El país de Alicia

Lou Grant, inolvidable periodista de ficción

Me manda mi amigo Joaquín Armada un regalo de Reyes que me apresuro a compartir con los lectores del blog. Pinchen aquí y deléitense con una entrevista larga, que a mí se me ha hecho muy corta, hasta el punto de que al llegar al final me parecía que debíamos estar en los preámbulos. Es una pieza de obligada lectura para periodistas que sientan la sangre o la tinta correr por las venas, que amen lo que este oficio maravilloso tiene de arte del encuentro (va por Manolo Artero, ese fantástico reportero), de pálpito de vida, de factor humano, de magia de lo cotidiano, de deslumbramiento de la mierda envuelta en el oro de la prosa o al revés.

No hay cuento más penoso que esa vieja creencia de que pasaron los buenos tiempos y nos toca vivir un triste presente, pero tampoco más patético ejercicio de voluntarismo que el que hacen los convencidos de que el progreso es indefinido y estamos en el momento culminante de la historia de la humanidad. El periodismo de hoy tiene cosas mejores y peores que el de hace treinta años y una de las malas, nefastas para la pervivencia del oficio son los gabinetes de prensa. Un periodista que hace un cuarto de siglo se dedicara a la información de sucesos tenía sus fuentes en esta comisaría o en la otra, un sabueso que le contaba según qué cosas y le ponía en la pista de otras, no dudo que hoy los buenos informadores del género siguen teniendo fuentes propias, pero cada vez es más complicado porque los gabinetes de comunicación pretenden controlar todo el flujo informativo de comisarías, clubes deportivos, instituciones escolares, centros de investigación… Rara es hoy la entidad, aunque sea de medio pelo, que no tenga el mentado gabinete. A mí me ha pasado haber contactado con un profesional cualificado de un organismo y serme denegada la entrevista por el “gabinete censor” que me ponía a disposición otro invitado. Como no lo acepté nos quedamos sin entrevista y tan panchos y que conste que no era un asunto comprometido o polémico, sencillamente los gabinetes  se sienten con el derecho a marcar la pauta al periodista.

Pero lo que tienen los gabinetes de malo para el periodismo lo tienen de bueno para el periodista hiperocupado que hoy se estila, porque los gabinetes lo facilitan todo, te hacen en buena medida el trabajo a condición de que cuentes lo que a la empresa en cuestión le interesa. Vamos a parar aquí a otro gran problema del periodismo actual, la falta de contacto con lo que pasa en la calle y casi nunca por gandulería del informador, sino porque el sistema productivo que funciona obliga a hacer muchos trabajos, con independencia del mejor o peor acabado, y el reportero se abastece casi en exclusiva de las noticias y referencias de Internet, sin tiempo ni posiblemente ganas de tener relación con fuentes primarias en un bar, una fábrica o una casa de putas, qué más da. Temo que los periodistas que no han conocido otra cosa no echen de menos esa forma de trabajar, pero los buenos lectores de periódicos o de espacios radiofónicos o televisivos sabemos diferenciar entre la frescura de una buena historia y el producto manufacturado, bien cosido, bien documentado, pero con poca vida dentro. Y no digamos ya el cacareo inútil del periodismo de declaraciones, que si Rajoy dice tal y Rubalcaba cual y Esperanza pascual y Arenas vete a mear… O sea, la pura nada con altavoces.

En gerundio de resumir: cada vez es más difícil hacer buen periodismo, pero también más fácil porque los recursos son innumerablemente mayores, porque Internet es una fuente inagotable de ocurrencias a condición de que se sepa mirar y leer entre líneas. Pero el buen periodismo ni hoy ni nunca puede estar ajeno al latido de la gente, al ruido de la calle y necesita ineludiblemente para ser excelso un periodista con buena prosa que sepa contar las miserias y prodigios que le ocurren a personas tan reales como usted mismo.

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