A mi regreso: la muerte de un capellán

Regresé de Uganda el último día de septiembre y volví al hospital el segundo del mes. En futuras entradas espero poder comentarles todavía algunas cosas del mes en el Kitovu Hospital. Sin embargo, es más urgente recordar ahora a nuestro último capellán, Antonio Garzón, de cuya muerte me entero al volver.

Hemos podido disfrutar poco de su compañía: comenzó a trabajar con nosotros en el Nacional de Parapléjicos hace menos de dos años, había sido mucho tiempo misionero en América Latina (Perú, Argentina), con unos años de intervalo en una parroquia de Toledo. Conocimos a una persona ya mayor pero con mentalidad de joven, amable, acogedor y respetuoso, que se integró con facilidad en este medio hospitalario tan peculiar. Al principio mantenía el acento latinoamericano, luego lo fue perdiendo. Pero siempre mantuvo la delicadeza en el trato y el hacer la vida fácil a quienes lo rodeaban. Era un hombre de una gentileza poco común. Conocí poco su hacer pastoral, pero lo intuí cercano a los pacientes y familiares, mi impresión es que disfrutaban en su compañía, fuesen creyentes o no, siempre con una palabra amable. Estoy convencido de que Antonio Garzón era un hombre de Dios, una persona a cuyo través Dios acogía y acompañaba un caminar que muchas veces resulta muy penoso, ciertamente lo es para muchas personas ingresadas aquí, que tienen que rehacer su vida con los severos déficits condicionados por la lesión medular u otros problemas neurológicos.

Hace unos pocos meses comenzó con debilidad en una mano y nos lo comentó en una cena: se encontró la extensión de un tumor maligno en el cerebro. Lo operaron y se intentó según creo algún otro tratamiento, pero no ha sido eficaz. Lo visité un par de veces en el hospital de Toledo, luego sé que fue a vivir a casa de una hermana a Madrid y no lo vi más, seguíamos su evolución a través de las noticias que nos daba una compañera. Ahora sé que Antonio murió hace un par de días, estoy convencido de que ha pasado a una existencia mejor, a un descanso merecido para quien tanto trabajó por los demás en vida, de forma desinteresada y gratuita.

Echaremos mucho de menos a Antonio. Este hospital tiene que gustarte, si no la tarea de un capellán aquí es penosa para él y tal vez para los demás. Creo que a Antonio le gustaba y nos regaló su persona y su tiempo durante un periodo demasiado corto, pero así es la vida. Mientras lo tuvimos aquí disfrutamos de su compañía. Sólo ahora, que ya no está, tal vez nos damos cuenta de que, con Antonio Garzón, quizás Dios visitó el Hospital Nacional de Parapléjicos.

Ya otro día les cuento más cosas de Uganda, todavía muy reciente. Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

One Response to “A mi regreso: la muerte de un capellán”

  1. Siento leer con tanto retraso tu Post sobre Antonio. Yo le dediqué otro en el mío http;//afrontandolesionmedular.blogspot.com/ “Simplemente Antonio”. Comparto todo lo que escribes. Gracias .

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