Marzo, el mes de monseñor Romero (III)

Monseñor Romero nace, vive y muere en El Salvador, el más pequeño país de la América Latina, en el istmo centroamericano. Durante varias décadas se libró en Centroamérica una de las fases más cruentas de la guerra fría, con decenas de miles de muertos. En ese contexto de una violencia extrema tuvo que desempeñar su ministerio Óscar Romero. Allí, en sus días, explosionó el conflicto entre una oligarquía que negaba toda posibilidad de reforma, una clase militar que seguía los dictados de la oligarquía (lo que se llamó “un Estado pretoriano”), una incipiente clase media y una masa de pueblo pobre, sobre todo en las zonas rurales, cada vez más concienciado, en el que, posiblemente, Jesús de Nazareth tenía más influencia que Marx, a tenor de la presencia de cristianos en los movimientos populares.

En El Salvador, sobre el papel, existía una legalidad –plasmada en la Constitución- que concedía derechos a la gente. Pero en la realidad, lo que se daba era una violencia represiva por parte de militares y grupos paramilitares en unos niveles inimaginables por su intensidad y crueldad, un auténtico terrorismo de estado. Se hallaba subvencionada en parte con dólares norteamericanos, deseosos desde finales de la década de los 60 de “contener el avance del comunismo”. En este contexto una parte de la Iglesia católica abraza la causa del pueblo y se convierte en enemigo directo del poder: comienza la persecución.

Hay más elementos en este drama, uno de ellos es el peso de la teología de la liberación en todos los movimientos eclesiales, tanto a favor como en contra. Se realiza una lectura teológica de esta realidad violenta: el mal, la persecución, el martirio, el binomio cruz-resurrección, y todo ello vivido de una forma trágica –porque así eran aquellos momentos- y acelerada, con un sentido de urgencia, de inminencia de la historia y del proceso de liberación. En algunos movimientos (porque lo que cuenta es la praxis), posiblemente también de “exclusividad”: sólo hay una forma de compromiso, una forma de seguimiento. Quizás se identificaba el Reino de Dios y su llegada con una sociedad socialista, sin demasiados análisis sociológicos ni sociopolíticos, sin considerar los horrores del socialismo real, aunque hubo montones de elementos puramente evangélicos, tal como la opción por los pobres. Es un ambiente preñado de esperanza y de lo que se interpretan como “signos de los tiempos”, una vivencia escatológica donde van de la mano Biblia y revolución (se entremezclan lenguaje teológico y político), cuajado de situaciones extremas continuas que llevan a una radicalización trágica, a una exigencia del “hic et nunc” del proceso liberador. Todo esto conduce a una espiral de violencia atroz, sobre todo por parte del Estado, que genera una respuesta de las fuerzas revolucionarias. Esta es la espiral que denunció repetidamente monseñor.

En este mundo explosivo debió ser pastor Óscar Romero. Ahí asumió el reto de decir una palabra de esperanza y de buscar incansablemente una solución pacífica, pero sin dejar de hacer una denuncia concreta, porque concretas eran las situaciones terribles que le tocaba vivir. En una sociedad polarizada y una Iglesia polarizada, dedica su vida a la denuncia de la injusticia y clama por la paz hasta el día de su asesinato. Este hombre de origen sencillo y temperamento introspectivo, que sin embargo se transforma cuando se convierte en orador, va respondiendo a esta suerte de continua Pascua según las situaciones se van presentando, pero manteniendo los ejes de su vida, como dirá en su penúltima homilía: “el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia, que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza”.

Para bien o para mal, Centroamérica ya no es como -más o menos acertadamente- yo la conocí y la dibujo. El mundo tampoco es como era entonces, pero tampoco nosotros somos los mismos. Seguimos afirmando que la esperanza cristiana tiene un significado temporal, y asumiendo las contradicciones de la historia –al fin ya al cabo vivimos dentro de la historia- pero posiblemente ya no tenemos aquella vivencia intensa y trágica que llevó a tantos y tan generosos compromisos personales, y hemos hecho consciente que el Reino de Dios no se dará en la tierra, y menos en nuestro período vital, aunque hay que trabajar para que venga.

De aquellos años caben muchas lecturas e interpretaciones, muchas memorias, posiblemente cada quien tendrá la suya. Caben también –tal como ocurre con nuestra propia guerra civil- análisis patológicos y sesgados, al fin y al cabo son tiempos dolorosos y recientes. Pero también cabe una memoria evocadora que permita reconciliarse con los recuerdos y los amores de juventud. Aprender de los errores cometidos y utilizar elementos de entonces para analizar el presente, salvando continentes, años y religiones (¿no se habrá trasladado en cierto modo Centroamérica al Medio Oriente, sólo que nos coge más lejos y lo sentimos menos cercano?). Tengan también en cuenta que yo no soy historiador, ni teólogo, ni sociólogo, de modo que las ideas que escribo nacen de recuerdos, vivencias de entonces y lecturas posteriores. Quizás la realidad fue mucho más compleja y la simplifico, quién sabe. Y si algunas opiniones pueden sonar peyorativas o parece que puedo emitir un juicio, nada más lejos de la realidad: admiro profundamente a todas las personas que allí vivieron en aquellos años –y posiblemente a quienes viven ahora, en una situación diferente y nada fácil- y no tengo ni idea de qué opciones hubiese tomado yo de haber permanecido mucho tiempo allí.

 Otro día más cosas “directas” sobre monseñor Romero, pero era preciso, aunque fuese a grandes rasgos, delimitar las coordenadas de su vida y su mensaje. Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos.

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