunos se sientan identificados o confortados, espero que nadie insultado,  provocado o escandalizado. Es un documento algo largo que escribí hace más o menos un año.

” Hace años, durante la celebración de una pascua en campo abierto, escuchaba la conferencia de un sacerdote italiano. Como yo apenas entiendo italiano, perdía muchas palabras, pero había una que pronunciaba muy a menudo, “chiesa” y que me intrigaba porque parecía importante. A mi lado había un muchacho a quien yo veía atender con sumo interés. Éste debe entenderlo todo, pensé, así que voy a preguntarle. Le toqué en el brazo y le dije: ¿Qué es la “chiesa”?. El me miró muy serio y, haciendo un gesto con el brazo abarcando toda la multitud que seguía la celebración esparcida por la campa, me dijo: “La “Chiesa” somos todos nosotros”.

He reflexionado mucho sobre lo que significó para mí aquello que el muchacho me dijo. Por eso os ofrezco lo que para mí es la “Chiesa”, la Iglesia.

Iglesia son las personas ancianas que viven solas y que su único rato al día de estar acompañadas es el tiempo del rosario y la misa, a la que acuden todos los días para recibir calor humano y divino.

Iglesia son los curas diocesanos con su magro sueldo y su soledad, que acompañan lo mejor que pueden la vida de las parroquias.

Iglesia son los religiosos y religiosas misioneros, que en el tercer mundo dejan día a día su vida en el servicio de los más pobres. No hay suburbio de Guayaquil, de Calcuta, de La Paz, de Ciudad del Cabo, que no sea recorrido por una monja atendiendo a los que, como dijo el padre Arrupe, antiguo general de los jesuitas, tienen “hambre de pan y de evangelio”.

Iglesia son las teólogas y las religiosas que defienden pública y valerosamente la ordenación sacerdotal de las mujeres, denunciando así uno de los peores pecados de la Iglesia jerárquica o institucional (junto al arrinconamiento de los laicos y la apetencia por el poder mundano).

Iglesia son los jubilados que cobran poco y echan lo que pueden en la bandeja de la misa, dando no de lo que les sobra, sino de lo que les falta.

Iglesia son los campesinos cristianos, que con su sudor y esfuerzo obtienen de la tierra el alimento para que los demás comamos y vivamos. Lo dice el sacerdote en la misa: “Gracias Señor por este pan y este vino, fruto de la tierra y del trabajo de muchos hombres”.

Iglesia son los campesinos guatemaltecos, que en la época de la peor represión enterraban en el bosque sus biblias, porque si el ejército o los paramilitares las encontraban en una casa, se convertían en reos de muerte y muerte atroz.

Iglesia son los campesinos latinoamericanos sin tierra ni trabajo estable, sin agua ni luz en sus pobres viviendas, sin asistencia sanitaria cuando sus mujeres dan a luz ni escuelas cuando sus hijos comienzan a crecer; al alba de cualquier domingo, antes de que amanezca, tras consumir un magro desayuno, parten de sus caseríos y caminan durante horas para llegar a tiempo a la misa dominical, que se celebra en una capillita de adobe. Allí se encuentran con otros campesinos tan pobres como ellos mismos y comparten la buena noticia de Jesús.

Iglesia son los catequistas y delegados de la palabra de toda la América Latina, que mantienen viva la fe de sus pequeñas comunidades.

Iglesia son los obreros sin derechos laborales, despedidos de las fábricas cuando caen los beneficios y a merced de los fríos cálculos de la economía.

Iglesia son los desempleados de todo el planeta, que salen temprano de casa en busca de un trabajo que les permita, al menos ese día, llevar algo de comida a casa.

Iglesia son los habitantes de tugurios, cuya miseria supera toda imaginación y sufriendo el insulto permanente de las mansiones cercanas.

Iglesia fueron los niños que vi morir de hambre en Honduras: ellos eran el siervo sufriente de Yahvé hecho carne y sangre en nuestro mundo de hoy.

Iglesia fue monseñor Romero, obispo y mártir, a través del cual (en palabras de Ignacio Ellacuría, también asesinado), “Dios visitó El Salvador”. Así habló monseñor sobre la Iglesia en el funeral tras el asesinato de Rutilio Grande: “Así ama la Iglesia, muere con ellos; y con ellos se presenta a la otra vida del cielo”. Y en el último párrafo de su homilía del 23 de marzo, precedida por una semana en la que habían arreciado los asesinatos, las desapariciones y torturas, dice: “La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede permanecer callada ante tanta abominación”. Cuando fue amenazado de muerte, dijo monseñor Romero: “un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás” (marzo, 1980).

Iglesia fue Ignacio Martín Baró, jesuita que me vendió el libro de monseñor Romero que está a la cabecera de mi cama, que me enseñó la Universidad Centroamericana y que cinco años después murió asesinado junto a Ignacio Ellacuría y compañeros mártires.

Iglesia son los teólogos de la liberación; con sus aciertos y errores devolvieron la centralidad del mensaje de Jesús a su original destinatario, el mundo de los pobres, porque, como se dijo en Puebla, “Dios toma su defensa y los ama”.

