Un hombre a la expectativa

A Ricardo, Teófilo y Artero, por motivos varios

Antes o después, cualquier escritor que no confíe suficientemente en su talento acaba publicando. Yo me he decidido tarde, que vale más que nunca, si hacemos caso al dicho. Tengo el cajón lleno de papeles emborronados, unos a pluma y otros a ordenador. Soy alérgico al bolígrafo. Seguro que entre tan gran manojo de folios hay medio centenar que merecen la atención de mis contemporáneos, siquiera de los más próximos en la geografía, la lengua y el sentimiento.

Acabo de cumplir los sesenta que, tal y como está la biología, no pasa de ser una adolescencia un poco estirada. Aun así no me parece que peque de prematuro si intento sacar a la luz lo que durante cuatro decenios ha estado entre sombras, polvo y descartes.

Recuperar al joven escritor que fui me resulta una tarea arqueológica digna de una ONG unipersonal como la que presido. Claro que, también me gustaría resucitar a aquel muchacho ingenioso y exaltado, asunto éste a mi entender imposible, a menos que un santo de reconocida solvencia quisiera apuntarse el milagro. Lo que en estos cuarenta años he ganado en serenidad lo he perdido en frescura, hecho tan común que por lo mismo merece destacarse.

A mi entender existen dos tipos básicos de lectores: el lector que busca el tiempo perdido y el que aspira a matar el tiempo. El primero rastrea en los libros apuntes, sobreentendidos, coincidencias que le ayuden a poner un cierto orden teórico en el caos práctico que es cualquier existencia. El segundo, desea justamente lo contrario: evadirse de su propia realidad, escudriñar entre las páginas literarias historias que le permitan olvidarse de sí mismo por un rato. Sin estar claramente dibujadas las fronteras de ambos tipos de lectores, ya que no hay clasificaciones puras, mi onda lectora sintoniza con el primer grupo, y a su servicio pongo, preferentemente, mis limitadas armas de escritor.

Por resumirlo: el lector que busca el tiempo perdido se asoma a la literatura por ver si en ella encuentra lo que no tiene o no le satisface de la vida, en tanto que el lector que pretende matar el tiempo lo que quiere es distraerse. El lector de Proust alberga la esperanza de que la literatura sea más rica que la vida, el lector de Agatha Christie no milita en existencialismo alguno y su afán es entretenerse. Claro está que a ninguno de los dos contenta completamente la vida, pero desde la altura y la impostura de mis sesenta años sólo puedo decir que afanarse en una existencia plena es tan humano como fantástico. Siempre que se sale de excursión por estos caminos se llega a una interrogación a modo de encrucijada: ¿la literatura o la vida? En diversos momentos de mi vivir he pensado cosas distintas, a veces incluso contradictorias. Desde mis sesenta adolescentes, creo que son una y la misma cosa. Veamos: lo mejor es partir de mínimos. ¿Qué es vivir? Pongamos que respirar. Entonces, tanto respira quien lee, como quien come, quien copula o quien pasea. Un segundo camino clasificatorio podía llevarnos a diferenciar entre el espectador y el actor. Aquí yo me quedo con el espectador, sin desdeñar las diarias y constantes veces que es menester desempeñar el oficio de actor. El temperamento de espectador es más proclive a producir figuras como el escritor, el filósofo o el lector militante. El carácter de actor está más volcado hacia el aventurero, el guerrero o el seductor.

A partir de este nuevo bosquejo clasificador me apunto en primer lugar al filósofo, seguido de cerca por el lector militante y, por último y a gran distancia, el escritor. Esto no hace sino reafirmar mi espíritu de espectador, puesto que entre quien escribe y quien lee está claro que es más espectador el segundo y más actor el primero.

 ¿Y qué es un espectador? Salto por encima de diccionarios y academias para quedarme con un pálpito: espectador es el que espera. El que espera grandes cosas. El que no renuncia a los prodigios, a lo magnífico, a la exageración y el encantamiento. Espectador es también el que sueña, el que imagina, el que inventa, el que desea. Tanto anhela, que la vida se le queda pequeña, por lo que se ve forzado, las más de las veces, a extraviarse entre las líneas secretas de los libros. Llegamos, por tanto, a la evidencia de que el espectador no es un haragán, ni un flojo, ni le falta fe en la vida. La tiene en tan gran abundancia que nada le contenta; vive siempre al límite de su esperanza. Espectador, con independencia e indiferencia, ya digo, de cualquier diccionario, es el que tiene, alimenta y se crea expectativas. Cuando yo andaba por los veinte y pocos tenía un amigo diez años mayor, con el que hablaba a diario por teléfono. Se llamaba y se llama Ricardo Rodilla. Yo le preguntaba de entrada:

–       ¿Qué tal, Ricardo?

–       A la expectativa – me contestaba invariablemente.

