“Los laureles del César”

Posiblemente no sea bueno ser “anti” nada, pero yo soy antinorteamericano. Imagino que muy influido por los años de adolescencia y juventud y por todo lo vivido en y alrededor de la América Latina, cuando las luchas de aquellos pueblos encarnaban todo lo bueno y generoso que nos motivaba. Eran los años 70 y 80, cuando nació la Teología de la Liberación, que tanto nos aportó a muchos.

Por eso nos golpeó tan duro todo lo que los Estados Unidos de América hizo en aquella parte del mundo que llamó “su patio trasero”: apoyó los golpes militares en Uruguay, Chile y Argentina, avalando con ello lo que se llamó “la guerra sucia contra la subversión”, uno de los episodios más terribles de nuestra historia reciente, por el que se institucionalizó la tortura y la desaparición de personas. Pero no sólo eso: armó a la “contra” nicaragüense y a unos ejércitos asesinos como el guatemalteco y el salvadoreño, que cometieron atrocidades innombrables contra la población civil, siguiendo las directrices de unos gobernantes que devinieron en carniceros de sus propios compatriotas. Recuerdo mi vista a San Salvador en 1986, varios años después del asesinato de monseñor Romero. La embajada norteamericana era una fortaleza y se decía que bombeaba dos millones de dólares diarios para sostener a aquel ejército que llevaba varios años masacrando a la población civil. Y eso independientemente de quién gobernase, de hecho monseñor dirigió una famosa carta al presidente Jimmy Carter, a quien luego presentaron como un adalid de los derechos humanos, responsable en sus días de todos aquellos atropellos. Él y otros presidentes mantuvieron la “Escuela de las Américas”, donde se entrenaron tantos y tantos represores en técnicas de tortura y exterminio.

Por eso no puedo simpatizar con ningún presidente “gringo”, sea del partido que sea y pronuncie los discursos más bellos que quiera, porque entiendo que, diga lo que diga y tenga el color que tenga, no deja de ser el César de nuestra época y hará cualquier cosa que deba hacer (armar guerrillas, bombardear países, destruir aldeas) para mantener los intereses del imperio. Tal vez resulte útil para su pueblo, pero estoy firmemente convencido de que el resto del planeta le importa un carajo.

Me consuela pensar que ningún imperio es eterno, y que éste caerá como han caído los que le precedieron. Es una de las ventajas de contemplar los hechos con la perspectiva que da la historia, aun cuando posiblemente no ocurrirá en mi periodo vital. Como ven hoy no hablo de nada relacionado con la medicina, pero sí con mi propia historia y cómo me condiciona para vivir y leer la realidad y los hechos que en ella acontecen. Todo esto he ido pensando estos días, al hilo de los actos celebrados para el inicio del segundo mandato de Obama, y lo he titulado como un libro de Astérix, personaje de ficción que también tuvo que convivir (y luchar) contra el imperio de su época.

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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