Cataluña enferma: ¿qué debemos hacer?

He vivido en Cataluña durante más de diez años. La parte materna de mi familia es de ahí, mi madre nos cantaba en catalán cuando éramos niños y aprendimos la lengua. Hice mi especialidad en medicina interna en Barcelona, durante los años en que nuestro país invirtió billones de pesetas para que la ciudad acogiese los juegos olímpicos y avanzase en poco tiempo lo que de otro modo le hubiese llevado décadas. La villa olímpica –donde vive gente que ahora nos insulta y menosprecia- está edificada con el sudor y a veces la sangre de obreros de toda España: sería interesante saber cuántos murieron en accidentes laborales en aquellos años, yo atendí más de uno en mis guardias de urgencias.

Durante esos años, casi imperceptiblemente, como un cáncer de crecimiento lento, se fue instaurando una ideología –el catalanismo independentista- excluyente y maniquea. Comenzó poco a poco (“hagamos país”, decían), en los tiempos de Jordi Pujol. En las escuelas se tergiversó la historia y así se enseñó a los niños. Se multaba a los comerciantes que no rotulasen en catalán, si querías progresar social y profesionalmente, tenías que mimetizarte con el medio, a riesgo de quedar marcado y excluido. Por eso me marché en 2004 de allí, cuando llegó al gobierno el PSC, un partido cuya obsesión era “tocar poder” a cualquier precio, aunque para ello hubiese de coligarse con fuerzas claramente anticonstitucionales. En todos esos años, los diferentes gobiernos de la nación, necesitando para mantenerse en el poder los votos de esos partidos, consintieron todos los desmanes y miraron para otro lado.

Ahora vemos los resultados de todo aquello: provincias enfermas de odio y desprecio, cuyo rostro verdadero es el de la destrucción y la revuelta, el incendio y el amedrentamiento de cualquier persona que no participe de esa ideología. Nuestros compatriotas –entre ellos parte de mi familia directa- se sienten abandonados por un gobierno que permite cortar carreteras, agredir y herir gravemente a los servidores públicos que son los policías, impedir la libre circulación y tráfico por parte del territorio de la nación y la destrucción impune de bienes públicos y privados. Si no fuese por lo grave del momento, las declaraciones de los diferentes ministros y el actual presidente del gobierno minimizando los problemas, en lo que supone de facto un claro ejemplo de desinformación ideológica, moverían a risa. Más bien lo hacen al llanto: un policía nacional se debate en estos mismos momentos entre la vida y la muerte en un hospital de Barcelona; incluso si sobrevive, el riesgo de secuelas neurológicas permanentes es sumamente elevado.

Ante esto, me pregunto (y como yo posiblemente numerosos ciudadanos asustados) qué debemos hacer. Además de apoyar afectivamente en todo lo que podamos a nuestros hermanos y amigos que viven allí, y acudir a las concentraciones que se van a convocar al mediodía del domingo 27, me temo que sólo nos queda el voto del próximo día 10. Discerniré mi voto entre los partidos que yo crea que pueden poner remedio y coto a estos desmanes. Con toda seguridad, no al actual partido en el poder, al cual llegó precisamente con el apoyo de todos estos criminales. El diálogo, esa especie de mantra falso y en el fondo cobarde, no ha servido para nada, más bien para humillarnos cada vez más (recuerden las Navidades pasadas …). Las leyes deben aplicarse y deben redactarse nuevas que permitan castigar a los que cometen  las fechorías que vemos y escuchamos estos días en la televisión y las radios. Los culpables deben ser detenidos y consignados a los tribunales. Los medios de comunicación que fomentan este odio deben ser intervenidos y sus responsables depurados. Los directores de los colegios de donde proceden los incendiarios y los libros de texto que han estudiado, examinados y eliminados. Los profesores que expliquen una historia falseada e inoculen el odio en los niños, expedientados y apartados de la docencia.

No veo otro modo de atajar este mal, lo he escrito otras veces: los médicos utilizamos cirugía para muchos tumores malignos. Nadie entendería que un cirujano no amputase un miembro gangrenado que amenazase la vida del paciente por timidez o pusilanimidad, ese profesional sería denunciado y apartado del servicio. Así debe hacerse con los políticos que no se atrevan –por cobardía, por cálculos electorales e incluso por convicción- a aplicar los remedios de los que disponen. No se entiende que a un médico no le tiemble la mano al canalizar con una aguja gruesa una vena o una arteria del cuello si así lo exige el procedimiento diagnóstico o terapéutico a realizar; por eso es inaceptable y no se puede votar a un político que carezca de competencia o coraje para aplicar una ley.

Así que piénsenlo bien y voten a quien –al menos en teoría- puede al menos intentar sacarnos con dignidad de este atolladero.

Recen por los enfermos, por quienes los cuidamos lo mejor que sabemos y podemos y por España.

2 Responses to “Cataluña enferma: ¿qué debemos hacer?”

  1. Me parece muy acertada tu opinión. Es una reflexión sincera e inteligente. Estamos hartos de tantas palabras llenas de odio, rencor y de mentiras. Hay que amputar la actuación de tantos ineptos, soberbios que solo saben defender sus propios intereses y mentiras.
    Espero que Dios no se olvide de nuestra querida España.
    Gracias

  2. Una situación muy dolorosa y preocupante. Va a ser muy difícil volver a convivir en armonía. No parece que nadie tenga una receta milagrosa.

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