Teófilo. Colaboración especial de Julián Salgado

Teófilo en la librería Cervantes de Asturias. Año 2016

Teófilo en la librería Cervantes de Asturias. Año 2016

La vida nos va modelando a través del contacto con los otros en un proceso de decantación continua cuyos resultados se alcanzan a contemplar en perspectiva únicamente a partir de una cierta edad. Es entonces cuando se obtiene la conciencia cabal de todo lo que de los demás hemos adquirido y, lo que es más importante, de la condición crucial que determinadas personas han tenido en nuestro devenir. En una palabra, sabemos que nuestro tiempo en la Tierra habría sido diferente si no nos hubiésemos cruzado con determinado “alguien”. Y ésa es la convicción que tengo para mí acerca de Teófilo.

A la altura del año 1974, en un país confundido y en una universidad convulsa, pocas cosas mejores se podían hacer fuera de las aulas -una y otra vez cerradas por las movilizaciones contra un régimen agonizante- que acodarse en cualquier barra de tasca de Argüelles a conversar bajo la excitación del momento histórico. Ahí, en compañía de muy discutibles vinos de Montánchez o Cacabelos, ejercía Teófilo de amigo, maestro y líder. Apasionado hijo de la razón, nos contagiaba su obstinado escepticismo, su agudeza crítica, su riguroso conocimiento, su ambición intelectual. En una misma conversación podía poner las cosas en su sitio respecto a las verdades y mistificaciones de mayo del 68, los procesos de revolución y reforma en América Latina, el futuro de la vanguardia teatral y, finalmente, regalarnos su secreto para hacer sublime un buen cuba libre que no era otro que rematar la mezcla con un par de golpes de angostura. Y, al día siguiente, más. Más preguntas a Teófilo, más recomendaciones de Teófilo, más proyectos por explorar, más carcajadas sarcásticas a propósito de tantos y tantos sucesos surreales que punteaban la incipiente transición política.

Escribo cuando se cumple exactamente un mes de la marcha de Teófilo. Hasta ahora no he encontrado las fuerzas para hilar mínimamente estas notas. Por la dificultad emocional para asumir su ausencia pero también por la infinita concentración de recuerdos y reconocimientos que, en justicia, debería evocar aquí. Su visionaria lucidez para embarcarnos ¡¡¡ a finales de los 70 ¡!!! en la producción y puesta en antena de un programa de informática. Su audacia para constituir una sociedad anónima que nos permitiera competir con las grandes cadenas radiofónicas por las nuevas licencias de emisoras de frecuencia modulada. Su ilusión cotidiana durante los días de director de la emisora local de Antena 3 en Alcalá de Henares donde, definitivamente, me inoculó el veneno de la radio, un medio al que yo no tenía un especial apego y al que, gracias a él, dedicaría desde entonces mi vida profesional. Nuestra dedicación al periodismo se bifurcó en distintas trayectorias pero Teo siempre estaba ahí. Para abroncar a alguno de los “suyos” si es que aflojaba o dudaba de sus capacidades al enfrentar algún reto y, de paso, ofrecerle su orientación generosa. Para celebrar éxitos o advertir de riesgos. Para compartir emociones y fabada.

Teo en sus años de oficial de la Marina Mercante

Teo en sus años de oficial de la Marina Mercante

Mi tiempo al lado de Teófilo es, en buena medida, mi “bildungsroman”, mi “novela de formación”, porque -como tantos que hoy le lloramos- aprendí mucho de él. Ojalá que también el coraje, el impulso y la fuerza de un gigantesco ser humano capaz de resumir en cuatro frases su estado de salud -durante tantos años de lucha contra la enfermedad- para inmediatamente pasar a los “asuntos”, a sus/nuestras cosas, a Nietzsche o a Monseñor Escrivá, a las imposturas políticas, a la reflexión sobre la naturaleza de las pasiones, o a las pulsiones de un futuro -para Teo- siempre excitante pese a todo.

Echar de menos a Teófilo es la condena agregada a la desolación de su pérdida porque no están los tiempos para prescindir de tipos como él. Con lo justitos que vamos de sensatez, de sabiduría, de buen gusto y de criterio, la salida del escenario de Teo es una grieta que nos hace, a quienes le queremos, más pobres y más vulnerables frente a la banalidad, la ramplonería y las simplezas. Por fortuna nos queda la inspiración de su manera de leer el mundo y unas cuantas frases muy suyas incorporadas a nuestro lenguaje diario. ¡Hasta siempre, torero! ¡Hasta siempre, querido amigo!

 

2 Responses to “Teófilo. Colaboración especial de Julián Salgado”

  1. ¡Qué gran retrato! Muchas gracias, Julián

  2. No conocí a Teófilo, pero en leyendo tan inspirando retrato, hecho de menos haber tenido trato con él. A nuestro lado pasan a menudo grandes mujeres y hombres que se marchan sin que hayamos echado en cuenta su importancia. No la hay mayor que la de ser hombre, advirtió Machado, en tiempos en que la palabra hombre era un genérico que no suscitaba dudas. Descanse en paz ese hermano que se nos fue. En mi caso sin ni siquiera haberlo conocido. Gracias Julián por tu sentido obituario.

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