Cotidianidades

Tras un paréntesis vacacional vuelvo a relatarles hechos de mi vida cotidiana, una de las piedras angulares de este blog.

 Por ejemplo, constatar que hacía muchos años que el pirineo aragonés no estaba tan lleno de agua, flores, insectos y olores. Todos ellos forman el acervo de mi memoria, desde los días de adolescente en aquel lento y bello tren que se llamaba “canfranero” y que nos acercaba a las montañas, hasta una estación enorme, preciosa y abandonada (tal como sigue hoy en día, más de treinta años después), donde nos apeábamos para desde allí hacer “dedo” o caminar hasta el lugar donde poníamos la tienda. Jaca, Hecho, Ansó, Benasque, Aragüés, del Puerto son hitos de mi vida a los que siempre me gusta volver, cada vez descubriendo en ellos nuevos aspectos.

 Es hermoso constatar que los valles siempre están esperándonos, la naturaleza habitualmente acogedora (menos cuando se “enfada”), por más que pasemos –como en este caso- diez años sin visitarla. Además, gracias a la repoblación pueden verse ahora marmotas en el pirineo aragonés, con la impresión de vitalidad que transmiten. También hay algún oso, pero su convivencia es difícil con los rebaños. Por cierto, es curioso que casi ninguno va ya acompañado por pastores: según creo algunas ovejas llevan un GPS y las controlan así. Tal vez con ello desaparecerá una de las profesiones más antiguas de la humanidad, con hondas raíces bíblicas.

 Pero las vacaciones no duran mucho, así que hay que volver a la realidad, hecha en mi caso de pacientes, y constatar que para algunos de ellos hay mejoría y para otros no, que la vida sigue en el hospital y con ella la lucha por rehabilitar todo lo posible los organismos lesionados, pero no sólo los cuerpos: también los espíritus maltrechos por las lesiones, tanto de pacientes como de acompañantes.

 Es mucho lo que se aprende aquí: por ejemplo, lo delicado de los equilibrios familiares, puestos a prueba por la adversidad, la distancia al domicilio, a veces lo precario de las situaciones. No dejo de admirarme de la fidelidad de madres, esposas, hermanos y hermanas, que acuden día tras día y semana tras semana, recorriendo centenares de kilómetros, intentando aportar esperanza y ánimo a su familiar enfermo. Creo ser muy consciente de lo dura que es la vida para ellos y los apoyo en lo que puedo.

No quiero dejar de mencionar el hecho de recibir mis primeros pacientes pediátricos: con la reorganización del hospital inherente al periodo vacacional algunos han venido a mi sala. Tengo que reconocer que su visión me conmueve: tras veinticinco años ejerciendo la medicina y cuando se han pasado y vivido casi todo tipo de situaciones, algunas extremadamente duras, no pensé que fuese a costarme tanto. Temo que se despierta el niño desvalido que todos llevamos dentro. Lo he expresado en alguna otra entrada: cuando algo impacta a un sanitario lo hace porque despierta un dolor profundo y añejo, no sólo es compasión por el paciente, suele ser compasión por uno mismo, por heridas antiguas.

Mi recurso es acudir a la espiritualidad, esa dimensión de la persona más profunda y no necesariamente religiosa sino antropológica (tal como lo son la voluntad y la libido), por más que en nuestra sociedad se pretenda ignorar, obviar, negar o ridiculizar. Cuando algo nos conmueve, sea la imagen de unos picos nevados conquistados con nuestro esfuerzo, un amor o un dolor, podemos entonces conectar con esa porción profunda del ser humano y abrirnos al trascendente, a esa parte que está más allá de nuestra conciencia, más profunda que nuestra corteza cerebral, oculta en las profundidades de nuestro cerebro, en las estructuras donde radican las emociones, en el llamado sistema límbico.