Iglesia son los mártires y los santos; conocidos y venerados algunos, anónimos la mayoría. Su razón de ser fue la construcción del Reino y nos muestran cómo puede ser la vida cristiana.

Iglesia es monseñor Pedro Casaldáliga, obispo jubilado en el Mato Grosso brasileño, que, mientras ayudaba a sus feligreses en las faenas agrícolas escribió un poema que comenzaba así: “Con un callo por anillo, monseñor cortaba arroz”. Fue él quien dijo que sólo había dos verdades absolutas: Dios y el hambre.

Iglesia no católica fue Mohandas Gandhi; preguntado en qué Dios creía, dijo “Yo soy cristiano, y soy judío, y soy indio, y soy musulmán”. Este hombre, armado con una rueca de hilar y ordeñando cabras, devolvió el orgullo al pueblo indio y le capacitó para enfrentarse y derrotar a un imperio. Qué dentro debía llevar a su Dios que, cuando recibió las balas mortales, se escapó de sus labios un quejido: “Hey, Ramá” (Oh, Dios mío).

De la misma raza que Gandhi fue Rabindranath Tagore, quien nos dejó escrito: “Cada niño que nace nos dice que Dios aún cree en el hombre”.

Yo percibo como iglesia y compañero de camino a Bertolt Bretch, dramaturgo y poeta comunista alemán; él era ateo pero yo creo que Dios le inspiró unos personajes llenos de ternura y comprensión profunda de lo humano: Se-Zuan, prostituta china, quien se justifica ante los dioses diciendo: “es difícil ser buena cuando todo está tan caro”; Galileo Galilei, que se retracta de sus descubrimientos al ver los instrumentos de tortura y afirma: “desdichado el país que necesita héroes”. O Madre coraje, personaje complejo y generalmente malinterpretado, superviviente aun a costa de la muerte de sus tres hijos, que comercia con los diversos ejércitos en el campo de batalla, ondea en su carromato una bandera u otra según quién domine la contienda y nos enseña que, en las guerras, son los pobres quienes pierden siempre.

Iglesia también no católica fue Rosa Parks, ciudadana negra de Alabama, descendiente de esclavos negros, que un día se negó a levantarse de un asiento reservado para blancos en un autobús urbano. Su sencillo “no” encendió una mecha que prendió en la nación entera y levantó un fuego que devolvió la dignidad a toda una raza, proporcionándoles, tras mucho sufrimiento, sus derechos civiles. Si se dice que un camino de mil millas comienza por un solo paso, fue verdad que una revolución comenzó por una sola sílaba.

De la misma raza que Rosa Parks fue Martin Luther King, pastor protestante y hombre de Dios, que lideró el movimiento negro por la dignidad y los derechos civiles y un día, tras marchar con decenas de miles de hermanos de raza y humillación sobre la capital del imperio, pronunció un discurso que pasó a la historia; en él, por ejemplo, dijo: “Yo tengo un sueño que un día en las rojas colinas de Georgia los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos amos podrán sentarse juntos en una mesa de hermandad”. King murió asesinado pero su sueño no desapareció con él: le sobrevive en todos los que siguen luchando por la dignidad de todos los hombres. Así habló King a los fieles de la asamblea congregados en Memphis la noche anterior a su muerte: “Dios ha permitido que llegara a la cima de la montaña y desde allí he visto la tierra prometida. Y es posible que no vaya a la tierra prometida con ustedes. Estoy feliz esta noche. Nada me preocupa. No temo a hombre alguno. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor”. Al día siguiente murió de un único disparo de francotirador, como monseñor Romero.

Iglesia fue Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco, que en el campo de la muerte de Auschtwiz se ofreció para ocupar el lugar de un condenado a muerte padre de familia. Fue encerrado para morir de hambre y sed, y duró trece días.

Iglesia fueron los presos que se ayudaban unos a otros en ese campo de concentración de Auschwitz. Hay quienes se preguntan si se puede rezar (y creer) después de Auschwitz. Yo creo que sí, porque en ese lugar de espanto se rezó.

Iglesia fue el sacerdote desaparecido en la dictadura argentina, que tras las torturas en los temibles “chupaderos” era capaz, con las pocas fuerzas que le quedaban, de confortar a sus compañeros de suplicio.

Iglesia fueron los cristianos del otro lado del telón de acero, que por no renegar de su fe fueron condenados a trabajos forzados y enviados a Siberia; allí se les obligó a trabajar en minas a cielo abierto a 40º bajo cero, y aun así siguieron creyendo y orando.

Iglesia son las parroquias de los barrios suburbiales de Santiago de Chile, donde cocinan ollas populares para que la gente pueda tomar una comida al día.

Iglesia fue Teilhard de Chardin, sacerdote jesuita reducido al silencio por sus opiniones, que no renunció a interpretar en clave de fe esperanzada sus descubrimientos antropológicos y afirmó que la creación se dirigía hacia el punto Omega, el “Cristo Total”.

