Comentario a “Memorias”, de José Mª Castillo

En el libro hay saber y sabor: escrito por una persona que ha vivido, reflexionado, sufrido, y narra hechos vitales desde su perspectiva. Una perspectiva compartida por algunos de nosotros, que pertenecimos más o menos tiempo a una orden religiosa. La historia de una lucha interior entre convicciones y realidad, y de las dificultades vitales arrostradas en el mantenimiento de las convicciones, por lo que él paga –por lo que se paga- un precio muy alto.

Reconozco que me ha resultado en momentos desazonador, quizás porque pone de relieve contradicciones y desgarros de nuestra iglesia y nuestra sociedad que resultan dolorosos, sin dejar demasiadas puertas abiertas a la esperanza. Porque creo que es una de las claves de lectura: la falta de soluciones a los problemas que expone, quizás porque no existen. Entre líneas se entiende que es posible que la iglesia tal como la hemos conocido puede dejar de existir en un futuro. Lo triste no es que el hecho religioso no importe ya a casi nadie, es que tampoco parece hacerlo la trascendencia ni la figura de Jesús, y eso es lo que en realidad resulta doloroso: al fin y al cabo, todos nosotros hemos accedido a la fe en la familia, en la parroquia, en el colegio en el que estudiamos. Luego hemos hecho nuestro propio camino de fe, como debe hacer todo creyente, con luces y sombras, pero ¿cómo se accede al mensaje de Jesús si nadie lo transmite, si nadie lo enseña? Pensar esto me resulta doloroso. No la existencia de la institución en sí, estoy plenamente de acuerdo con el autor en que Jesús nunca quiso fundar una institución, una religión, pero me resulta difícil encontrar una alternativa. Como explica el autor, se confundió religiosidad con espiritualidad, religión con evangelio, pero al dejar de ser la religiosidad una forma válida de acercamiento a lo segundo, me pregunto cómo puede llegarse a ello.

El libro es claro, crudo en muchas ocasiones, expresa de forma certera y acerada ideas muchas veces pensadas. Castillo se pregunta en no pocas ocasiones ¿por qué ocurrió esto? ¿Quién quiso dañarme? ¿Por qué no me permitieron defenderme, no me escucharon? Quiere entender la propia historia, es uno de los objetivos de sus memorias, para aceptar y habitar el presente ayuda comprender el pasado. Hay hechos que no puede explicar, y quedan sin respuesta en el libro, simplemente porque le vinieron de fuera, otros tomaron decisiones injustas que le afectaron y condicionaron su vida, aunque también le permitieron conocer otras realidades, por ejemplo todo su tiempo en El Salvador. En esos momentos tendíamos a identificar Centroamérica como el terreno de encuentro con Dios, sin darnos cuenta de que el lugar de encuentro son los otros seres humanos en el sitio donde vivimos, no un tiempo, un sitio, un proyecto o una ideología. Mitificamos esos países, no me cabe duda, aunque tampoco me cabe duda de que allí vivieron personas que significaron la presencia del espíritu en nuestro mundo.

Describe varias veces su vocación, la entrega a un proyecto, a un ideal de vida, dedicar la vida a “algo” que parece mayor que nosotros, la raíz de toda vocación; luego puede revelarse como un proyecto equivocado o inviable, o que entra en conflicto con el yo profundo, con los afectos, con el amor. De cualquier modo un equilibrio dialéctico e inestable que en no pocas ocasiones conduce a la enfermedad mental. Puede definirse la vida religiosa como “una forma original y peligrosa de seguimiento de Jesús”. Y en su concreción humana, parece claro que sin raíz en el evangelio, más bien en la estructura social del imperio romano. Finalmente, Castillo abandona la orden de los jesuitas, no el sacerdocio. En este proceso se pierden anclajes, sentido, soporte, seguridades, tantas cosas que cuesta  recuperar. Se entra en un mundo menos protegido, pero más auténtico, más real, en el que los conflictos que vivió dentro de la institución se ven como anomalías, como disfunciones de otro tiempo, inquisitoriales. Un mundo donde hay que ganarse la vida, quizás también en conflicto con otros poderes no menos poderosos y crueles que los religiosos. La vocación ha condicionado la vida de muchos de nosotros, una vida que quisimos y entendimos como de servicio, con errores y aciertos, en una entrega a veces excesiva, en la que interaccionaron vocación, profesión, carácter, búsqueda de identidad, psicología, aunque con buena voluntad siempre.

En el tono del libro no parece haber resentimiento, pero al exponer vivencias sobre realidades que vivió y que le forzaron a vivir, hay mucho de denuncia razonada, razonable e inevitable, pero ¿hay anuncio? Dibuja algunas líneas generales: la bondad que él ve en el actual Papa, el seguimiento del Jesús del Evangelio en nuestra vida concreta, buscando el significado de los relatos evangélicos aquí y ahora, en la vida cotidiana … son cosas sencillas, que no sé si aportan soluciones a los problemas de nuestra iglesia, después de haber apuntado de forma exhaustiva, concreta, documentada, con tanto rigor, todo aquello que ha hecho y hace mal. Acaba proponiendo de forma cándida –no es aquí un término peyorativo en absoluto- que la gente se reúna en pequeños locales para comentar y celebrar la buena nueva de Dios, volver a la estructura de las primitivas comunidades (y de las comunidades cristianas populares después, que tanto le aportaron y a las que aportó). No sé la viabilidad concreta de eso ahora, cómo puede articularse.

Quizás la vida religiosa como la hemos conocido ha sido sólo una perversión del evangelio, y desaparecerá en un mundo que ya no la necesita, pero que sigue necesitando la palabra de Jesús, un mundo, en palabras de Arrupe “con hambre de pan y de Evangelio”. Partir y basarse en la “eterna verdad del Evangelio”, como formulaba monseñor Romero.

Estas son algunas de las reflexiones que me ha evocado la lectura de las memorias del José Mª Castillo, y que he compartido con ustedes. Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos, por nuestro país, por nuestro mundo.

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