Desde la suficiencia de la veintena, llegué a pensar: este Ricardo está chalado, qué coño hace a todas horas a la expectativa. Con el tiempo, y con una caña de pescar minutos, lo he comprendido y he captado su mensaje profundamente filosófico. ¿Qué otra cosa podía hacer sino estar a la expectativa? Ricardo no era un aventurero, ni se distraía cazando leones, ni perdía la cabeza por pilotar un fórmula 1. Ricardo era, como yo, un espectador, un hombre a la expectativa. Solo que tenía diez años más. Ahora yo tengo casi cuarenta más de los que tenía él entonces, y aquí sigo: ¡A la expectativa!

Sobre asuntos de espectadores y de expectativas ha escrito mucho, con gracia y con solvencia intelectual Ortega. Recuerdo haber leído páginas suyas sobre estas menudencias. Pero las tengo olvidadas, o a lo mejor, quién sabe, estoy copiándole inconscientemente. Ni lo sé ni pienso comprobarlo. Al fin y a la postre, vivir es también imitar. Yo he copiado muchísimo a innumerable gente, desde modos de seducir, a maneras de hacer el nudo de la corbata, estrategias sin cuento, tácticas para preguntarle a una chica por el color de las bragas y no llevarme un bofetón. Yo he copiado aquello que me ha gustado, como supongo que hace todo el mundo, de modo que no entiendo por qué no había de copiar a Ortega, si es que lo he copiado, que repito que no lo sé. ¿O es que don José era tan preclaro que se sacaba todas las ideas de la bocamanga de su camisa germana?

¿Conservo lo que hago porque en el fondo confío en la inmortalidad? Debo reconocer que para asuntos de ultratumba carezco de imaginación. No me ocurre como a mi amigo, el también escritor, y también sesentón (aunque a él le fastidie reconocerlo) Antonio Puerto, quien le gusta pararse a imaginar cómo serán sus lectores del siglo XXVI. Yo no es que sea más modesto, es que me pierdo con las grandes cifras.

No quiero escurrir el bulto, de todos modos. Básicamente, escribo para una persona. No siempre para la misma, claro. Sino de una en una. Por lo mismo, porque me falta imaginación para las listas de éxitos. Muchas veces he escrito para ganarme los favores de cama de una mujer. No creo que se me tache de engreído si confieso que en esas páginas urgentes, compuestas a golpe de apretón o calentura, he sido un virtuoso. Y lo digo no ya por la belleza de la prosa, que se presupone, sino por el éxito de las iniciativas. Como he sido de natural golfo, pero sin apariencia de tunante sino de buen chico, cuando he querido tumbarme en el mismo lecho con una doncella de reconocida galanura o una casada impactante, maciza y para nada frailuna, he echado mano de mi buen barajar las palabras, he colocado los adjetivos en su punto, he hecho filigranas con los complementos y he mostrado mi virilidad preposicional. Se notará que estoy hablando en pasado, y no lo hago ni con melancolía ni por una incierta coquetería inversa. Sencillamente, es que a estas edades no está uno ya para los mismos trotes de antaño, por más que mi amigo Puerto se empeñe en negar la evidencia biológica. No es que el cuerpo no responda como entonces, es que no pide. Y en esto yo soy muy mío: si no tengo ganas de comerme un plato de fabada no me lo como, con independencia de lo que opinen los demás.

Escribir para gozar dama solo ha sido solo una parte, bien lejana ya, de mis empeños calígrafos. Yo lo mismo suelto una frase pensando en mi padre, en mi hermana, en un amigo, en una camarera de culo respingón y teta amotinada… Con independencia de que me lean algún día o nunca, escribo para alguien. Me falta egolatría para bastarme a mí mismo. Necesito y quiero a los otros, por lo que cultivo una escritura con dedicatoria. Ahora mismo, estaba pensando en mi amigo Teófilo R. Me parece que si me lee voy a provocarle alguna sonrisa, tal vez una risa zumbona. Su propia e inesperada aparición en la página ha debido de desconcentarle, lo cual me llena de regocijo. Teófilo es diez años más joven que yo. Va por los cincuenta y no para de correr y de correrse, lo que a algunos puede antojárseles una vulgaridad, pero a mí me parece una realidad gozosa que merece un brindis. Amigo, aquí levanto mi página, le doy un sorbo a las palabras recién nacidas y espero un próximo encuentro. Contar con un amigo diez años más joven es estupendo. Hay veces en que uno se cansa de rastrear en los garitos de moda o en los grandes salones para ver por dónde marcha el espíritu de los tiempos. Si tienes a alguien como Teófilo estás salvado: no hay cuchipanda a la que no asista, barra en la que no se deje caer o trasero del que no conozca su dueña. Tengo amigos bastantes más jóvenes, pero esos no pasan de ser un motivo exótico. Les faltan años para saber que esto se acaba, imaginación para entender que no sólo se muere el vecino y soberbia para darse cuenta de que no siempre le responderán a la perfección todos los miembros. Y, claro, con gente así no se puede salir a la puerta de la calle, máxime si uno tiene muy presente la máxima de Pascal, según la cual todas las desgracias le sobrevienen al hombre por no saberse quedar en casa. Pascal hablaba del hombre, por aquellos tempestuosos renacimientos los oradores o escribientes no andaban a cada paso con el hombres y mujeres, políticos y políticas, cuñados y cuñadas. En esto, sólo en esto, soy como Pascal. Me la pone de un flojo que me aprieta (¡paradoja pura!) lo policialmente correccional. En cuanto a lo de salir de casa, bueno… con Teófilo vale, pero con un veinteañero marchoso ni a palos.

