¿De qué debemos hablar?

En mis tiempos de estudiante en Inglaterra, a finales de los 70, aprendí que los británicos evitaban en sus conversaciones tres temas: el dinero, el sexo y la política, con lo que básicamente hablaban del tiempo y algo de deportes, y así convivían de forma razonable. Acostumbrado a nuestro país, donde las discusiones se realizaban a grandes voces y a veces terminaban a golpes e incluso a tiros, aquella forma de convivir me llamó poderosamente la atención. Aprendí mucho de ellos y no sólo medicina.

 Por eso a veces me pregunto de qué puedo y debo “hablar” aquí. Intento compartir reflexiones que nacen de mi vida como médico en mi hospital o a lo largo de mi práctica profesional, realidades con las que convivo a diario.

 Por ejemplo, decirles que cada vez es más difícil dar de alta a nuestros pacientes con lesión medular –es decir, con una gran dependencia-: no hay sitio en las residencias donde podrían ir. Casi cada alta que damos se ha convertido en una odisea y un ir y venir de los familiares a los despachos de las asistentes sociales. Resulta muy penoso para todos. Que muchos de los problemas se derivan de un sistema de salud atomizado en autonomías resulta innegable: no hay nada ideológico en afirmar esto, ningún posicionamiento hacia tal o cual postura política, solamente sentido común. No somos pocos los sanitarios que pensamos que este sistema debiera replantearse y lo hemos dicho repetidamente en los foros en que podemos expresarnos.

 Del mismo modo, observar que se ha usado y abusado del sistema sanitario, en especial por problemas de salud banales, y que la actual situación no sólo era insostenible, es que además era perversa: no dar valor a lo que se tenía en prestaciones, medicamentos, visitas médicas resulta triste. Un medicamento es algo precioso, sea caro o barato, acumularlos en farmacias caseras un error. No se ha dado valor a lo que parecía ser inagotable y gratuito “porque sí” (en realidad no lo era): a fuerza de acudir al médico y a urgencias por motivos insignificantes se ha logrado colapsar las consultas y las listas de exploraciones complementarias como resonancias, tomografías y mamografías, cuando con una exploración clínica minuciosa (para la que hace falta tiempo) muchas de ellas pueden evitarse. Así se ha generado una dinámica de consumo sanitario que ha llevado a que en la ciudad de Barcelona haya más aparatos de TAC que en la de Nueva York, varias veces más grande, y que cada hospital, por pequeño que sea, haya querido tener “su” TAC, “su” resonancia … Esta dinámica ha llevado a construir hospitales injustificables desde el punto de vista sanitario (que además ahora resultan insostenibles), cuando hubiese bastado con un centro de especialidades en vez de un hospital o un hospital comarcal en vez de uno general.

 Por todo eso, aun respetando las situaciones individuales que deban contemplarse, oponerse al pago de una pequeña cantidad por receta suena a demagogia, del mismo modo que bajo el término “copago” (una especie de monstruo de los cuentos que nadie sabe bien qué es) puede instaurarse una cantidad moderadora que evite abusar de un sistema que desde hace muchos años se sabe es insostenible en su configuración actual (el informe Abril tiene más de veinte años de antigüedad y el Vilardell más de diez). La medicina moderna es muy cara y preciosa, reservemos nuestros medios para los pacientes graves, las situaciones de “life or limb” (vida o miembro) que dicen los sajones. Siempre será mejor que resulte gratuita la asistencia de lo grave (cánceres, transplantes, asistencia en unidades de cuidados intensivos, cirugía cardiaca) que de lo banal, pero lo que la sanidad pública puede costear gratuitamente (la llamada “cartera de servicios”) ha de acordarse de forma racional, razonable y con criterios técnicos, de coste-efectividad, no con argumentos que poco o nada tienen que ver con la medicina.

 Porque a fuerza de malgastar, tanto los gestores como los usuarios y a veces los profesionales, hemos llegado a la situación actual. Algo hemos hecho mal como sociedad y como país, tal vez fuese bueno reflexionar de forma serena y conjunta sobre ello. Algo ha ocurrido cuando hay familias que hace meses que no ponen un filete de ternera en la mesa (eso cuando no están comiendo en un comedor de Cáritas), y quizás la culpa de todo no la tienen los bancos y otras instituciones afines.

 Hay quien ha sabido pedir disculpas por lo que ha hecho mal. Tal vez también debieran hacerlo quienes nos han conducido hasta aquí, por ejemplo aquellos que se embarcaron en la construcción de un hospital que iba a ser “el más grande de Europa” para una ciudad de poco más de ochenta mil habitantes, arrojando a un pozo sin fondo cantidades de dinero que suponen el PIB del conjunto de todos los países del África subsahariana donde aún quedan elefantes (cuya caza controlada, además, significa el sustento de cientos y miles de comunidades rurales en esos países).

 Estas reflexiones nacen al hilo de acontecimientos recientes, sociales y de mi vida cotidiana como médico. Dibujan una realidad compleja, lejos de análisis fáciles o simples. Pero ciertamente se enraízan en situaciones sentidas y padecidas, no están formuladas desde la fría perspectiva de un analista aséptico. Quizás por eso puedan tener valor para algunos de ustedes.

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

2 Responses to “¿De qué debemos hablar?”

  1. Si como médico es usted tan bueno como escribiendo y diciendo verdades como puños y tan bien y respetuosamente dichas, quisiera ser su enfermo cuando necesite un médico. Le doy las gracias por su artículo impecable y un fuerte abrazo.

  2. En total acuerdo contigo. Ángel.

    Me ha encantado el comentario, que precede al mío, de Bartolomé.

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