Confesiones de un médico

Por segundo año paso la nochebuena aquí. Todos los pacientes que han podido han marchado a sus casas, aunque la mayoría volverán tras el período navideño para seguir su proceso de rehabilitación. Han quedado solamente los que por situación clínica no podían marchar; todo el día de hoy han recibido muchas visitas de familiares y amigos, comido dulces (los que pueden) y cantado villancicos. Es decir, con esa enorme capacidad de supervivencia que tenemos los seres humanos se intenta habitar (e incluso pasarlo bien) una situación muy dura como son las navidades en este hospital.

Estoy convencido de que pacientes y familiares sufrirán hoy, al menos algún rato: recordando navidades previas sin lesión medular, esa vida que quedó atrás. ¿Quién no tiene recuerdos en estos días? De tiempos menos complicados, en que todo parecía más fácil y no había ausencias que recordar y tal vez lamentar. No sólo de personas queridas, también de la salud perdida.

 Sin embargo, los recuerdos pueden ser también beneficiosos si no nos anclamos en ellos: la memoria forma parte de nuestra conciencia, no hay ser humano sin memoria, y desde ella elaboramos el presente y decidimos intentar el futuro. “No podemos cambiar el pasado, pero podemos aprender sus lecciones”, como dijo Haim Herzog, presidente de la Knesset israelí, en la primera visita de un alto dignatario judío a nuestro Parlamento democrático, circa 1980. Los pacientes de este hospital, y los “sanos” que trabajamos en él, tenemos el reto de habitar un presente que puede resultar muy adverso y hacerlo, en lo posible, beneficioso para nuestros semejantes. Porque no otra cosa es trabajar por el Reino de Dios, por el “bien común del pueblo” que dijo monseñor Romero, por aquellos que nos rodean.

Y como un hospital no es sino el reflejo de una sociedad y sus problemas, de nuevo las señoras de la limpieza no han recibido su salario, ni la mensualidad ni la paga extra, con el agravante de que tal vez es sueldo más esperado del año. De nuevo la empresa aduce que la sanidad autonómica no le paga, así que están en un tira y afloja y en el medio, como siempre, sufriendo el eslabón más débil, las señoras de la limpieza, cuyo sueldo es ya de por sí magro. ¿Qué harán quienes vivan al día o sólo exista ese sueldo en casa? Esta es la angustia hoy en España de cientos y miles de familias, ojalá el nuevo gobierno de la nación pueda enderezar esta situación tan penosa. Por eso desde estas líneas le pido al gobierno autónomo que satisfaga su deuda y abonen su mensualidad a estas mujeres, si para ello ha de detraer presupuestos de otros lugares, tal vez deba hacerlo y hacerlo ya.

 Compartí con ustedes estas reflexiones desde el Hospital Nacional de Parapléjicos, con mis mejores deseos para estas fiestas, que Dios les cuide y les bendiga. Y no olviden rezar por los enfermos y por quienes les cuidamos

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