Accedemos ahí a sentimientos, emociones y sensaciones que, como dijo Don Ernesto Sábato, “sólo podemos expresar desde la poesía o desde el llanto”. No siendo un poeta, me temo que en esta fase de mi vida recurro con más frecuencia al llanto al pronunciar la palabra que resume mi espiritualidad, eso que como cristiano llamo Dios, el Dios de Jesús. En algunas ocasiones dejo de sentirme solo y me abro a un sentido mayor, adentrándome en el misterio, confiando en que mi vida y la de mis pacientes y seres queridos se halle en manos de ese Dios que impregna el universo, aunque a veces no lo sintamos o nos hallemos en un aparente sin sentido o una aparente sin salida.

Leí recientemente un bello y breve texto de Leonardo Boff, el teólogo brasileño, que les recomiendo vivamente, pueden encontrarlo en la página web www.servicioskoinonia.org, publicado el 11.06.2010: “la espiritualidad en la construcción de la paz”. Me ha ayudado mucho y de él he tomado algunas de las ideas que les transmito.

 Concluiré contándoles una anécdota que me viene a la memoria. En Valladolid, en los años ochenta, había un barrio llamado “La Pilarica”. En él trabajaba una comunidad de jesuitas donde se encontraba Ventura, un sacerdote que ya era mayor entonces (les hablo de 1984, imagínense). Era una excelente persona y un excelente sacerdote, con una luenga barba gris, uno de los hombres de Dios que he conocido. Con él y otros miembros de la parroquia recorrí más de doscientos kilómetros a pie siguiendo el río Duero desde su nacimiento en el pico Urbión hasta más allá de San Esteban de Gormaz.

Eran años de manifestaciones contra la entrada de España en la OTAN y allí que fue Ventura con una pancarta que decía “SI VIS PACEM PARA PACEM” ( “Si quieres la paz, prepara la paz”). Siendo profesor de latín y griego en un colegio, expresaba así su oposición directa a la leyenda que colgaba en las guarniciones romanas “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra) y que ha dado el nombre a la siniestra munición que los terroristas han empleado para matar a cientos de personas. Yo creo que nadie salvo él y algún otro entendía el mensaje que quería transmitir, pero Ventura había preparado con mimo su cartel, que además tenía una simbólica profunda. Para él, entrar en una estructura militar con armas nucleares equivalía a preparar la guerra, como hacían las legiones romanas.

 Cuando la policía (entonces de marrón) cargó para disolver a los manifestantes y comenzó a repartir porrazos y llevarse gente a rastras, viendo en Ventura a un anciano, no le pegaron y le dieron unos empujoncitos para que se fuese a casa, lo cual le enfadó mucho porque él era un manifestante como los demás y exigía el mismo trato. Salió indemne de aquello y pudo luego explicar a sus colegas y amigos qué quería decir su cartel.

Ventura fue un hombre de espiritualidad profunda, pacificado y pacificador, y desde esa espiritualidad nos hizo bien, ejerció su profesorado y su sacerdocio, y se manifestó contra la OTAN porque pensó que debía hacerlo. Además, al final de aquella larga marcha por tierras castellanas esculpió para mí una preciosa cruz en madera de enebro y me la entregó como regalo y recuerdo; esa cruz me acompañó durante muchos años, la miré y acaricié muchas veces en momentos de dificultad. Sé que falleció pero le recuerdo con mucho cariño y quería compartir con ustedes este recuerdo, evocado leyendo el artículo de Boff.

 Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos. Y si salen de vacaciones, diviértanse, descansen y tengan cuidado en la carretera.

3 Responses to “Cotidianidades”

  1. Lo felicito doctor tiene muy buenas habilidades para narrar y escribir, yo tambien tengo un blog y me cuesta algunas veces transmitir la idea a traves de la escritura porque es un medio poco emosional.
    Gracias de todos modos y siga asi.

  2. Te agradezco que recuerdes a Ventura. Murió, en efecto, en Burgos donde está enterrado. En Valladolid, la Pilarica le recuerda permanente e imperecederamente, y otros muchos más, entre los que me encuentro.

  3. Yo también aproveché las vacaciones para leer entre otras cosas y ya iré comentando algunos libros que he leído. Hoy te recomiendo “El laberinto de la felicidad” de Alex Rovira y Francesc Miralles” No tiene desperdicio. MªÁngeles

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