El país de Alicia

La muerte, con ser tan vieja, no se queda nunca antigua. La dama que siega mientras la vida sigue no repite personaje, de ahí aquello que decía un amigo mío: “Este año se está muriendo gente que no se había muerto nunca”. Borges, que sabía más por ingenioso que por viejo, comentó en una ocasión, con su socarronería de ciego que lo ha visto todo: “¡Ah, la muerte. Qué cosa tan novedosa. Creo que a mi edad no debiera permitírmela!”. Finalmente, se la permitió, pero ahí queda la rabona. Le tomo el título de “Los muertos y las muertas” a mi admirado Ramón Gómez de la Serna, que era perito y obseso en el tema, hasta el punto de llamar “Automoribundia” a su autobiografía. Ramón, que iba por la vida repartiendo greguerías, dejó escrito en uno de sus personales raptos literarios que el esqueleto es un ventanal al que se le han roto todos los cristales.

Con discreción, esa cosa tan rara entre los de su oficio, José Luis López Vázquez ha dado en morirse el día de los difuntos, como si hubiera querido pasar inadvertido en una fecha en que los vivos son una raquítica minoría, aunque muy ruidosa, en el cómputo general de los que fueron y fuimos. En el más allá, uno más no se va a notar, pero aquí nos quedamos sin uno de los mejores actores que ha dado esta tierra tan rica en picaresca como rácana en generosidad. Alguna vez escribí que idos Rodero, Fernando Rey, Rabal, Marsillach, Fernán Gómez se estaba acabando la era de los titanes y empezaba la de los hombres. Bueno, pues ya nos hemos quedado sin otro de los gigantes. La industria española del cine, incluso antes de que González Sinde inventara el talento de “género”, tenía una salud bastante precaria, pues aquí el dinero va con más alegría al ladrillo que al celuloide, de modo que entre las más de 200 películas que rodó López Vázquez había muchas de esas que llaman alimenticias, y que él también las hacía muy bien. Hizo reír mucho, él que era un tipo serio, triste y más bien borde, aunque su mayor altura artística la consiguió en la tragicomedia. Sin “El pisito” , “Plácido” o “Mi querida señorita”,  López Vázquez hubiera sido menos grande, aunque lo que realmente cuesta es imaginar esas películas sin él. Las cabinas telefónicas dejaron de ser objetos inocentes para convertirse en instrumentos de pesadilla gracias a su talento de intérprete en la más premiada historia de nuestra televisión. Y en teatro brilló en grandes obras, aunque quizá ninguna tan recordada como “Muerte de un viajante”. Creo que fue Séneca quien escribió que la vida no es más que un viaje hacia la muerte. López Vázquez, como el propio Séneca, ya lo han hecho. Y parece que sin novedad.

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