La muerte que nos espera

imagesMi padre está convencido de que se morirá en algún noviembre, ya que en noviembre nació, en noviembre se casó y parece que en noviembre viene a ocurrirle todo lo importante, así que cuando pasa noviembre se dice: “otro año más por delante”. Noviembre es el mes por antonomasia para hablar de estas cosas, porque a menudo a los días se les queda cara de muerto y el alma, en los peores ratos, se amortaja. De modo que volvemos a la muerte con una segunda entrega, atendiendo a la sugerencia de María Ángeles, que en un postrer comentario al post de “Los muertos y las muertas” apuntaba que “más que al muerto, que sigue a la vista de quien quiera verlo, sea en tanatorio frío o en la alcoba de la casa de pueblo, lo que escondemos es la muerte en sí, de la que hablamos cada vez menos”.

¿Escondemos la muerte? Parece claro. ¿Acertamos o nos equivocamos al esconderla? La corriente mayoritaria de pensamiento del día viene a lamentar esa trampa que consiste en obviar el hecho evidente de que nos tenemos que morir. Vivimos en una sociedad hedonista, que no tolera la frustración y menos la frustración suprema, impotencia máxima, que es el tener que partir. Entre nosotros eso es bastante reciente, echen treinta, cuarenta años para atrás, sitúense sobre todo en los entonces predominantes ámbitos rurales y encontrarán el espectáculo de la muerte en todo su esplendor. Se vivía entonces menos tiempo y con la idea de la muerte como tema permanente. Se enlazaban los lutos, de forma que si se morían los abuelos, un tío y los padres una persona podía pasarse diez años de duelo. Mi abuela materna no se quitó el vestido y el velo negros desde los treinta y pocos años hasta que se murió con 73. ¿Recuerdan “La casa de Bernarda Alba”? La tragedia lorquiana termina con estas palabras de Bernarda: “Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! ¡A callar he dicho! Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto!”. Aquella era una España sufrida, en cierto modo estoica y muy católica. Nada que ver con la España del carpe diem, insertada en la órbita occidental del momento.

¿Cabría un término medio? ¿Es tan exagerado esconder la muerte como tenerla como presencia permanente? Probablemente. Llegados a cierta edad, por más vueltas y mareos de perdiz que se quieran dar, hasta el más tonto sabe que se tiene que morir. La cuestión es otra. La clave de todo esto se inscribe en un entendimiento de la vida despojada de trascendencia. Si no hay otra vida, si sólo importa la existencia breve que nos ha tocado en suerte no queda otra que exprimirla al máximo sin pensar en la muerte, el final infeliz de la película de cada uno.

5 Responses to “La muerte que nos espera”

  1. La cuestión, querido amigo, es si una vez asumido que nos tenemos que morir, lo aceptamos, cogemos el toro por los cuernos, y vivimos con idéntica intensidad la muerte que la vida unida a ella. Me he encontrado a más de un moribundo apesadumbrado porque, dispuesto a hablar de su propia muerte, necesitado de hacerlo, de planificarla, meditarla, despedirse y cerrar cuentas, son sus familiares y amigos, incluso el personal médico, quienes se empeñan en hurtarle ese gesto y ese momento de absoluta libertad. Otras, son esos mismos familiares quienes se aferran egoístamente al enfermo y le impiden marcharse en paz, cuando él ya sabe que ha llegado su hora y está viviendo ese proceso en paz. Y lo más curioso es que, cada vez más, se apela a desconocidos o contactos poco frecuentados para desahogar la pena por la propia muerte próxima o por la de quien quieres. Porque quienes más cerca están eluden el tema creyendo que así contendrán su venida o exorcizarán las ausencias que provocaba. Es aquello del si no lo nombramos no existe, de dudosa eficacia real. Hemos pasado, ya ves, del luto permanente que enclaustraba (fundamentalmente a las mujeres, todo hay que decirlo) pero publicitaba, al tupido velo virtual que oculta pero tampoco libera. Pero estos son sólo apuntes a vuela pluma sobre un tema que daría para muchas más letras. Besos de tu admiradora.

  2. Me apunto a tu última reflexión Juan Antonio, los que no creemos en la otra vida ¿Qué hacemos con ésta? Vivirla, si, pero no sin trascendencia. Creo que la trascendencia va intimamente ligada al ser humano y no es patrimonio sólo del más alla.

  3. Unas escamotea usted esencias y otras (con pellejo de conejo) provoca interesadas opiniones (pensando bien hasta el subconsciente manipula). De nuevo la muerte, tema tan lleno de caireles. Esta vez (de tapadillo, claro) no esquiva la esencia: la verdad de la muerte es la muerte-viva o la muerte-muerta. Claro y sincero: no podemos ser hipócritas. O se cree en el Big Bang, o se cree en el Génesis (ese trapicheo de cabras y mujeres). En las dos cosas no vale. La contemplanza de la muerte no puede ser igual para aquél que cree que tras la muerte-viva se encontrará rodeado de hermosas huríes o a la bella Beatriz enseñándonos los nueve cielos concéntricos (el infierno lo dejamos para otro momento) que para los que pensamos que nuestra muerte es idéntica a la de un artrópodo (odiador de zapatillas deportivas) machacado en el camino (poco queda). Los primeros vivirán la esperanza (“la esencia es el no-ser de la existencia”), los segundos, al menos yo, hacemos con nuestra vida lo que podemos. Sin pena ni alegría, con algo de melancolía, me apunto a los versos de Borges.

    Y sin embargo me duele
    decirle adiós a la vida
    esa cosa tan de siempre
    tan dulce y tan conocida.

  4. Absolutamente de acuerdo con Mª Angeles. Escondemos la muerte por cobardía. Intentamos ignorarla como si no fuera con nosotros. Nos da miedo. La nuestra y la de los nuestros.
    No es una cuestión religiosa. Los ateos la enfrentan de la misma manera. Es decir, no la enfrentan.
    No es un tema para obsesionarse, pero sí para pensar en ello de vez en cuando. Y rebajar la intensidad del miedo.
    La vida te depara diversas muertes. La peor es la lenta. El sufrimiento que se alarga sin esperanza. Alguien dijo que lo malo no es morir sino morirse. Pero, como Mª Angeles, creo que es bueno tener, en ese trance, un tiempo de lucidez para hablar sin miedo a los que se quedan. Y pedir que ellos te hablen, igualmente, sin miedo y sin engaños.
    Para llegar a esta conclusión hay que reflexionar sobre nuestra muerte. Alguna vez. Sin temor. Porque lo que es seguro es que llega.
    A Macaón me lo tengo que leer un par de veces más.

  5. “La naturaleza ha proporcionado a los animales suficiente inteligencia para que se ocupen de su propia conservación, importante misión que llevan a cabo muy bien. A los hombres, en cambio, la naturaleza les proporcionó un recurso contra el miedo a la muerte, haciéndoles creer en la inmortalidad”. (Lichtenberg, 1742-1799)

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