Moncho Alpuente en Babilonia

aaaalpuenteSe ha muerto Moncho Alpuente y  siento que se me muere algo propio. Aunque sea lejano, algo indefinible, algo. Lo traté más que nada a través de las entrevistas que le hice para varios medios, la última en “Informe Semanal” para un reportaje sobre Tierno Galván. Él me presentó mi libro “Lo tuyo no tiene nombre” en 1995, junto con Julio César Iglesias, el Gran Wyoming y Ramón Irigoyen. Un cartel de lujo para una tarde muy divertida. Moncho Alpuente era ingenio en permanente ebullición, un tábano ocurrente, rival dialéctico complicado en aquellas tertulias de los ochenta más intelectuales que políticas, más de café o micrófono bullanguero que las de ahora que son sistemáticas, permanentes y de cuota. Era un hombre que se multiplicaba en sus creaciones, cantaba, hacía radio o televisión, escribía. Sospecho que su “siglo de oro” fue la década de los ochenta, aunque en las noventa también se le vio y notó mucho y aun en los dos mil ha tenido presencia, sin ser ya tan apabullante como en tiempos anteriores. Últimamente he comentado en alguna ocasión que no hubiera desentonado en “El Intermedio”, de hecho con Wyoming trabajó en diversas ocasiones. Los setenta se me escapan, pues era yo un muchacho, pero sé que fueron eléctricos e hiperactivos en la biografía de aquel hombre bajito que no quiso nunca, me parece, comerse el mundo pero sí mordisquearlo y besuquearlo fruitiva y furtivamente. No se ha muerto un genio, poca gente alcanza esa categoría, ni un hombre extraordinario ni un grande del humor o el periodismo. No fue hombre de poder sino de los que gustaban de tocarle los “güevos” al poder. Era palabrista y sabía adornarse en la parla pero brillaba sobre todo en el revés, respondiendo con rapidez y agudeza a cualquier interlocutor y en cualquier momento. Era o parecía uno de esos chavales apocados, con poco músculo y mucha imaginación que desarrollan en los patios de los colegios y en los institutos una portentosa dialéctica, un arma envidiable de autodefensa. Con toda la gente que uno admira que se muere, aunque no sean amigos, se van escapando puñados de uno mismo, de sus cosas y quereres, de sus afanes tantas veces vanos. Nada que sea muy grave, porque la vida sigue como siguen esas cosas que no tienen mucho sentido, allá donde habite el olvido.

13 Responses to “Moncho Alpuente en Babilonia”

  1. Me ha sorprendido la muerte de Moncho Alpuente Me pareciera un chico que decía la verdad un Peter Pan que no quería crecer por conservar su inocencia.Era amigo de mi amigo Eduardo BRONCHALO( Faroni) personaje de la novela de Landero.Era una obra de arte.Un genio como persona,como dice, Juan Tirado.Se fue a Segovia como ahora se ha idova la infinitud sin ser notadovasi su alma sosegada,su cuerpo se ha ido sin hacer ruido.Es de los pocos hombres que me hubiera gustado hacerle mi amigo porque era un hombre honrado.Honesto.Ético.Tu no te has ido Moncho Alpuente.Esperó que antes te despudas de mi.y me legues tu honradez.Yo sobre darla destino a estos gobernantes como tu hacías.Hasta luego Moncho.Celebró no haberte conocido pirque no podría,seguro,aguantar tanto dolor.

  2. Para mi, que lo seguía, siempre fue un espejo ácrata, o por lo menos eso quiso ser, creo. Con ojos y mirada de rano viejo, desde joven, utilizó el periodismo como los labradores utilizan el trillo. Y la paja la vendía, supongo, a bajo precio. ¡Había que comer!, y lo sabían. Se ha merecido ir al infierno con honores, como los grandes, y ganado a pulso. ¿Quien lo sustituirá? Periodistas, ¡mariquita el último!

