Salud y enfermedad. El PSA.

Por lo general, nos hacemos médicos para atender enfermos, y a más graves están éstos, más útiles nos sentimos la mayoría de sanitarios. Por ello el ejercicio de la medicina resulta actualmente tan frustrante para muchos colegas: por la acción u omisión de los gestores la mayoría de médicos –ciertamente los de asistencia primaria- se ven obligados a hacer un sinnúmero de tareas burocráticas en vez de dedicar el tiempo a los usuarios del sistema sanitario. Además es raro que atiendan  a personas con verdaderos problemas de salud.

Podemos decir que lo que es normal cada vez se restringe más y pasa a calificarse como patológico. Exigimos a la medicina que detenga el envejecimiento fisiológico y las molestias y deterioro inherentes al mismo, cosa a día de hoy imposible. Le exigimos que nos coloque en una suerte de nirvana sin dolor, sufrimiento ni frustración, y eso a día de hoy es imposible. Nuestro organismo envejece y pierde facultades, convertimos en enfermedad simples hallazgos de laboratorio o de radiografías y nos sometemos a maniobras diagnósticas – no siempre inocuas- y a veces a costosos tratamientos, aun cuando nos sintamos bien, “por si acaso” o “por lo que pueda pasar más adelante”. A veces los mismos médicos potenciamos esa actitud ejerciendo una medicina defensiva por temor a problemas legales, demandas y reclamaciones.

Un ejemplo palmario lo tenemos en una determinación analítica que casi todos los varones de más de 50 años o frisando esa edad conocemos: el antígeno específico prostático, más conocido por sus siglas inglesas, PSA. Este dato de laboratorio puede asociarse a cáncer de próstata, pero no es bueno en absoluto como herramienta de detección precoz ni de diagnóstico: no es específico (está en el tejido prostático normal, no sólo en el canceroso) y además no distingue entre un cáncer localizado y otro agresivo. Además el cáncer de próstata se relaciona con la edad, a partir de los 60 años es sumamente común y muchos de nosotros nos moriremos con él, pero no a causa de él. La utilidad de esta molécula –como la de todos los así llamados marcadores tumorales detectables en la sangre- es el seguimiento y monitorización del tratamiento (si sube tras tratar puede indicar recidiva del tumor), o tal vez como herramienta diagnóstica si su valor se dobla en el tiempo, pero no en base a una determinación aislada. Es conveniente ser muy prudente con la interpretación de este dato de laboratorio, ya que puede conducir a maniobras diagnósticas o terapéuticas que de nuevo no son baladíes ni inofensivas: pueden acabar con un varón estéril o incontinente, lo cual no resulta nada agradable.  El mismo descubridor de esta molécula, el médico norteamericano Richard Ablin, ha dicho recientemente que el PSA se ha convertido en “un desastre de salud pública terriblemente caro”,  y que resulta “apenas más efectivo en el diagnóstico del cáncer de próstata que echar una moneda al aire”.

 Otro ejemplo excelente de la medicalización de la sociedad lo tenemos analizando los dos extremos de la vida, el nacimiento y la muerte, que no dejan de ser hechos fisiológicos. El embarazo, un proceso natural que concluye en el parto, se ha convertido en una sucesión de visitas al ginecólogo para la realización de exámenes mediante ultrasonidos (ecografía) y monitorización fetal electrónica. Ésta no mejora en absoluto la supervivencia infantil pero sí aumenta el número de cesáreas (datos de la Colaboración Cochrane, institución que estudia la literatura científica e intenta sacar conclusiones válidas basadas en la evidencia científica existente). Es decir, el comienzo de la vida puede terminar en una cirugía mayor.

 Si examinamos lo que nos ocurre al otro extremo de la vida, cuando ésta se acaba, el panorama es similar: la mayoría de gente muere en los hospitales, a veces ingresada en las unidades de cuidados intensivos, eso sí, atendida por múltiples médicos. Con ello una experiencia cotidiana, que ocurría en la casa, se convierte en un complejo fenómeno sanitario.

Podemos decir que la atención médica cada vez se enfoca más a personas sanas, que se sienten bien o que no toleran un sentirse mal que tal vez no sea evitable: los médicos de atención primaria están hartos de ver desfilar por sus consultas personas que se sienten cansadas o tienen dolores de origen inexplicado, con análisis y radiografías estrictamente normales, dolores no encasillables en las enfermedades que conocemos y con contexto las más de las veces psicosomático, inherente a una vida triste, desdichada o frustrada.

