El noviembre de Berlanga
Pues fijaos que pensaba yo olvidarme por un rato de la muerte, meditaba un post sobre la indisputable Leire Pajín, cuando a media mañana del sábado me telefonearon para darme la nueva mala: Berlanga ha muerto. Empieza uno a cansarse de este baile de parejas equivocadas, este vals de las viudas que nos está dejando sin las grandes referencias de la literatura y el cine de nuestro tiempo y nuestro gusto. Yo tenía una afición y un amor muy especial por Luis, a quien conocí en el 85 durante el rodaje de “La vaquilla”. Su talento generoso, su erotomanía perfecta, su misoginia en voz baja, su liberalidad con regusto libertario… Berlanga estaba sobrado de talento y de una leche que nunca se agriaba porque en el fondo era buena, aunque podía parecer muy mala. No le gustó ningún poder, gobierno ni partido: era un egoísta comprometido con los débiles y de natural desdeñoso con los prepotentes a los que satirizó con elegancia. Los censores le temían porque casi siempre se la metía. “Bienvenido Mr Marshall” iba a ser una película folclórica a mayor gloria de Lolita Sevilla y él la transformó en una cinta corrosiva sobre los sueños de una España mísera e ingenua que esperaba ávida la llegada del amigo americano. “Plácido” o “El verdugo” son películas tan amargas, profundas y descriptivas que cuesta entender cómo las dejó pasar la censura, esa cosa patética, canalla y risible del atroz franquismo.
Algunos críticos empezaron pronto a decir que Berlanga había sido muy bueno, pero que empezaba a declinar. A los socialistas en el poder dejó de gustarle cuando por su mirada libre empezaron a pasar ellos, con sus vicios y sus pompas antiguas revestidas de modernidad. Luis García Berlanga, que se sacaba metáforas de la manga como quien se rasca, nos retrató con un estilo irónico y compasivo. A mí me ha gustado siempre, hasta cuando dejó de rodar y le escuchaba con Beatriz Pécker en Radio Nacional a vueltas divertidas con sus fantasías eróticas. Ahora lamento su muerte, la huida, en noviembre, de esta b mayúscula de nuestro cine, sólo comparable con la b de aquel monstruo aragonés que se llamó Luis Buñuel. Vale, pues ya estamos más solos y más pobres. Otro día hablaremos de Leire Pajín y su ingenio intergaláctico.
Se acabaron los gigantes, como dice Juan Antonio. Nos queda su legado, el gran cine de Berlanga, Azcona, López Vázquez, tantos otros.
Las películas de Berlanga, concretamente las tres más anteriores q estáis pensando, me llegan bien adentro, donde tampoco la tijera alcanza. Por desgracia, también en estos tiempos se hacen cotidianas las escenas de letras vencidas y de pequeñas miserias humanas. Cincuenta años después, ya sin CIFESA, cobran color los plano-secuencia del miedo al embargo, el rechazo social al menesteroso, los pisos a semi-construir y casa consistorial sin plan. La ruina del Imperio Austro-Húngaro.
Nos deja Berlanga, su cámara venenosa, que nos vigila como actores huérfanos a los postres de un festín. En mitad del plano, con el último champán de la cesta del marqués. Cada uno con su pobre, que como al servicio, estas cosas le gustan. Brindamos. Por Quintanilla, el de la serrería. Por el acaso del Imperio Austro-Húngaro. Para que por una noche seamos todos buenos de corazón. Eso mismo dije yo la primera vez, Berlanga.
Adiós a uno de los grandes, sigo pensando en tu anterior post de la muerte…
Más solos sí. Pero ahí está su legado que podemos ver cuando queramos. Volví a emocionarme y a reirme con “La Vaquilla”. No he visto películas con más realismo de la guerra civil española, que en algunos episodios pudo ser así.
Se nos ha ido un genio, pero afortunadamente nos quedan sus genialidades.
Creo que con ‘El verdugo’ a Berlanga le salió la mejor película del cine español de todos los tiempos. Es un retrato de la España eterna y del españolito corriente: un tipo sin atributos luchando en un medio hostil y que acaba plegándose a la puñetera realidad.