Confesiones de un médico

 Uno de los hechos relevantes en las últimas semanas ha sido nuestro traslado al nuevo hospital, anexo al antiguo. Todavía no se ha completado, pero las unidades de hospitalización –salvo pediatría- ya se han ubicado definitivamente. El personal sanitario que pasa más horas “en la trinchera” (enfermeras, auxiliares, celadores) ha detectado numerosas deficiencias y disfuncionalidades, y así se lo han hecho saber a los actuales directivos (algunos participaron en la elaboración del proyecto, otros no estaban todavía). Se han cometido errores en el diseño que se pueden calificar de imperdonables, derivados del desconocimiento de la realidad cotidiana del hospital y el tipo de pacientes que en él se atienden (el diseño del hospital dificulta la intimidad de los pacientes, los sistemas de alarmas son inadecuados, no hay pasamanos en los pasillos, la toma de luz de las habitaciones está colocada a una altura inadecuada, un tramo de los armarios es inservible, no hay comedores para los pacientes en el nuevo hospital, de modo que hay que desplazarse al antiguo, no hay rampas todavía construidas, falta mobiliario tan elemental como dispensadores de jabón y secamanos y el mobiliario del estar de personal es a todas luces inadecuado … todos estos datos se han recogido en un documento elaborado por los trabajadores sanitarios). Algunos de estos problemas no son muy preocupantes en la unidad donde yo trabajo, con personas que en la mayoría de ocasiones no pueden valerse por sí mismas, pero en otros casos en los que se aspira a mayor independencia, sí que resultan significativos. Y desdichadamente el actual equipo directivo no parece receptivo a escuchar a quienes están día a día a pie de cama y de silla. Esto resulta triste pero es el estilo actual de la mayor parte de personas en puestos de una cierta responsabilidad.

 Sobre el uso que se dé al hospital antiguo, la mayor parte de cuyas dependencias han quedado vacías, existe la más completa desinformación e incertidumbre, reflejo de lo anterior: sin contar con los profesionales cualquier proyecto está condenado a fracasar de antemano y provocar todavía más inconvenientes y molestias a los trabajadores sanitarios y, como consecuencia, a los pacientes. Por más que todo se haga “bajo apariencia de bien” y citando siempre a los pacientes como destinatarios de los cambios, cuando en realidad las modificaciones que se han realizado en absoluto son beneficiosas, al menos hasta ahora. Y ciertamente nunca se les ha preguntado directamente ni se les pregunta. Bajo el paraguas de la crisis se han acometido algunos cambios posiblemente necesarios y otros absolutamente torpes y deletéreos. En fin, habrá que seguir trabajando lo mejor posible, sin hacer demasiado caso a estas personas que dentro de un tiempo se marcharán y además carecen casi por completo de criterio médico, científico y práctico. Al fin y al cabo, los objetos y las organizaciones pueden condicionar las cosas, pero acaban quedando las personas y si éstas hacen bien su trabajo en un mundo tan difícil como el sanitario, eso es lo que les quedará a los pacientes y familiares, destinatarios primeros y últimos de nuestra praxis: aun cuando estemos inmersos en una sociedad en la que hemos de pensar, esto no puede perderse de vista.

 En relación con esto, en las últimas semanas me ha tocado ver los toros desde el otro lado, a raíz de la grave enfermedad de una hermana mía, a la que acompañé un poco de tiempo en su ingreso hospitalario. Más allá de la comodidad de la habitación, lo que más agradecí fue el trato cercano del personal del hospital, que además le salvó la vida. Por eso doy tanta importancia a la praxis humana, mucho más significativa que el más confortable o adecuado de los edificios.

 Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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