Marzo, el mes de monseñor Romero (II): el miedo como enemigo de la fe

Después de la idolatría, quizás sea el miedo el peor enemigo de la fe: paraliza, impide actuar, nos encierra en nosotros y nos impide luchar por la justicia, en resumen pro-seguir el camino de Jesús. Tenemos miedo al conflicto en la familia, en el trabajo, en el grupo de amigos, en el contexto social en que vivimos … tenemos miedo de lo que puedan decir de nosotros, en perder oportunidades de promoción personal o laboral, miedo a quedarnos sin amigos, a que nos miren mal, a sufrir represalias, a perder amigos o clientes … en casos extremos, el miedo puede ser más tangible y palpable, a resultar físicamente heridos o a perder la propia vida. Posiblemente ese fue el miedo que conoció monseñor Romero (y tantos como él). A lo largo de sus últimos meses como arzobispo de San Salvador fue frecuentemente amenazado de muerte, de diferentes formas: mediante anónimos, pintadas, llamadas telefónicas … conforme se fue posicionando más y más firmemente en favor de las mayorías oprimidas y reprimidas más arreciaron las amenazas y fueron cobrando más verosimilitud los mensajes que recibía.

Cuando concluyó su más famosa homilía el domingo 23 de Marzo de 1980, se dirigió a casa de la familia Barraza, como tantos domingos hacía, a compartir con ellos el rato y el almuerzo, allí tenía personas que le querían incondicionalmente, que guardaban para él zapatillas de estar en casa, para que se sintiese cómodo … en aquella comida y después, ya durante la tarde, le vieron llorar varias veces, mirarles fijamente uno por uno como despidiéndose de ellos, atravesó varios cambios en su estado de humor, alternando ratos animosos y otros francamente tristes. Quizás era el miedo lo que le hacía estar así, quizás presentía que su fin estaba cerca, que con su llamamiento “a las bases del ejército, de la policía nacional, de los cuarteles” para que desobedeciesen a sus mandos y cesasen en la represión, había firmado su sentencia de muerte. Al día siguiente, 24 de Marzo, ésta le llegó mediante un único disparo de francotirador: una bala de fragmentación como las que utilizaba el ejército salvadoreño le entró por el pecho mientras celebraba una misa de funeral, afectó estructuras vitales y le produjo una hemorragia interna que le costó la vida.

Es el mismo miedo que debió sentir Jesús en Getsemaní, muriéndose de tristeza y de angustia. O el que debían sentir los concejales en el País Vasco cuando salían de casa, sin saber si volverían por la noche, ignorando si les esperaría un pistolero o habría una bomba en su coche. O los misioneros que eligen quedarse en zonas de conflicto, al lado de su grey, del pueblo al que fueron a servir y por el que abandonaron país, familia, amigos, una sociedad y una lengua que conocían …

El valor no es no tener miedo (eso es temeridad), sino saber vencerlo. Como hizo monseñor Romero, como hicieron otros profetas antes que él, otras personas que decidieron arrostrar las consecuencias de “la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige”, como formularon con gran precisión los jesuitas en su congregación general XXXII Como hacen aun hoy todas las personas que están en desacuerdo con una realidad injusta y deciden dar pasos para cambiarla. Resistirse al miedo, no dejar que nos paralice, es afirmar la fe, es creer en Dios y en su Cristo y pro-seguir su tarea.

Que monseñor Romero nos ayude a vencer nuestros miedos cotidianos. Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.

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