Jardiel y Cioran

Emile-CioránEntonces yo era muy joven, no había cumplido ni los veinte, y con una cierta regularidad me sentía abatido. Para esos días procuraba hacerme con un libro de Jardiel Poncela, que me devolvía la alegría de vivir con una eficacia clínica supongo que similar a la que hoy pueda tener el Prozac. No era un placebo, era un reconstituyente psicológico de efectos probados. En fechas tan lejanas no conocía a Cioran, y es posible que si me hubiera empastillado con su lectura hubiera acabado en el psiquiátrico. Pero, también podría haber ocurrido lo contrario, que se hubiera cimentado mi alegría de vivir de forma poderosa, que hubiera desarrollado la musculatura del alma. Cioran, el escritor rumano que vivió más de medio siglo exiliado en París nació, contra su voluntad, hace un siglo y pico. “Del inconveniente de haber nacido” es uno de los libros de este escritor, filósofo y moralista. Sus títulos son expresivos: “En las cimas de la desesperación”, “Silogismos de la amargura”, “Ese maldito yo”, “Breviario de los vencidos”…

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“No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado”, “Nunca se dice de un perro o de una rata que es mortal. ¿Con qué derecho se ha arrogado el hombre ese privilegio? Después de todo, la muerte no es un descubrimiento suyo. ¡Qué fatuidad creerse su beneficiario exclusivo”, “No deberíamos molestar a nuestros amigos más que para nuestro entierro. Y aun así…”, “Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo”. Así hablaba Cioran.

Hace años fui con mis amigos Teófilo y Benito a la proyección de un documental inédito sobre Cioran, filmado a partir de la única entrevista audiovisual que concedió en su vida. La recomiendo con fervor: está hecha para espíritus delicados. En el acto previo disertaron varios conocedores del hombre y su obra, pero ninguno con el talento y el ingenio de Fernando Savater. Cada uno es como es y a él le ha tocado ser brillante. Él fue quien tradujo la primera obra al español de Cioran y, lo que es más importante, el que dio a conocer aquí su figura: hubo más de uno que pensó que se trataba de una invención del travieso Savater. Fueron amigos durante veinte años, frecuentó su modesto apartamento en la calle del Odeón, del barrio Latino, donde vivía con su mujer y era, según Savater, cortés, muy curioso y apasionado por las cosas de España, conversador y dado a la sonrisa y la risa. Sus carcajadas, cuentan él y otros, resonaban joviales y festivas.

Algo hay a la fuerza de impostado en quien se pasó la vida defendiendo el suicidio y llegó cómodamente a los 84, pero también hay mucho de auténtico. Cuando alguien, normalmente joven, le llamaba para comunicarle que iba a suicidarse, Cioran se empeñaba en demostrarle lo equivocado de su pretensión. Puesto que el suicidio es la carta que el hombre siempre tiene a su alcance, la que le da sensación de poder y libertad, no es conveniente jugarla demasiado pronto. Poder suicidarse, no el acto de hacerlo, es lo que importa. El pesimismo radical del escritor rumano era deudor del insomnio. “Hay noches en blanco que ni el más capaz de los verdugos habría podido inventar”. Cioran fue consecuente con muchos de sus planteamientos radicales. Así, odiaba el tráfico de vanidades que reinaba en el mundillo literario francés y se negó a recibir importantes galardones, el más relevante, el Nobel. Contó Savater que había llegado a París una joven y guapa sueca interesada por su obra y parece que Cioran estaba fascinado con la muchacha, hasta que se enteró de que había ido a sondearlo sobre la posibilidad de ser candidato al Nobel. Dijo Savater que el filósofo despidió airado a la sueca y quedó decepcionado: se había ilusionado con ella, él que deploró tan a menudo en sus libros cualquier grado de ilusión. Lo del Nobel le pareció una traición.

