Pequeñas historias sin moraleja

07-12_Atlantis_Books

I El radiólogo y yo

 

Estaba yo en manos del radiólogo, que me había llenado de gel el ecuador del cuerpo. Me estaba haciendo una ecografía cuando me preguntó que dónde trabajaba, y como le dijera que en Televisión Española, comentó como en un resorte: ¡menuda casa de locos!, y después me puso al tanto de que en su casa nunca había habido televisión, y que sus tres hijos se habían educado muy bien y ahora eran otras tantas personalidades en sus respectivas disciplinas.

– Déjese de televisión y lea. Créame que saldrá ganando –me espetó.

– Hombre, no es por nada, pero lo que yo más he hecho en esta vida es leer.

– Mire –prosiguió el médico, que se daba pinta de vejete profesor doctorado en Químicas -, yo tengo probablemente la mejor biblioteca de rayos X de Madrid.

Y abrumado por la revelación quedé en ir una tarde a aprender algo sobre tan sustanciosa materia.

 

 

 

 

II Libros de viejo

 

Fue una tarde metida en lluvias y fríos transparentes. Estaba yo en una librería de viejo, que es uno de esos sitios donde el tiempo discurre con cierta pereza. En un momento irrumpió en el local una mujer de voz cristalina y un punto imperativa, que a lo que parece era conocida de los libreros.

– ¿Tenéis un libro con ilustraciones del mar para un hombre de ochenta años? – dijo la mujer. Pero solamente del mar, sin desnudos ni bañistas. Es para mi padre que lleva 20 años sin salir de Trujillo y tiene nostalgia del mar, quiere pintarlo. El pobre no ve más que libros de misa.

Aquella mujer morena, cuarentona larga y muy resuelta quedó en volver una hora más tarde por ver si estaba su encargo. A mí me fascinó la sorprendente aparición y quise pegar la hebra sobre el particular con los libreros. Me dijeron que la situación no era particularmente extraña, que estaban acostumbrados a que les pidieran los libros más peregrinos. A mí, menos habituado a las escenas propias de esas librerías, me quedó un regusto optimista para toda la tarde. Me llevé un libro de Santiago Ramón y Cajal , “El mundo visto a los ochenta años”. Un título que ni pintado para un sitio tan deliciosamente demodé como aquél.

 

 

 

III A cierta edad

Me parece que esta historia me la contó Ceferino. Leoncio, el padre de mi amigo Teófilo, caminaba por el abismo sin red de los noventa años. Un domingo, su hijo preparó para comer merluza en salsa verde, y Leoncio se la comió, y, parco en palabras como era, al ser preguntado dijo que le había gustado. Al domingo siguiente, en vista de la acogida de la primera vez, Teófilo preparó de nuevo merluza en salsa verde. Fue ése el momento en que Leoncio se levantó de la mesa, se fue a la despensa, cogió un salchichón y armado con su navaja se dispuso a dar buena cuenta del embutido. Por explicación sólo ésta:

– A cierta edad, uno ya sabe lo que le gusta.

 

6 Responses to “Pequeñas historias sin moraleja”

  1. Ya señala el Sol el equinoccio vernal. Tiempo de romper los élitros. Macaón no tiene ganas de hablar de literatura breve, sólo de salir volando. Macaón se despide por larga temporada. Se retira a su cueva marina. Durante muchas veces un kilómetro por un litoral sin límites sólo jugará con concas huecas y alguna mujer desorientada. Arrivederci “seor” Tirado, el que ciñe y bate la letra al igual que Poseidón la tierra, aspirante sabedor de la imposibilidad de la palabra que nace para nadie. (Arrivederci consorcio).

  2. Si MACAON, a cierta edad uno sabe lo que le gusta.
    Tirado en las tres historias dos de vejetes, radiólogo, libros y otra el papa de Teofilo, ¿te empiezas a identificar con la edad? O has visto en la tele los anuncios del puente a la jubilación o el que da de comer a los pajaritos.

  3. La sabiduria poplar, en este caso de mi padre, se adelantó en bastantes años a los anuncios de tv. En cuanto al “arrivederci” de Macaón, como seguidor de este blog, lo lamento y me parece una asencia notable. Está bien si se retira a una cueva marina y a dialogar con mujeres desorientadas. Lo malo sería que, en nuevo retorno nietzschiano, volviera ante los muros de troya para curar a Menelao y ser herido Paris.

  4. Sí, compañero, creo en el eterno retorno: “todas las cosas bailan: vienen, se dan la mano, ríen, huyen y vuelven. Todo se va y todo vuelve. La rueda de la existencia gira eternamente. Todo muere y todo vuelve a florecer.” (Nietszche). Por lo de Troya no te preocupes, nunca los pérfidos aqueos derribaron sus murallas. Lo dice (¿lo dice?) un tal James Joyce, un antecesor de Homero.

  5. Me identifico con la mujer de Trujillo… Y me hacen gracia las lecturas exhaustivas del radiólogo que podía presumir de leer mucho… Y el salchichón a los 90 es una aventura de dentaduras propias…

    Deliciosos relatos cuya moraleja sale sola. Un abrazo para un tirado y un beso para Alicia que me acoge siempre en su mundo.

  6. Por cierto, estupenda fotografía la que encabeza estos relatos.

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