Confesiones de un médico

La credibilidad del médico es clave en el ejercicio de la medicina, eso es algo sabido desde la antigüedad: más de cinco siglos antes de Cristo, cuando la medicina no era todavía una tekhne o arte sino un conjunto de prácticas muy poco empíricas y muy mágicas, ya se conocía el poder de la palabra, de la convicción y el prestigio del sanador en el proceso terapéutico. Esto continúa siendo verdad en nuestros días: si el paciente se fía del médico el éxito de un tratamiento es mucho más probable. Y al revés: si se ha perdido la confianza del enfermo las más de las veces los tratamientos, por buenos que sean, fracasarán (además una confianza perdida es casi imposible de recuperar).

 Hay mucho de eso en la base de la medicina psicosomática: dada la intensa relación entre la mente (o algo mucho más profundo, el alma, no hay que olvidar que psykhé en griego significa alma, no conocimiento ni pensamiento ni proceso mental) y los procesos fisiológicos y patológicos, es indudable que si un terapeuta modula esa interrelación podrá mejorar síntomas con gran peso en el ánimo de la persona. Cualquiera que haya hecho psicoterapia o psicoanálisis lo sabe: cuando la relación es buena, cuando el terapeuta empatiza con el paciente, los progresos son mucho mayores y más rápidos. 

 En mi experiencia de más veinticinco años de médico he podido comprobar este hecho en numerosas ocasiones y lo he visto confirmado en muchos otros compañeros. Y como los médicos no somos inmunes a las enfermedades, es mi propia experiencia como enfermo: aquellos médicos que han sabido entenderme, ponerse en mi lugar, comprender mi angustia o mi dolor, han sido quienes han podido ayudarme más. Y ello tiene mucho que ver con el contexto desde el que se emite un diagnóstico y se prescribe un tratamiento: no sólo es una cuestión de saber, es también de sabor. Es la persona toda quien ejerce la medicina y hace creíble lo que dice, es el concepto de autoridad (la auctoritas, que nada tiene que ver con la jerarquía).

La credibilidad de un médico emana de cómo ejerce todo él: no sólo si sabe mucho, sino cómo trata al enfermo y se relaciona con él como persona; es decir, no es tan importante qué se dice sino quién lo dice y desde dónde lo dice: un médico obeso tendrá difícil convencer a sus pacientes de que pierdan peso, igualmente un médico que sea fumador aconsejar dejar de fumar y así sucesivamente.  Son muchos los factores que  en medicina pueden condicionar el éxito de un tratamiento, pero la mayoría de ellos están ligados al mismo médico que realiza el diagnóstico y la prescripción, que al paciente le resulte creíble o no. .

 ¿Para qué esta larga introducción? Sencillo: nuestro país está enfermo y prescriben remedios personas sin credibilidad alguna.

 He decidido escribir esta entrada al día siguiente de que en el senado (esa cámara cuya utilidad casi nadie conoce) se hayan comenzado a gastar 12.000€ diarios en traductores de las diversas lenguas regionales. A partir de ahora, cuando me pidan que recorte el gasto (farmacéutico, en exploraciones complementarias, en cualquier otro concepto) o decidan congelar o bajar salarios, haré referencia a esa suerte de “pajarracada”: porque la sanidad es cara y posiblemente no pueda ser gratuita como lo ha sido hasta ahora, pero siempre será más necesaria que pagar traductores en una cámara redundante. Un senador vasco dijo –sin que se le cayese la cara de vergüenza- que la democracia era muy cara: es muy probable que así sea, pero ciertamente la gilipollez tiene un precio exorbitante. Y disculpen el palabro pero no se me ocurre otro más descriptivo. Ha habido muchos motivos para escribir algo similar durante estas últimas legislaturas (como ciudadano de a pie y como médico), pero el asunto de los traductores es la gota que ha colmado un vaso que ya retesaba.

 Nunca pensé que la estulticia y la idiocia fuesen epidémicas, tan frecuentes y aparentemente –por ahora- irreversibles e incurables. Ahora he comprobado que sí. Y he comprendido que la cura del cáncer (salvo en algunos casos de tumores de la sangre y el sistema linfático) es casi siempre quirúrgica, y que cuanto más tiempo se deja crecer un tumor maligno, menores posibilidades de curación tiene el paciente.

 Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos y por este país.

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