Muerte súbita en el joven

Fue el título de una conferencia a la que asistí hace poco más de un año en Londres. La recordaba recientemente escuchando un noticiario: un muchacho de quince años se desplomó mientras jugaba un partido de fútbol y no pudo reanimársele. Estas noticias suelen darse con un deje de acusación en la voz de los locutores, como buscando culpables o alguien a quien echar la culpa (¿el médico que realizó el reconocimiento para la licencia federativa? ¿El club o el ayuntamiento que no puso aparatos de reanimación en cada esquina del campo?).

 Es indudable que son muertes devastadoras y con una gran impacto público y sobre los medios, tal vez por ello es preciso un conocimiento lo más científico posible del tema. Además ofrecen una excelente ocasión para reflexionar sobre la vida y la muerte.

 Fue el Dr. Davies, médico del hospital San Jorge de Londres, quien dirigió su atención a las muertes inexplicadas en gente joven (menor de 35 años) y en buena forma física, como subtipo dentro de las muertes súbitas, en un artículo que se publicó en el British Medical Journal en 1992. En Inglaterra ocurren a razón de 600 muertes por año y tienen causas diversas y heterogéneas, aunque todas basadas en anomalías del corazón, algunas de ellas heredadas y otras adquiridas. Básicamente se trata de alteraciones estructurales que inestabilizan la víscera cardiaca desde el punto de vista eléctrico, pudiendo ocurrir arritmias malignas que producen la muerte.

 El problema es que la inmensa mayoría son indetectables en la exploración física que se hace a la hora de expedir una licencia deportiva y no siempre hay factores de riesgo conocidos, tales como episodios de pérdida de conocimiento previos (síncopes) o historia familiar de personas muertas en la juventud sin causa justificada. Por todo ello no pueden prevenirse: el Centro de Medicina del Deporte en Padua examinó a más de 40.000 atletas en busca de enfermedades cardiovasculares entre 1979 y 2004. De todos los exámenes realizados, hubo hallazgos que hubiese que seguir investigando en el 9% de ellos, pero sólo en el 2% había en realidad enfermedad cardiaca y sólo en el 0.2% de los casos (91 en total) se trataba de enfermedades potencialmente letales. Además la tasa anual de muerte súbita en atletas examinados y no examinados fue la misma durante ese periodo de tiempo.

 Es por ello que lo que hoy puede hacerse es una atención exhaustiva a los deportistas que sufran episodios de síncope o palpitaciones o aquellos con historia familiar. Y también actuar a posteriori: almacenar tejidos para análisis ulteriores y ofrecer consejo a los familiares del fallecido.

 Y con toda sinceridad no hay mucho más que la ciencia médica pueda hacer hoy, lo cual me lleva a la reflexión de fondo sobre este tema: ya pueden poner aparatos de reanimación (desfibriladores) en cada esquina que no puede asegurarse la vida humana y hemos de ser conscientes de que vivimos de regalo, al fin y al cabo la vida nos fue entregada y regalada.  No somos sus dueños (tampoco de la Tierra, también cedida en usufructo), no podemos amarrar nuestra supervivencia, pretender que controlamos nuestro futuro: hemos de vivir cada día como si fuese el último, siendo conscientes de lo que tenemos, disfrutando de ello y agradeciéndolo, intentando compartirlo y “celebrar la vida” (aunque a veces sea desde circunstancias dolorosas como la enfermedad o la discapacidad). E intentando ayudar en lo que podamos para que una buena situación vital sea patrimonio de todos, al menos de aquellos que tenemos más próximos, allí donde cada uno viva.

 Mis actuales pacientes, lesionados medulares, me han enseñado a este respecto: muchos de ellos son conscientes de que todavía les queda la vida, aunque hayan perdido un buen número de capacidades, que no apreciaron mientras poseían: algo tan sencillo como deambular, ducharse, asearse por uno mismo, poder alimentarse cuando uno lo desea. Y viven con amor y con humor, ayudando a otros y ayudándose así a ellos mismos.

 Concluiré con una bella adaptación de Ernesto Cardenal a uno de los  salmos, sobre aquel que vive con su esperanza puesta en Dios:

 “Yo no tengo propiedades ni libreta de cheques,

y sin seguros de vida

estoy seguro

como un niño dormido en los brazos de su madre …

 Confíe Israel en el Señor,

Y no en los líderes”

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos. Ojalá sepamos vivir con nuestra mirada puesta en Dios, y de Él obtengamos nuestra esperanza y nuestra fuerza (como hizo monseñor Romero, de quien tomo esta suerte de jaculatoria).

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