 Los médicos que trabajamos en hospitales afrontamos situaciones no menos difíciles y a veces también desalentadoras: atendemos ancianos extremadamente añosos y nos preguntamos hasta dónde llegar en sus tratamientos y maniobras diagnósticas. A veces experimentamos nuestra tarea como fútil y tampoco nos ayuda el extremo contrario, escuchar invitaciones al nihilismo o el comentario ácido de que nuestra tarea es inútil, ocasionalmente proveniente de otros colegas o personal sanitario auxiliar.

 Soy consciente de que habrá quien piense que a veces no se calma el dolor adecuadamente y no se presta atención a padecimientos reales. También es cierto que en el caso de padecimientos imaginarios (sin correlato orgánico demostrable), sin gravedad vital alguna, las personas se sienten mal cuando acuden al médico. De acuerdo, pero en ese caso no es un médico lo que se necesita, o al menos no un médico a quien se le dan 3 minutos para atender al paciente. Sería necesaria una mezcla de médico, psicólogo, confesor, asistente social y amigo. No conozco a nadie que reúna tantas facetas y además disponga del tiempo necesario para ejercerlas.

Hemos convertido los servicios sanitarios en objetos de consumo, de usar y tirar, creyendo que los análisis, radiografías, ecografías, resonancias, etc, no valen nada, cuando son extremadamente caros. Que podemos acudir a los servicios de urgencias o al médico al menor estornudo. Eso es un error craso que lleva al colapso de los mismos, que no pueden entonces atender con la prontitud necesaria a quien está realmente enfermo. 

En el debate sobre la salud –eterno y estéril las más de las veces- no se plantea la pregunta clave: no cuántos cuidados médicos queremos (muy posiblemente la respuesta sería que infinitos) sino cuántos podemos pagar, porque los presupuestos sanitarios no son ilimitados, conviene recordar que afrontamos una demanda ilimitada (“salud”, ese término tan trivializado y etéreo) con medios limitados. Antes o después la realidad mostrenca se encargará de contestar por ella misma, cuando no haya dinero para pagar las prótesis o los antibióticos. O no nos paguen el sueldo al personal sanitario.

 En último término, sería interesante preguntar ¿qué es la salud? ¿tiene la misma percepción una persona que otra, un habitante del tercer mundo que uno del primero? ¿está enfermo un lesionado medular que no puede mover un solo miembro pero sin embargo aprovecha su vida e incluso conforta a otros?

 Me quedaré con una definición de salud de mis tiempos utópicos de estudiante de medicina: “aquella manera de vivir solidaria, autónoma y profundamente alegre”. A día de hoy, con mucha más experiencia vital y clínica, cuestionaría el término “autónoma”, ya que mis experiencias recientes me dicen que hay lesionados medulares cuya vida no es en absoluto autónoma y sin embargo están sanos según el resto de la definición.  Nada que ver pues con resultados de análisis o de técnicas de imagen. Es algo mucho más profundo y que abarca muchos más aspectos de la vida. En base a esa definición muchos sanos están enfermos y muchos enfermos, sanos.

 Rueguen por esta sociedad nuestra que cada vez recibe más atención médica pero que cada día parece ser más infeliz. Que el Dios cristiano nos ayude a entender que la verdadera salud y felicidad no se hallan en las consultas de los médicos ni al final de un bote de pastillas, sino en la vida cercana y compartida con los prójimos. Esta verdad la voy aprendiendo en contacto con personas que han perdido casi toda capacidad y sin embargo viven en ocasiones vidas plenas. Les aseguro que es una profunda experiencia.

2 Responses to “Salud y enfermedad. El PSA.”

  1. ¡¡¡Feliz Pascua Florida!!!

  2. Estimado Angel,

    veo que el cambio te está sentando bien y me alegro.
    Estoy bastante de acuerdo con tu punto de vista. Por desgracia es a lo que se tiende en casi todas las sociedades “avanzadas”… y lo digo por experiencia, como bien sabes. Y es que los males del alma son los peores.

    Un saludo,

    Javier

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