  3. Murió una pipera a las puertas de uno de aquellos cines de Bilbao. Se le cayó encima una cornisa en mal estado. No se si te acuerdas, puede que sí, ya que vives por allí. Escribió algo tan hondo que me hizo llorar, y le escribí a El País para decirselo. El País me escribio una cartita amable de acuse de recibo. Luego le entrevisté para una revista ligera, no se cuál, y me recibió en su casa de Segovia y allí charlamos de música y de todo junto a su mujer. Tengo un buen recuerdo de aquella entrevista, pero tengo un recuerdo atroz, por lo mucho que me tocó el corazón, del artículo-homenaje a la pipera muerta. Era sencillamente magistral. Descanse en paz.

  4. Una pena que se muera gente como Moncho Alpuente. Yo lo conocí tarde, en Segovia, donde presentó mi novela “El enigma de Tina”. Al calor de esa presentación y en ese tiempo y después, compartimos algunas veladas, buenas conversaciones y algún gin-tonic (que yo tomo muy de tarde en tarde). Aparte de todo lo que se ha dicho y se dirá, de que era inteligente, libertario, divertido, creativo, era una buena persona. Y no abundan tantas en este país. Hasta luego, Moncho, brindaré por ti en mi próximo gin-tonic.

  5. Antes de la novela yo lo había conocido cuando hicimos un documental con la asociación de vecinos de la Cornisa-Vistillas, sobre el intento del ayuntamiento y el arzobispado de Madrid de quitarnos uno de los pocos parques del centro de Madrid. Llevó nuestras firmas a la oficina del parlamento europeo y nos apoyó en todo momento. Era un gran tipo, solidario y cercano. Qué lástima.

  6. Lo conocí cuando yo hacía autostop por Europa. Un día comió gratis en mi bar de Carabanchel. Le recuerdo perfectamente en la explanada de Notre Dame tocando con el grupo y sacándose unas pesetillas. Los famosos no tenían la aureola de famosos que tienen ahora porque tocaban en la calle con nosotros. Juan Antonio me ha gustado tu texto

  7. Mí repertorio de recuerdos es parecido, fuimos, vecinos en Malasaña, compañeros de redacción, socios en proyectos altamente improbables y compartidores de grandes tardes y noches de delirios y risas. Segovia, significó, en cierto modo, la frontera de nuestro alejamiento físico. Lo nuestro había empezado en 1977.

  8. Ni lo conocí ni lo traté, pero por la semblanza que hace Tirado de esta criatura intuyo que Moncho debió ser un tipo interesante. Me ha gustado mucho el artículo, Juan Antonio, y como te dije hace unos días: Reúnelos todos, ponles un título y veremos de publicarlo.
    Un abrazo.

  9. Nunca me convencieron los obituarios, siempre hablan bien de los sucumbidos, algo de hipocresía me huelo, los elogios deberían o deberíamos hacerlo en vida. Pero lo entiendo. Cierta la frase que cuando alguien muere algo nos toca a todos. No soy del gremio y no tenía con él la menor proximidad, ni seguía su vida u obra. Sí, claro, lo recuerdo con cierta simpatía en sus salidas televisivas con sus castizas agudezas y sus desparpajos vitales y vivenciales. Si estuviera vivito y coleando y clavando algún que otro aguijón, muchos, esos neofranquistas liberales, e incluso algunos/as de los que participan en este blog, lo tacharían de uno de los de las cejas, de colega de los cubanos Castro, de progre de pasillo o rojillo trapalón. Para mí, en resumen, un humanista. Que repiquen las campanas.

  10. Precioso homenaje escrito a Moncho Alpuente. También te quiero felicitar por la entrevista que hiciste a Luis Landero (aparecida en la revista de febrero), uno de mis escritores favoritos y que más me ha influido, al menos al querer a las palabras.

  11. Me pillaron un poco pequeña sus comienzos, pero en mi casa era muy seguido, así que sí, me empapé de su inteligente rebeldía.
    Ahora seguía bastante a su hija Bárbara.

  12. Muy bonito… A mí también me ha entristecido su muerte. Me parecía de esos personajes escasos y necesarios para ver inteligentemente y con humor la vida

  13. Pobre Moncho. Después de tanto tiempo no creo que vuelva de Babilonia.

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