Cioran es un moralista y un trágico, pero en última instancia también un gran humorista. En sus aforismos encontramos frecuentes amenidades: “Antes que acostarme con X preferiría pasar 10 horas en el dentista”, “Deberíamos tener la capacidad de aullar un cuarto de hora al día, cuando menos, y habría que crear con ese fin, “aulladeros”, “¡Si supieran los hijos que no he querido tener la felicidad que me deben!…

Cioran es una de mis debilidades y su lectura no me ha deprimido nunca, al contrario es para mí un complemento vitamínico. El rumano/parisino escribía como Dios, ese Dios al que tanto injurió. Jardiel no era menos trágico, pero lo disimulaba con cataratas de humor. Los amo a ambos.

 

 

 

 

12 Responses to “Jardiel y Cioran”

  1. Animo don Juan, necesitamos mas escritos como este.

  2. Estos días andaba yo pensando en el suicidio como un acto de libertad, de liberación, y ahora tú sales con Cioran…

  3. Qué bueno leer tus impresiones.
    Impresiones que comparto sobre Savater y vuestros gustos.

  4. Es interesante buscar una ligazón entre Jardiel y Cioran. El segundo pasó del fascismo al nihilismo, perdiendo unos ideales que no tuvo ya energía para sustituir por otros. Jardiel es un “anarquista de derechas” que veía en los suyos el profundo vacío de la razón.

  5. Donde esté Suso de Toro, que se quite Cioran.

  6. No te lo vas a creer pero nunca he leído a Ciorán. Quizá sea un buen momento aunque dado mi abatimiento general casi que mejor releo a Jardiel. Cada vez me identifico más con él. A la izquierda le parezco conservadora y a la derecha libertina. Besos inmensos.

  7. ¡Buen regreso, Juan Antonio!

  8. Seitaridis (me alegro de volver, si no a verle, al menos a leerle) ¿Suso del Toro no es un señor que a menudo pide limosna en TV3? ¿Y dice Vd. que es mejor que Ciorán?)

  9. ¡Ojo Pilar!
    Es el intelectual de referencia de Zapatero.
    Yo también me alegro de volver a verte.

  10. Maravilloso, coincido plenamente y leo con frecuencia a Ciorán. Dime por favor cómo se llama el documental y si se puede ver en YouTube

  11. Ana, este es el documental.

    https://www.youtube.com/watch?v=PUYokAoat1c

  12. Nunca he leído a Cioran, aunque conozco por encima su pensamiento gracias a otros autores, principalmente Fernando Savater, amigo y casi diría que admirador suyo (por más que el término “admirador” no cuadre mucho con Savater).

    Por cierto, recuerdo bien que cuando murió Cioran, en 1995, mi hijo Víctor, que entonces tenía 13 años y le gustaba leer el periódico, se empapó de la noticia y estuvimos charlando un buen rato sobre su “pesimismo existencial” (en la medida en que un chaval de 13 años puede profundizar en un tema de tantísimo calado, el más irresoluble de todos).

    “¿No te parece que era un hombre demasiado pesimista, papá?”

    “Bueno, tal vez sí. Pero también disfrutaba de las cosas que le gustaban, empezando por la lectura y la escritura. La vida es un poco así. Si le damos vueltas y vueltas a las preguntas que no tienen respuesta no vivimos. Por eso hay que vivir y no obsesionarse con lo que nos desborda y no somos capaces de entender”.

    Y también recuerdo que en aquellos años mi hijo estaba bastante preocupado con el tema de la muerte (¿quién no lo está?).

    Así que, para consolarle, yo le decía más o menos que cuando eres niño o joven la idea de la muerte es difícil de asumir, ya que es incompatible con la vitalidad de la juventud, pero que cuando empiezas a acercarte a la vejez, o cuando ya eres anciano, la aceptas como algo natural y ya no te importa morir.

    Lo curioso es que a mi hijo le valió mi teoría (un tanto impostada, lo reconozco) y cuando se enteraba de la muerte de alguien mayor relativamente cercano (el abuelo de algún amigo, por ejemplo), decía muy seguro: “había llegado a la edad en la que ya no le importaba morirse”.

    ¿Seguirá pensando lo mismo? Prefiero no preguntárselo….

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