Iglesia fue Carlos Bravo, jesuita mexicano que me enseñó la enorme riqueza del evangelio de Marcos y con ello hizo madurar mi fe. Murió en 1997 de un tumor cerebral y siempre se supo, aun en medio del dolor y la incertidumbre, en manos de Dios.

Iglesia fue Elisabeth Kübler-Ross, médico suiza, que dedicó su vida a ayudar a los moribundos y con ellos y desde ellos nos enseñó que la muerte es un amanecer.

Iglesia fue mi padre, Mariano, cristiano sencillo y piadoso, hombre cabal, que fundó una gran familia y ayudaba siempre en lo que podía.

Iglesia fue mi suegro, Fidel, hombre honesto y trabajador que dejó el pueblo para probar fortuna en la ciudad, y animaba siempre las fiestas con su humor, su guitarra y un canto.

Iglesia son las personas débiles y enfermas: en su fragilidad radica su fuerza, porque, sintiéndose débiles, ponen en Dios su confianza: “En El solo la esperanza”.

Iglesia son los sacerdotes secularizados que siguen creyendo y ayudando a los demás en lo que pueden; se les obligó a elegir entre una ley canónica hecha por hombres y su conciencia, y prefirieron escuchar a su conciencia antes que a esa ley. Yo percibo a muchos de ellos más cerca del Dios cristiano que antes.

Iglesia son los cristianos que hacen contratos laborales justos a los inmigrantes, dándoles así la oportunidad de un mañana mejor para ellos y sus familias. Estos hombres y mujeres, que han venido a España jugándose la vida, tienen determinación y coraje; están llamando a nuestra puerta y no podemos ni debemos ignorarlos, porque en ellos es Dios mismo quien llama.

Iglesia es la fe de la gente sencilla, a quien esa fe ayuda a tirar en la vida. Lo dice el celebrante en la Eucaristía: “no mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia”.

Iglesia son los suicidas, que han sufrido tanto en esta vida que no pueden soportarla y eligen terminar con ella: estoy convencido de que el Dios Padre les espera al otro lado con sus brazos abiertos y, nada más cruzar el umbral, los abraza para consolarles de tanto sufrimiento padecido (aunque a veces hace falta más valor para vivir que para morir).

Iglesia somos nosotros en nuestra grandeza y nuestra miseria, en nuestro pecado y nuestra fragilidad, con nuestra historia personal y nuestra psicología, con nuestras enfermedades físicas o mentales…; todavía pensamos que merece la pena vivir en el proseguimiento de Jesús e intentar vivir como él y llevar una buena noticia a este mundo roto. Lo haremos mejor o peor, cada uno a su estilo, pero ahí estamos intentándolo y nos reunimos cada semana para compartir alimento espiritual y físico.

Finalmente, Iglesia fue Jesús de Nazaret, a quien sus discípulos llamaron Cristo (Mesías). Fue capaz de dirigirse a Dios en la tortura y decirle: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Murió solo, abandonado de Dios y de sus seguidores, para que ya todos los hombres y mujeres que mueran injustamente no se sientan solos del todo en el momento final, porque El Hijo pasó por ahí primero. Creemos que Dios lo resucitó y validó así su vida y su muerte: había tenido razón en lo que enseñaba y en lo que hacía: Dios es Padre, los hombres son hermanos y el Reino de Dios está ya entre nosotros.

Todo eso es lo que yo entiendo por Iglesia. Me ayuda mucho más expresar lo que me da fuerzas y aliento para vivir y pro-seguir que lo que me escandaliza, duele, horroriza o hace resquebrajar mi pequeña fe”.

Que el Dios cristiano les cuide y les bendiga.

3 Responses to “¿Qué es la Iglesia?”

  1. Tienes toda la razón cuando afirmas que la Iglesia somos todos, algo que desgraciadamente se olvida con frecuencia. Da mucha esperanza ver que los seguidores de Jesucristo son tan numerosos y trabajan silenciosamente en los lugares más dispares. Gracias por recordarlo y devolvernos la ilusión

  2. E Iglesia también es lo que no ha dado fruto aparente:
    -De quien no hemos tenido noticia.
    -Los que hicieron cosas bien, pero también mal.
    -Quién quiera, que dentro de la Iglesia institucional, haya sido portavoz del Evangelio.
    -Aquellos que se han radicalizado o sectarizado.
    -El cobarde, que no ha dado la cara por Dios ni por nadie; no tener valor no implica no tener sentimientos.
    -El mezquino, que su vida ha sido escatimada y sólo alcanza a sobrevivirse.
    La Iglesia se ensancha con los que intuyen la unidad y vibran con la sutileza de: “La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará” (Is 42, 3).
    Jesús entendió nuestra condición y universalizó su Iglesia teniéndonos, a todos, muy en cuenta.

  3. Amigo Angel:Con tus artículos uno se siente orgulloso y contento de pertenecer a esta Iglesia.En la iglesia donde yo a veces asisto los domingos el presidente de la Eucaristía suele decir en el Credo: “Creo en esta Iglesia”, refiriéndose a todos los que allí estamos profesando la fé.

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