P.D. Cual si uno fuera un futbolista aguerrido, el miércoles, 19, paso por el quirófano para que me operen del menisco interno de la rodilla izquierda. Confío en que el malestar en la pierna que siga a la intervención no me impida continuar hilvanando frases.

9 Responses to “Un hombre a la expectativa”

  1. Salut, compañero! Artículo leído!
    Espero:
    1) Que no deje usted de escribir
    2) Que le vaya bien con su meñisco!

  2. Gracias por el texto. Y mucho ánimo con la operación y, sobre todo, con la recuperación.

  3. Pasmado ante la letra
    apareció la vulva,
    hermosa, antigua, ladina.
    Se nubló la letra.
    Despejó la vida.

    Largo y remolinoso texto. En fin, me quedo con la vida. Soy de la mera, menuda y compleja idea que sólo se vive cuando palpita el corazón. Ya sea en la contemplanza o en la acción, en el tumulto o en un agujero, en la molicie o en la dispersión, en el fornicio guarro o en la colérica masturbación. Quizá sea el malvado el que más siente la vida. Quizá la verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca. Quizá la verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos: los momentos submicroscópicos. Quizá la verdadera vida sucede cuando estás ahí sentado mirando una pared vacía, pensando en la cena.

  4. Estoy, como tú, a la expectativa,que siempre es bueno confiar enelnfuturo y esperar algo maravilloso que no sé si llegará. Pero para atrás ninpara coger impulso,ya sabes…
    Extraordinario post, amigo mío. Permanece a la expectativa siempre, y regalándonos esta prosa umbraliana tan sonora a nuestros oídos y nuestra mente. Gracias por estas palabras,más bie reflexiones de un sesentañero que se siente treintañero…¡Como todos!… Mira tú.

    Que salgas bien de la operacion de hoy. Espero tus palabras animosas, una vez estés con la “pata” en alto e inmovilizada. Pero expectante,no lo olvides.

    Un beso amigo… (sin comas)

  5. Eso del menisco era antes. Ahora lo que realmente mola es la lesión de los abductores cruzados, como Playtex.

  6. dicen que el pasado siempre vuelve y que agua pasada no mueve molino ,frases contradictorias del refranero popular que de alguna manera expresas muy bien con tus palabras, . Y en resumen tambien como tú,como meg ..a la expectativa de donde nos lleve la vida ,para afrontar el futuro sin melancolias .Nada parece que queda de aquel veinteañero truhan ingenioso y soñador , que hoy ya sesentañero¿ me produce con post como este y aludiendote una sonrisa zumbona como lectora
    Querido,que te sea leve el post operatorio, para seguir deleitándonos como espectadores de tus comentarios.,

  7. Espero, Tirado, que tu operación de menisco haya ido bien, sobre todo considerando que ya tienes sesenta años de madurez personal y profesional. Lo digo porque conozco tu edad cronológica real por la amiga que tenemos en común, con lo cual debes estar tan en plena forma como tu amigo Teófilo.
    Supongo que esta semana estarás en reposo y con pocas ganas de escribir. Si así fuera ya habrías escrito algo sobre una acontecimiento supuestamente tan histórico como la rendición de ETA. Yo estoy a la expectativa de si tanto oportunismo en la declaración de intenciones influirá realmente en los resultados electorales. No se que opinarán los blogueros habituales al respecto. En cualquier caso, si resulta que se desmantela y abandona las armas, la noticia sería realmente milagrosa.

  8. Esta vez mi deseo de salud va exclusivamente dedicada a tí, amigo Tirado. Lo que has escrito ha sido productivo, reflexivo, ilustrado a la par que pícaro.
    Estamos a la “expectativa” de tu próximo comentario. Saud para tu menisco!.

  9. En Madrid, recluido en su quinto piso, desde el que otea la meseta mágica, recostado entre libros de Descartes y cuentacuentos, pierna en alto, expectante, tenemos a nuestro bloguero imaginario.
    Las expectativas se cumplen menos que los años, pero en este caso te veremos pronto junto a tu amigo, el de diez años menos. Cuanto antes. Menos días si realmente fuese el menisco de Rodilla. Un abrazo.

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