De virus, trajes y aniversarios

 Hace algo más de dos meses escribí unas líneas sobre el Ébola. Desde entonces, en los países del África occidental, donde la estructuras sanitarias son sumamente endebles, se ha convertido en una pesadilla, una epidemia incontrolada con miles de afectados y con sombrías predicciones para los meses próximos. Trágico pero me temo que esperable. Dadas las características poblacionales (mayor densidad, comunicaciones relativamente fáciles aunque sean precarias), el brote no se ha contenido, tal como había ocurrido con la treintena de brotes previos y es difícil saber lo que va a suponer en el futuro para unos países que ya estaban en muy mala situación.

Con respecto a la situación en los países del norte, hemos tenido casos importados y los contagios entre el personal sanitario que los atendió: dos en Norteamérica y el tristemente famoso de la auxiliar que se infectó en Madrid. Temo que no me equivoqué en algunas de mis predicciones, más bien me quedé corto: la forma de relacionarnos con la enfermedad ha sido desde el miedo y ha habido momentos en que me he sentido avergonzado de mi país y de muchos de mis compatriotas (no de todos: ahí han estado los sanitarios del Carlos III cumpliendo su deber y su compromiso para con sus semejantes y con la sociedad).

No se ha publicitado pero han sido numerosos los sanitarios de La Paz que se han negado a acudir a trabajar al Carlos III. Y muchas las personas de la bolsa de trabajo que no han respondido a las llamadas para incorporarse. El miedo es libre y hasta cierto punto comprensible, pero con ello han traicionado ese compromiso tácito que un sanitario asume consigo mismo y con sus semejantes, y que está vigente en tiempo de epidemias. Y me lleva a preguntarme qué nos pasaría si en España los casos fuesen numerosos o qué ocurriría si en vez de estar enferma Teresa Romero hubiese sido la madre o el hijo de esos sanitarios que se negaron a acudir. Estas personas han carecido de coraje y de valor: que no es no tener miedo, sino saber vencerlo.

En este contexto y en medio de un ambiente enrarecido, en los hospitales hemos tenido talleres para aprender a utilizar los trajes de protección (equipos de protección individual los llaman). Me cuesta imaginar cómo debe ser utilizarlos en regiones tropicales, incluso aquí resulta difícil respirar con ellos y no digamos atender a un paciente: es imposible escuchar nada con el fonendoscopio y la sensibilidad se ve muy mermada con el doble guante. Es obvio que se intenta proteger al personal que atiende enfermos y con ello realizar mediante el aislamiento de los casos un tratamiento desde el punto de vista de la salud pública. Sin embargo, el tratamiento del caso individual queda prácticamente confiado a la respuesta inmunitaria del propio paciente. Así es en África: se brinda a los pacientes en aislamiento tratamiento sintomático (paracetamol, antieméticos), alimentos y sales orales; cuando resulta imposible ingerirlas, fluidos por vía venosa. En lo que yo sé, hasta ahí llega el tratamiento: ausencia de hemoderivados (sangre, plasma) y de soporte más activo con fármacos vasopresores, mucho menos monitorización invasiva de constantes como la presión arterial. Sin eso es difícil remontar un cuadro de choque, tal vez por ello la mortalidad es tan alta en África (superior al 70%, mientras que hasta ahora ha sido entre el 22-26% en los casos atendidos en los países del norte). Respecto al tratamiento que recibió Teresa, es difícil saber si se ha curado gracias a él o a pesar de él, esto es la consecuencia de utilizar fármacos experimentales sin estudios previos bien diseñados. Aunque la historia de las epidemias previas nos lleva a pensar que posiblemente el suero de pacientes curados pueda tener alguna eficacia (ya se utilizó en 1976, cuando se describieron en Sudán y Zaire los primeros casos).

Respecto a las reacciones de numerosa población española, el asunto del perro, políticos de uno y otro signo opinando a troche y moche y la histeria colectiva que se originó, como he dicho, siento vergüenza.

En otro orden de cosas, se celebra en mi hospital su 40 aniversario con unas jornadas científicas, en las que yo decidí no participar: no puedo estar de acuerdo con una celebración que tiene lugar en un hospital desnortado y víctima de una organización absurda de la sanidad española, cuando nuestros pacientes han de sortear una carrera de obstáculos para que se les autorice el ingreso, lidiando con burócratas de todo tipo, tanto en sus comunidades autónomas como en nuestro propio centro; un hospital donde la opinión de los profesionales no se tiene en cuenta y a merced de los criterios que se fijan por personas que ignoran casi por completo la realidad cotidiana de este centro  (al que, sin embargo, califican continuamente como “el buque insignia de la sanidad castellano-manchega). No puedo estar de acuerdo con un sistema así, aun cuando si nos abstraemos de estas realidades (cosa nada fácil porque afectan al día a día del trabajo), en este hospital habría muchos motivos de celebración: las innumerables historias de superación personal que se han escrito entre sus muros durante estas cuatro décadas. Aquí han llorado, sufrido, renacido, recuperado, fracasado, caído y levantado más de trece mil personas. Para cada una de ellas, mi admiración y mi cariño.

Recen por los enfermos y por quienes los cuidamos. Y por este país que impresiona a la deriva.

2 Responses to “De virus, trajes y aniversarios”

  1. Excelente comentario: claro, valiente y sincero.
    Por desgracia el mal llamado “primer mundo” carece de lo más importante que es la calidad humana. Creo que en “el tercer mundo” son más ricos que nosotros.
    Me entristece lo que dices sobre tu hospital.
    Seguimos rezando

  2. Hola Ángel:
    Tu blog es muy interesante. Invita a la reflexión y los comentarios que he leído aportan serenidad.
    Supongo que me recuerdas. Si es así, puedes enviarme un correo electrónico.
    Cordialmente.
    José Manuel
    Zaragoza

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