Por las víctimas del coronavirus
Solo imaginar…
Ellos parten. Ellas se han ido. Sin una palabra. Sin una mano para decir. Sin una mirada que hable. Sin retorno.
Ellas parten. Ellos parten seguros de los gestos de salud, de los gestos de afecto de quienes los cuidan y viven con ellos.
Ellas parten. Ellos parten. Sin ver, sin despedirse. Sin piedad, sin beso. Sin ternura a cambio. Sin retorno de aquellas y de aquellos que eran su todo. Aquellas y aquellos que nos han amado. A quienes hemos amado. Hemos crecido, nos hemos educado, hemos compartido, recibido, y luego nos ha llegado. Confinados, aislados, encerrados, registrados, internados, separados.
Ellas han partido. Ellos se han ido. ¿Podemos simplemente pensar, sólo imaginar, quizás darse cuenta de lo que es estar sola, de lo que es estar solo en ese momento?
Los pensamientos llenan la cabeza, cruzamos la calle, damos unos pasos y volvemos a casa. Los pensamientos en éxodo, los rostros en abismo y el simple imprevisto que nos parece tan lejano. Lo que aplazamos para mañana o más tarde lleva violentamente el sello de la urgencia. Estar allí pero no solo, afrontar sin una palabra el desierto del arrepentimiento. El unísono del amor resuena de repente: silencioso falso-evasivo. Nos parece bárbaro estar lúcido frente a la vida del ser que se va que no se puede acompañar no importa su camino.
No estaremos allí para acompañarlos. ¿Podemos simplemente pensar, sólo imaginar, quizás realizar lo que, para nosotros, es no estar allí, con ellas, con ellos en ese momento?
Confiados en la acogida del Dios Padre-Madre de misericordia, compartimos esta plegaria que nos invita a los que quedamos…
Dios mío, estos tiempos son tiempos de terror.
Esta noche, por primera vez, me he quedado despierta en la oscuridad,
con los ojos ardientes, mientras desfilaban ante mí,
sin parar, imágenes de sufrimiento.
Voy a prometerte una cosa, Dios mío, una cosa muy pequeña:
me abstendré de colgar en este día, como otros tantos pesos,
las angustias que me inspira el futuro.
Pero esto requiere cierto entrenamiento.
De momento, a cada día le basta su pena.
Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí,
pero no puedo garantizarte nada por adelantado.
Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad:
no eres tú quien puede ayudarnos,
sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti
y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos.
Esto es todo lo que podemos salvar en esta época,
y también lo único que cuenta: un poco de ti en nosotros, Dios mío.
Quizá también nosotros podamos contribuir a sacarte a la luz
en los corazones devastados de los otros.
Etty Hillesum
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