Huelga de hambre

Otro tema no fácil ni grato sobre el que escribir, que ha saltado a la palestra en los últimos días tras la muerte del disidente cubano Orlando Zapata. Escribo como médico, aunque el trasfondo de una huelga de hambre es político, ético, sociológico e incluso teológico: se trata de un método de resistencia o presión no violenta en el que se está poniendo en juego la propia vida, porque hay algo que se considera de más valor que la misma y por lo que merece la pena morir.

Sin embargo, posiblemente nada tienen que ver las huelgas de hambre de personas justas (Gandhi lo fue) con el uso de este método por parte de sujetos que pertenecen a bandas terroristas y violentas y lo utilizan como complemento a la presión criminal en otros frentes: no encuentro relación alguna entre De Juana Chaos y Orlando Zapata.

Además, conviene no perder de vista que este gesto de alto valor simbólico tiene sus raíces muy antiguas: se describe en los códigos civiles de la Irlanda precristiana y en los textos sagrados indios: el que ayunaba se sentaba en la puerta de su opresor, con lo que no sólo protestaba contra la injusticia cometida, además cuestionaba la hospitalidad, concepto sagrado en la antigüedad (tristemente menos en la modernidad), nada más oprobioso para el opresor que dejar morir –de hambre- a quien estaba a su puerta. Hasta 1861 estuvo legalmente autorizada en India, lo cual da idea de su prevalencia y arraigo en ese país.

En la historia tal vez las huelgas de hambre más publicitadas fueron las de Mohandas Gandhi, que protestó así contra el dominio británico de la India (el llamado raj), durante sus encarcelamientos por los británicos en 1922, 1930, 1933 y 1942. La reputación de Inglaterra hubiese sufrido mucho si hubiesen dejado morir al Bapu (padre en indio) en sus prisiones.

Del mismo modo, las sufragistas británicas y norteamericanas realizaron huelgas de hambre durante sus periodos de cárcel. Aquí entra el primer dato médico de este tema: se les alimentó por la fuerza, lo cual es, en mi opinión y la de otros, una forma de tortura. Basta ver los grabados de libros antiguos de psiquiatría para comprenderlo: el “paciente” se amarra a una silla (preferiblemente, para que no se trague el vómito) o una camilla y se le provoca la asfixia de uno u otro modo hasta que abre la boca, en ese momento se inserta una goma o embudo (en tiempos antiguos no de plástico sino de madera, metal o bambú) en la cavidad bucal y se le alimenta por ella. Los soviéticos no dudaban en romper los dientes de la víctima si hacía falta, como narra Solschenitzin. Tristemente, en Guantánamo se han hecho cosas bastante similares, aunque a menor escala cuantitativa. Lamento dar detalles tan ásperos pero reflejan la realidad.

También es interesante darse cuenta de que el empleo de la huelga de hambre como método de resistencia pasiva no sólo es históricamente antiguo, sino tristemente actual. Ha costado la vida de numerosos presos de conciencia tamiles (Sri Lanka), tibetanos, irlandeses (desde 1917 hasta los casos más conocidos en 1981, en el tristemente célebre bloque H de la prisión de Maze), cubanos, así como de más de cien presos turcos. 

Como médico, me sobrecoge pensar que hay profesionales de la medicina que se prestan a colaborar en la alimentación forzosa. La más prestigiosa revista médica del planeta, el New England Journal of Medicine, revisó el tema en septiembre de 2006, cuestionando los fundamentos éticos y legales de la participación de médicos en la alimentación forzosa, en tanto que viola el principio médico ético de no dañar mediante el conocimiento que se posee, incurriendo en un trato inhumano y degradante para con el “paciente”.

Entiendo asimismo conveniente dar algunas pinceladas desde la medicina sobre la fisiología de la huelga de hambre (que casi nunca es también de sed, porque la persona no sobreviviría más de diez o doce días). Durante los primeros tres días el organismo utiliza la glucosa del hígado y los músculos para obtener energía, y el sujeto experimenta mareos y debilidad. Ulteriormente comienza a consumir la grasa corporal, en un proceso llamado de cetosis, que provoca fuertes vómitos y malestar por irse alterando la composición de los fluidos orgánicos. Ulteriormente el organismo, hacia las tres semanas, entra en una fase de inanición en la que consume los músculos, la médula de los huesos y las estructuras de los órganos, produciendo productos metabólicos cada vez más tóxicos, lo cual puede producir alteraciones irreversibles como consecuencia de infecciones o al acontecer fracaso renal, alteraciones visuales o neurológicas. Todo ello puede dejar secuelas de por vida en caso de que el paciente sobreviva (por lo general el riesgo de muerte aumenta a partir de los cincuenta días).

¿Qué se logra mediante la huelga de hambre? Que la opinión pública –eso que algunas veces temen los estados postotalitarios y que nada importaba a los totalitarios de antaño (que se lo pregunten a los presos del Gulag estaliniano)- conozca una situación de injusticia contra la que merece la pena luchar y sacrificar por ello, si es necesario, la propia vida, y todo ello de forma no violenta, como resistencia pacífica, sin emplear al tiempo bombas ni pistolas.

En cierto modo, es el último recurso del individuo frente a una acción injusta del Estado. El médico no debe convertirse en esa cruel dinámica en un agente del poder represor, puesto que el deber deontológico del médico es con el paciente, no con el Estado, de ahí el derecho inalienable a la objeción de conciencia por parte de los facultativos, que tanto parece molestar a algunos en temas bien candentes en nuestra España de hoy.

 Conviene recordar estos conceptos porque el totalitarismo o postotalitarismo carece de ética, conciencia o deontología, por ello ninguna ley que vaya contra la vida humana y la persona humana puede superar la propia conciencia o las dudas que se nos puedan plantear como profesionales o como colectivo. Diferente es atender al huelguista de hambre que solicite asistencia médica para tratamiento sintomático (de dolores musculares, vómitos), de hecho Aminatu Haidar, otro caso reciente, la solicitó, la recibió y en modo alguno ello interfirió con su proceder y su actuación.

 Es decir, la Administración no debe delegar en el médico sus propias responsabilidades, que en nuestro caso son antes que nada con el paciente. Desdichadamente y como enseña el reciente caso del preso cubano fallecido (y otros muchos en numerosos países, incluyendo Estados Unidos de América), hay Estados criminales, aunque se disimulen con melodías caribeñas. Pero el médico no debe serlo ni cooperar en hechos así.

Rueguen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

One Response to “Huelga de hambre”

  1. Muy buen artículo.

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