Las Navidades del señor Scrooge

No sé si han leído el libro de Dickens, “A Christmas Carol”, publicado en 1943 (creo que se tradujo en español como “Cuento de Navidad”). En él se dibuja un personaje muy denso y no siempre bien comprendido, Ebenezer Scrooge, un hombre avaro y egoísta para quien la Navidad es “humbug” (una paraparrucha). El antiguo socio de Scrooge, Jacob Marley, le visita desde el más allá (en realidad está en el infierno, al que se condenó por su avaricia) y le anuncia la visita de tres espíritus navideños. A través de estas visitas y de lo que con ellas descubre, el viejo avaro es capaz de “convertirse” (es decir, hacerse una persona mejor) y cambiar: celebra la navidad con su sobrino y sobre todo ayuda a su trabajador, Bob Cratchit, un hombre pobre cuyo hijo, “Tiny Tim” (el pequeño Tim) morirá sin remedio por no poder recibir tratamiento médico. Scrooge les lleva un gran pavo, carga con el niño y, salvándoles de la miseria,  se salva a sí mismo.

Ignoro cómo se vivirán este año las Navidades en nuestro país, pero me pregunto si la tan mentada “crisis” no puede ser nuestro Jacob Marley, que nos haga redescubrir qué es la Navidad: un tiempo de reencuentro y reflexión, de celebración serena –desde la fe cristiana o desde la humanidad de cada cual- y tal vez de intercambiar sencillos regalos. Y de compartir: sólo a través del compartir llega la salvación para Scrooge, quien no sólo ayuda en esas fechas, sino que cambia en adelante, mejorando las condiciones de trabajo de su empleado y ayudando a aquellos niños pobres que habitaban las calles de Londres en aquellos días, y que Dickens había conocido de primera mano cuando tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar. Entonces descubrió cómo vivía la gente necesitada, que antes no había visto mientras era un estudiante en una familia relativamente acomodada.

En los años de bonanza económica (sólo para algunos: multitudes sobrevivían con un dólar al día y bastante tenían si podían llevarse un puñado de arroz a la boca) hemos olvidado cosas fundamentales, tal vez es el momento de recobrarlas: la sencillez, el gusto por la comunicación humana profunda y la alegría de compartir. Me niego a aceptar que era feliz el pasado inmediato y es triste el presente: es difícil y duro para muchas familias, pero no necesariamente triste. Disminuir el nivel de vida puede ser costoso, pero también terapéutico si mejora nuestra humanidad.

Algo que me llama la atención en este contexto es lo mucho que protesta alguna gente. Sinceramente, algunas quejas me hastían: que si no hay dinero para las Universidades ni para los colegios, que si hay que pagar por el uso no urgente de las ambulancias … Escuchen, los niños ugandeses que me saludaban al pasar caminan kilómetros para ir la escuela y escriben con puntas de lápiz, y no he visto personas más interesadas en aprender y más motivadas para ello. Aquí, donde cada niño tenía un ordenador (¿?), les faltan al respeto a los profesores y el fracaso escolar es rampante. He visto hacer una excelente consulta médica debajo de un baobab y me pregunto qué se necesita para ser un buen estudiante universitario además de un libro, papel, lápiz y la motivación suficiente. ¿Y las ambulancias? Recuerdo un niño de diez años con una neumonía y cuarenta grados de fiebre, que caminó varias horas para ser atendido en el hospital. No es justo protestar por tantas cosas cuando en otras partes del mundo se vive, se sobrevive y se hacen muchas cosas bien teniendo tan poco. Muchas de las quejas que escucho me mueven a risa y me remiten a una sociedad enferma, en la que seguro que en muchas ocasiones están pagando justos por pecadores (en nada quito la culpa del derroche a los políticos y los malos gestores), pero que en conjunto debe preguntarse qué hizo mal y qué debe hacer para mejorar. Tal vez todos somos Mr. Scrooge y debemos escuchar a Jacob Marley.

Escribí para ustedes desde el Hospital Nacional de Parapléjicos, donde pasaré la Navidad y recibiré al nuevo año. Aquí hay gente que perdió casi todo por una enfermedad y lucha día a día por recuperarse en lo posible. Este es un buen lugar para preguntarse a qué debe uno convertirse (porque no sólo los políticos deben hacerlo). 

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

3 Responses to “Las Navidades del señor Scrooge”

  1. Disfruté enormemente con este relato puesto en escena en el Teatro Rojas hace muchos años, sesión a la que asistí con mis dos hijos mayores.

    Esta semana vi un Documental que me impactó mucho sobre unos niños a quien su padre acompañaba en el Himalaya para acceder a la escuela arriesgando su vida y la de los niños. Me he acordado de ello al leer tu post porque “nos quejamos de vicio”.
    Realmente, no hago más que oir quejarse a la gente de todo y,especialmente, en nuestro Hospital donde debería de darnos vergüeza quejarnos ante pacientes y familiares con pérdidas tan grandes como bien dices.

  2. Creo un error fijarse en los que a otros les falta para pensar que nosotros ya tenemos bastante.
    La dignidad que muchos colectivos han alcanzado en España, no la deben perder (minusválidos, discapacitados, pobres, analfabetos…), es muy triste la situación de muchos países pero aquí es necesario compartir el bienestar y no recortarlo de los que han conseguido acceder a él después de tanta lucha y esfuerzo.

  3. Muy interesante metáfora y reflexión. Estoy de acuerdo también con Isabel, pero la reiterada queja hasta el infinito y el instalarnos en un papel de víctimismo e indefensión, sea cual sea nuestra situación, nunca ayuda.

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